Mi amiga Yolanda vive rodeada de ancianitos/as. Ya sabéis, esos pisos en las grandes ciudades en los que la mayor parte de los vecinos superan los
En esta conversación estábamos cuando Yolanda me habló de su vecina, una viuda que había perdido a dos maridos, no sabemos con qué artes la verdad, porque esto requiere de cierta destreza no me lo podéis negar. Resulta que un día se la encontró por la escalera en una de esas conversaciones que sabes cuándo empiezan pero no cuándo acaban: tras relatarle la anciana todos sus problemas de azúcar, artrosis y demás, le dijo muy sentimental, “No te puedes imaginar cómo echo de menos a mi Pepe”.
A Yolanda, una tipa dura, se le enterneció el corazón pensando en esas parejas de edad avanzada que pasean con las manos entrelazadas y en la soledad que debe sentir uno de sus miembros cuando el otro fallece. Pero el sentimentalismo le duró dos segundos, los que tardó la viuda en confesar que el aludido Pepe no era ninguno de sus maridos sino su perro.
Me dio que pensar, la verdad, porque si la señora, tras dos matrimonios, al único que echaba de menos era a su perro… pues chicos qué queréis que os diga, me da la impresión de que falláis más que una escopeta de feria.
Dice Alfonso Armada cuando habla de mi blog (lo cual hace muy a menudo, no sé si porque su lectura le gusta o porque el sexo le resulta una temática muy publicitaria) que en mis textos “le doy caña a los hombres”. Pero vista la anécdota anterior, con motivos, ¿o no?
El mercado está muy mal pero yo no pierdo la esperanza y persevero. Será porque no tengo perro.