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Mientras tantoDe medianoches en París, básicamente.

De medianoches en París, básicamente.


 

NOTA: ojo que voy a destripar «Midnight in Paris». Hasta ahora la campaña de promoción ha hecho un trabajo excelente en no explicar su argumento ni en el cartel ni el trailer así que, si no eres uno de los 850.000 espectadores españoles que ya la ha visto, como que no seguiría leyendo.  
 
«Lo más importante de una película es el guión». Es la frase con la que comienzan todos los talleres de guión, todos los manuales de guión y todas las conversaciones de familiares bienintencionados que rompen el hielo en un bautizo porque un productor (que jamás ha pagado por un guión lo que se merece) lo ha dicho en El País Semanal.
 
El cuñado de esta frase recurrente es «Se puede hacer una mala película de un buen guión, pero no se puede hacer una buena película de un mal guión» y, no sé, suena bien. Coherente. El guión es el primer paso y, como tal, conviene darlo con firmeza. Pero es tan coherente como aburrido o directamente falso porque (¡ta-dah!) hay excepciones. En política puedes perder las elecciones como gobernador de Arkansas en 1980 y, años después, ser Bill Clinton. En deportes puedes perder el primer partido del Mundial contra Suiza y terminar siendo La Roja así, con mayúsculas y pecholobo y morreo en directo.
 
Y si ocurren traspiés nada más comenzar en deporte, en política, en economía o en tus vacaciones de Semana Santa pero se acaban solucionando… ¿por qué en cine no?. Chico, qué poca confianza en el resto de departamentos… sobre todo para ser semejante “trabajo de equipo” (cliché nº3 de los manuales).
 
Pues resulta que en cine también.
Por ejemplo: la nueva versión de «Star Trek».
(Ésta no te la esperabas)
Para el que escribe estas líneas, la película más entretenida de hace dos veranos, pero con un guión víctima de una huelga de guionistas y que sólo se mantiene en pie gracias a una cadena de casualidades. Pero resulta que el auténtico problema de “Star Trek” era otro: ser ciencia-ficción. Género que la gente mira por encima del hombro. «Claro que tiene un mal guión, si es de naves espaciales», dicen. Y a la vez «claro que resulta entretenida, si es de naves espaciales». Y luego se ríen con ronquiditos, moviendo las aletas de la nariz. Ronc-ronc.
 
Aunque a ese público no le suele gustar el cine de género y se decantan por otro tipo de películas. Por ejemplo, las de Woody Allen (¿han visto cómo he llegado a donde yo quería?, sólo me ha costado cinco párrafos). Que oye, máximo respeto a tito Allen. He visto 41 películas suyas (sí, las he contado, qué) aguantando su etapa Bergman, aguantando su etapa Scarlett Johansson… y la única que me ha hecho reflexionar en los últimos años ha sido su último gran, pero GRAN éxito, esta medianoche en París.
 
Me ha hecho reflexionar porque estoy convencido de que ningún lector de guiones le daría los buenos días.
Y no sin razón.

 
El protagonista, Gil (Owen Wilson) consigue su objetivo de vivir en el París de los años veinte al minuto 17 de comenzar la película. Y no porque se lo haya ganado, sino por arte de magia. Caído del cielo, redefiniendo el concepto de “Deus ex machina” (en castellano: “por la puta cara”) ya que sólo tenía que estar debajo de un campanario a las doce de la noche. A partir de ahí se encuentra con Scott Fitzgerald. Y Zelda Fitzgerald. Y Cole Porter. Y Hemingway. Y Belmonte. Y Gertrude Stein. Y Picasso. Y Dalí y Man Ray y Buñuel. Y T.S. Eliot (que le abre la puerta del coche). Y Toulouse-Lautrec y Gauguin y Degas. Y absolutamente ninguno presenta conflicto o hace avanzar la trama: al contrario, le dan la bienvenida y le reafirman como un gran escritor, que era su mayor miedo. Podía haber ocho cameos más o quitar cinco que la película habría terminado igual.
 
Entre todo ese desfile hay una mujer, cierto. Gil se enamora de Adriana (Marion Cotillard) pero ella está con Picasso y Hemingway. A la vez. Uooooh. Hemingway. Boxeador, agresivo, violento y machote, siempre buscando gresca. ¿Qué puede pasar si te lías con su amante?. Por lo visto, nada, porque Hemingway desaparece a mitad de la película. Y Gil no sólo tiene vía libre sino que descubre cómo conquistar a Adriana gracias a su diario (un “Deus ex machina” dentro de un “Deus ex machina”, por si alguien está llevando la cuenta) en el que confiesa que su debilidad por ciertos pendientes.
 
El caso es que Gil deja a la caricatura de su prometida (Rachel McAdams) por Adriana, pero cuando aparecen en el París de la Belle Epoque (en un “Deus ex machina” dentro de un “Deus ex… mira, me rindo) se da cuenta del mensaje de la película por alguna razón que él sabrá y tiene que decirlo en voz alta: no cualquier época pasada fue mejor, hay que disfrutar del presente, hakuna matata, etc.
 
Chicos, no escribáis algo parecido sin la supervisión de un adulto.
Pero funciona. Funciona y de qué manera.

Después de su excelente estreno en Cannes, en EEUU está cómodamente asentada en el Top 10, con la mejor media por sala y ya ha recaudado 15 millones de dólares mientras se sigue expandiendo. En España lleva 5.500.000 euros y no muestra síntomas de agotamiento. Rottentomatoes (que recopila críticas estadounidenses de distintos medios) le da un impresionante 92% de críticas positivas.

Porque al público y a la crítica le da igual esa ristra de correcciones de guionista mosqueado. Que además la convertirían en otra película que no es “Midnight in Paris” y que, al fin y al cabo, es la que ellos quieren ver y recomendar y votar en sus Top 10 de lo mejor del año. Porque funciona así, tal y como está, y eso es envidiable y cabreante y no hay nada que se pueda ni se deba hacer al respecto.

¿A lo mejor funciona por la ambientación, tan romántica ella?. ¿A lo mejor le ayuda su publicidad, que por una vez no desvela nada y tus padres se encuentran por sopresa con una fábula entrañable sobre la nostalgia?. ¿Igual tiene algo que ver Carla Bruni?

O a lo mejor es que, como dice mi amigo Miguel Ángel: “el 50% de una película es el guión, pero es que el otro 50% son los actores, y hay otro 50% que es el montaje, y otro 50% que es la fotografía, y otro 50% de producción, y otro 50%  de banda sonora, y otro 50% de arte y así… pero como te falle sólo uno de esos factores ten claro que te has quedado sin el 50% de la película”. Y en este caso sólo ha fallado el guión y aún así, como creo que ya he mencionado antes, funciona.

Pero, al fin y al cabo, qué sé yo y quién soy yo para decirle nada al tito Allen. Si tuviera la respuesta iba a estar escribiendo esta entrada en vez del guión de “Midnight 2: now in Zaragoza!” con cameos de Goya y Bunbury y Mel Gibson como tatuador.

Amos anda.

 

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