Los autobuses salían de Granada dos horas antes de las cinco de la tarde. Tuvo que escapar de casa el joven Faba con una excusa, pues su padre le había prohibido asistir a un acto político tan subversivo. Aunque el Gobierno Civil había autorizado sólo media hora de homenaje, se recomendaba a la población no asistir a la convocatoria, pues podría tornarse una reunión violenta y peligrosa. Para evitarlo, habíanse trasladado a Granada fuerzas antidisturbios de todas las provincias colindantes. Corría el mes de junio de 1976, con el dictador recién fallecido, y ya se iban produciendo algunos cambios. El primer homenaje a Federico García Lorca en Granada, tras su asesinato, iba a realizarse en Fuente Vaqueros, su lugar de nacimiento, el día de su cumpleaños: el cinco de Junio, a una hora tan torera y tan lorquiana como las cinco de la tarde.
Los autobuses iban ocupados en su mayoría por estudiantes del campus de Granada. La política era la espuma de la vida universitaria en esos años de transición a la democracia. Había dos bandos, como en Bodas de sangre: los carcas y los progres. Nadie que quisiera sentirse un joven digno, y por tanto revolucionario, podría desear verse incluido en el primer bloque. El ambiente que reinaba en el interior del autobús era alegre y esperanzado. Por fin podía manifestarse en público una admiración artística y una condena política, como la que significaba en el fondo, asistir a aquel acto. Era justo, libre y noble; por tanto, no haber acudido, hubiera sido como renunciar a disfrutar de esas prebendas durante toda la vida.
La sierra Elvira es un antiguo volcán coronado por una minúscula capilla de sugerente nombre: la ermita de los dos juanes. Desde allí pueden contemplarse unas espectaculares vistas de la vega de Granada y las sierras que la circundan: la Nevada, la Alfaguara y la de Elvira. Un lugar de poder geodésico. A sus pies se encuentra una cantera desolada y la población de Pinos Puente junto a la vía ferroviaria. De allí parte el desvío hacia Fuente Vaqueros. Los campos plantados de tabaco, patata o cebolla, mostraban su faz alegre y luminosa como en un cuadro impresionista. Unos kilómetros más allá se ingresaba en el misterio de las alamedas geométricas que flanquean el río Genil, cercanas a Santa Fe.
Las regulares y obsesivas alamedas que tanto inquietaban al niño Federico, le recordaban al joven Faba a ciertos filmes checos o polacos, (repletos de belleza estética, y rezumantes de denuncia política), que había visto en el Cine Club universitario de la Facultad de Ciencias. No en vano, junto a estos bosquecillos cuadriculados, se toparon con los primeros autobuses de los grises, aparcados en los arcenes, antes de entrar en el pueblo. Los temores que le había insuflado su padre, le hicieron presentir visiones de cientos de jóvenes corriendo sangrantes entre los álamos blancos, perseguidos por furiosos antidisturbios con porras y cascos.
Nunca había pisado el Faba estudiante la tierra natal de su admirado García Lorca. Lo que más le impresionara fue la fuente de piedra larga que da nombre al pueblo, y su largo abrevadero. Podría imaginarse allí a todas las vacas del pueblo bebiendo agua al mismo tiempo. La plaza del pueblo era el real de una feria, bajo un sol de justicia a eso de las cuatro y pico de la tarde. Aunque no había ninguna caseta ni puesto de bebidas, sólo un pequeño escenario en el centro, con un gran retrato en blanco y negro de un sonriente Federico, quizás de la época final de la Barraca. Su mera presencia fotográfica a gran formato se sentía como una bofetada histórica al viejo régimen militarista.
Con gorros de papel de periódico, los asistentes mitigaron la espera hasta que llegaran las cinco de la tarde que anunciaban tanto los carteles del acto, como las pegatinas con la efigie de Lorca que lucían orgullosos en sus camisas los asistentes al homenaje. El cinco a las cinco, podía leerse en todos los pechos concentrados en aquella feria lorquiana. Las consignas políticas comenzaban a corearse, con la flexibilidad peligrosa de una anaconda: “Amnistía y Libertad”. “Ra-ra-rá, Alberti a Graná”. “Se siente, se siente, Federico está presente”. De tan poca experiencia política en manifestaciones que teníamos los jóvenes de España en aquellos años -y menos aún los mayores- cualquier acto de este tipo resonaba a bolchevique, a revolución de octubre, a una lucha democrática imparable. Exaltaba e insuflaba poder en nuestras gargantas. Además, la muerte del poeta más alegre de la literatura española, merecía este acto de respaldo, aunque fuera cuarenta años más tarde de su vil fusilamiento.
