Hay dos versiones de la era digital. Una la considera una gran revolución de la historia humana. Otra (me temo que una versión de una sola persona, la que firma estas líneas) considera que en realidad la era digital no es nada. Que no añade nada, no cambia nada y no significa nada. Que estamos viviendo, simplemente, esa fiebre que nos ataca siempre que tenemos un nuevo juguete. Como cuando nos compramos una licuadora, por ejemplo. Nos pasamos dos semanas haciendo zumos de todas clases. De zanahorias, de pera, de sandía, de plátano. Están buenísimos. Y además son muy sanos. Y luego, un buen día, guardamos la licuadora en el armario y ya no volvemos a usarla. Hacer un zumo es más complicado y más trabajoso de lo que parece. Uno se toma el zumo de un trago y luego hay que estar quince minutos limpiando el trasto. Uno se cansa de la novedad.
La novedad de internet también terminará por cansarnos. Además internet no es sólo un juego, sino muchos. Muchos y complicados y fascinantes. Internet, qué duda cabe, es mucho más interesante y complicado que una licuadora. Pero creo que dentro de diez o quince años esta fiebre digital absurda que vivimos en todos los ámbitos de la vida habrá remitido, y que la vida comenzará a normalizarse poco a poco. En contra de lo que normalmente se afirma, no creo que los niños de hoy vayan a ser una generación tan febrilmente digitalizada como nosotros. Para ellos la red es una realidad habitual, no un fenómeno asombroso como lo es para los que recordamos un mundo sin ordenadores personales, sin teléfonos móviles y sin correo electrónico. Supongo que dentro de unos años esta adicción a las pantallas que sufrimos en el presente será vista como algo tan ridículo como los peinados y las hombreras de los ochenta.
En los setenta, por ejemplo, lo que nos fascinaba era la televisión. Veíamos la televisión como una potente droga que esclavizaría al mundo y destruiría las mentes jóvenes. Hoy en día podemos ver muchos más canales que entonces y la televisión no nos interesa ni nos esclaviza más que antes, sino mucho menos. Nadie habla ya de lo mala que es la televisión para los niños. La televisión se ha convertido en un simple electrodoméstico. Muchos no la vemos jamás, y la usamos como simple monitor para ver DVDs.
Antes teníamos que estar en casa para hacer una llamada de teléfono, y en el extranjero teníamos que aprender extrañas formas de marcar y conseguir monedas y seguir instrucciones a veces indescifrables. Hoy en día con nuestro móvil podemos llamar a cualquier èrsona del mundo desde cualquier lugar del mundo. Es una revolución, es cierto, pero una revolución meramente cuantitativa. El teléfono movil no es más teléfono que los viejos teléfonos fijos en los que se marcaba metiendo un dedo en un círculo de plástico con agujeros. Es, simplemente, un teléfono mucho más sofisticado.
Es como internet. A todos nos maravilla la cantidad de información que nos proporciona. Pero al final, siempre acabamos consultando la Wikipedia.