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Mientras tantoDe festivales de cortos y piruetas varias.

De festivales de cortos y piruetas varias.


 

Una de las cosas que más me intriga a la hora de rodar mi nuevo corto es ver el estado de los festivales. Desde los tiempos del VHS he movido cuatro cortometrajes y un documental por todo el mundo. Literalmente, por todo el mundo. Y viví un boom que dudo mucho que siga manteniéndose hoy, porque en España cada ciudad, pueblo y comunidad de vecinos tenía su propio festival o muestra de cortos, llegando a superar los trescientos. Y trescientos festivales son muchos festivales. Sean de lo que sean: cortos, sandías o flamenquito del bueno.
 
Gracias a ellos me han salido dos trabajos, una organizadora me dijo hola qué tal a su manera, he conocido Brasil y Tomelloso, proyectado en salas abarrotadas o para un solo despistado, tengo una foto con Bustamante y he visto al Payo Juan Manuel encararse a un borracho en su bar, he conocido compañeros de fatigas a porrillo – unos me han perdonado la vida, otros no tardaron en convertirse en amigos. Ha sido un viaje movido, largo, cansado y divertido. Aunque hace un par de años, cuando mi último corto“Manual Práctico del Amigo Imaginario (abreviado)” entraba en su recta final de pulular por este país, pude comprobar que la situación estaba cambiando.
 
Poco a poco caían festivales como moscas, los anuales pasaron a bianuales y pasaron a desaparecer, si tenían premios en metálico ya sólo daban trofeo y palmadita en la espalda, ¿los que pagaban viaje y alojamiento? “lo sentimos mucho, pero”. Claro, reventaban como consecuencia de la crisis. Quizá hayan oído hablar de ella.
 
Una pena. Aunque no sólo era ese el único cambio, también noté un giro en la actitud por parte de ciertos festivales. De pocos, muy pocos. Pero resultaba chocante precisamente porque abundaba lo bueno: los organizaciones suelen ser fanáticos del cine que no ganan del festival más que dolores de cabeza, te tratan con todo el cariño del mundo y sacan fuerzas de donde sea, después de los días caóticos que han aguantado, para que estés mejor que en tu propia casa.
Ellos te agradecían que hubieras podido ir y tú agradecías su esfuerzo y otra ronda y pa’ la pensión, a no ser que tengáis otro plan.
Donde antes había un respeto mutuo en la relación cortometrajista-festivalero ahora había grietas en forma de nuevas demandas y exigencias y letra pequeña y tuve una discusión como ésta, en mayor o menor medida, tres veces:
 
– Hola, buenas tardes, te llamamos del festival (insertar pitido chirriante) para comunicarte que tu corto está entre los finalistas.
– Genial, me alegro mucho.
– Ya sabes que la gala de entrega de premios es el próximo sábado.
– Ajá.
– Y tú o alguien del equipo tiene que estar presente por si gana algo.
– Muy bien, haré todo lo posible por estar ahí.
– Hazlo, porque si gana un premio y nadie sale a recogerlo se lo damos al siguiente.
– ¿Qué siguiente?
– Viene en las bases: si tu corto gana un premio y no hay nadie del equipo en la gala el premio pasa al segundo más votado.
– ¿Aunque no sea el favorito?
– Viene en las bases.
– Ya, ¿y me avisarán con antelación de si el corto ha ganado?.
– No, claro que no, el jurado delibera el mismo sábado por la mañana. Aparte, no nos parecería justo.
– ¿No les parece justo?
– No.
– Lo hacen todos los festivales.
– Bueno, nosotros no.
– ¿Y darle el premio a un corto que no se lo merece?, ¿eso es justo?
– Mira, todo esto viene bien explicado en las bases…
– Vale, vale, entonces tengo que volar allí a la aventura.
– Tienes que venir por si tu corto gana. Tú o alguien del equipo.
– ¿Y os encargáis del alojamiento y desplazamiento hasta allí?
– Tenemos un acuerdo con una pensión local que hace precio reducido. El desplazamiento corre a cargo de los seleccionados. Este año no tenemos presupuesto, pero estamos intentando a ver si el que viene…
– Hay que coger un avión para llegar ahí.
– Ya. Es que ha habido ediciones que hemos dado premios y no había nadie y eso da muy mala imagen.
– ¿Sabeis que ni los Goya ni los Oscar ponen esas condiciones?
– Viene en nuestras bases.
– Que sí, que no digo que no.
– Puedes leerlas.
– Que no digo que no, pero no me encargo yo de distribuir el corto personalmente, hay cientos de festivales, cada uno con bases de su padre y de su madre…
– Muy bien.
–  … y no me parece que esto sea la manera más adecuada de… bueno, hacer que vaya la gente.
– ¿Nos vas a decir cómo organizar un festival?
– Yo solo digo que esto suena a chantaje.
– ¿¿CHANTAJE??
– ¡Lo siento pero suena a chantaje!
– ¿¿ENCIMA DE TODO LO QUE HACEMOS POR VOSOTROS??
– ¿¿PERDONA??
– ¡TODO LO QUE HACEMOS POR VOSOTROS!
– ¡OJO, OJO, OJO QUE AQUÍ NADIE LE ESTÁ HACIENDO UN FAVOR A NADIE!
 
Y se lía.
 
La primera vez que me topé con este caso acudí y, aunque cayó premio, estuve de mala leche el fin de semana (cuando el organizador nos saludó con “espero que no os hayáis sentido obligados a venir aquí” me mordí la lengua como si fuera un toffee) y me dije que nunca más, maño, que la vida pasa volando, no tienes que demostrar nada a nadie ni hacer estas piruetas. Y, si viene en las bases, con no enviar el corto nos ahorramos discusiones. Entiendo el germen de esa exigencia: queda feo dar premios y que no salga nadie a recogerlo. Yo he faltado a varios. He intentado mandar a alguien en mi nombre pero a veces sencillamente no es posible.

Pero me pregunto si hay algo detrás de ese castigo. Si no viven por y para la foto del periódico del día siguiente. Con el concejal de turno entregando el principal trofeo, bajo el titular “EL FUTURO DEL CINE ESPAÑOL” (“el Teatro Municipal se vistió anoche de gala para recibir a los ganadores del IV Festival de Cortometrajes“Absortos en Cortos”. El Concejal de Cultura del Ayuntamiento, Arturo Peñaflores, insistió en la necesidad de apoyar a los nuevos valores de nuestro cine” y si quieren lo redacto entero) porque esa noticia es la que les dará una subvención el próximo año. Si no hay cortometrajista, no hay foto, y antes de que eso ocurra hay que tomar medidas. Medidas estrictas. Que estos de la farándula son muy impredecibles.
 
Son pocos, insisto. Pero es que antes no había ninguno. Por suerte los contrarrestan los organizados por chavales de quince, dieciséis años. O cincuentayocho. Que me da igual. Chavales que, en vez de quejarse porque en su pueblo a nadie le interesa el manga o el cómic o el cine de marcianos y vaya mierda y qué calor y aquí no hay nada que hacer; pues han decidido montar algo ellos, con cuatro perras, liando a familiares, y amigos de conocidos y dejándose los cuernos por el camino, y a veces no sólo sin apoyo oficial sino con zancadillas. Por listos.
 
Y esos festivales (si es que queda alguno y me da que sí) no hace falta que te obliguen a ir, porque vas.

Ya lo creo que vas.

 

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