A las cinco en punto de la tarde, subieron al pequeño escenario los representantes: Francisco Fernández Montesinos, sobrino del poeta, Aurora Bautista, José Agustín Goytisolo y la eximia Nuria Espert -vestida con pantalones- entre otros. La que otrora fuera reina católica de España en Locura de amor, fue la primera en abrir el ruedo de poemas que conformaban el acto. Aurora Bautista declamó con efectismo y truculencia una “Preciosa y el aire”, con visos folclórico musicales. El pequeño de los Goytisolo, recitó no recuerdo si un poema suyo, o también algunos versos de Lorca. Que Paco Ibáñez hubiera musicalizado en esos mismos años su “Palabras para Julia”, lo convertía en un poeta de moda entre los progres. Nuria Espert concluyó el acto con una sobrecogedora y sobria lectura del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, a eso de las cinco y veinte de la tarde.
Alguno de los orates dio por concluido el acto, a la media hora justo de haberlo comenzado, y pidió a los asistentes al homenaje, que desbordaban la alargada plaza del pueblo de Fuente Vaqueros, a despejar el lugar, y a dirigirse pacíficamente hacia los autobuses que los devolverían a Granada. Que no se provocaran disturbios con la policía allí reunida, era uno de los objetivos principales que habrían de garantizar el éxito del homenaje.
Tardamos en salir de Fuente Vaqueros, pues algunos nos desperdigamos y desperezamos por las calles del pueblo, antes del regreso. Buscábamos bares donde refrescar nuestras gargantas, pero las escasas tabernas y restaurantes locales no daban abasto. Las vecinas, asomadas a sus puertas, nos invitaban a pasar a sus casas para beber agua, y de paso, para comentarnos que todas ellas habían conocido de niño a Federico, y que lo que hicieron con él fue un crimen. Algunas hasta lloraban mientras lo nombraban. Esta adhesión popular espontánea a los jóvenes revolucionarios, nos permitió además conocer por dentro las casas del pueblo de García Lorca, y experimentar de cerca, cómo había podido ser su vida de niño feliz y rico en aquel pueblo alegre de la provincia.
Aunque no existían los teléfonos móviles ni las redes sociales en aquel tiempo, había corrido la voz -vía radio-macuto- de que el homenaje verdaderamente político en torno a la figura del poeta perdido, iba a realizarse en una reunión no autorizada que tendría lugar en el crucero del Hospital Real de la Facultad de Filosofía y Letras, junto al Campo del Triunfo. Al cruzarse los autobuses de los estudiantes con los de los grises, a la salida del pueblo, los jóvenes realizaron tras sus cristales todo tipo de burlas y aspavientos ante la numerosa policía allí reunida.
Hirvieron de revolución las naves de piedra del Hospital Real esa tarde de junio, en torno a la foto gigante de Federico que había sido trasladada desde la plaza del pueblo hasta el vetusto crucero universitario. Con toda la multitud sentada en el suelo, arengaban los representantes de los partidos políticos desde su catafalco lorquiano. El vino, el humo de los cigarros, y las banderas republicanas corrían como serpientes tricolores por encima de todas las cabezas allí concentradas. Al salir de allí, horas más tarde, todos llevábamos una experiencia revolucionaria incrustada en nuestras carnes, como un tatuaje interno. Tras aquel día, cambiamos un poco todos, y la idea que teníamos de nosotros mismos. Nos sentíamos un poco mejores por habernos reunido y gritado contra tan funesto olvido.
Muchos años más tarde, supo Faba que su padre ese día se había trasladado con su volkswagen cucaracha gris perla hasta el mismísimo Fuente Vaqueros, por si se armaba algún conflicto mayor con la policía, tener la oportunidad de rescatar a su hijo, y evacuarlo del lugar de los hechos. Su mentira al salir de casa no surtió ningún efecto. Sus padres estaban convencidos de que el hijo díscolo se dirigía al homenaje casi prohibido “Del cinco las cinco”.
(Los interesados en profundizar en los testimonios periodísticos recogidos de aquel día emblemático, y sus posteriores aniversarios, pueden visitar la página:
http://www.dipgra.es/documentos/dossieres/6-5-2006_1178812910.pdf
donde muchos de los participantes o asistentes al sentido Homenaje primero, desgranan por escrito sus recuerdos.)