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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 28 / 2011

De mi Diario : Semana 28 / 2011


Weiß/Colonia, 10.7. (1) 

Estamos invitados donde los Bayer a lo que acá se suele llamar Sektfrühstück [=desayuno con champán] y en España, más castizos, brunch. Carlitos pasa a buscarnos a las 11.10 a.m. y en el camino a la autopista vemos por primera vez policías vestidos de azul en vez del tradicional verde. Es cierto, la Poli cambió de color hace uno o dos días, resulta chocante verlos mutados, pero al mismo tiempo se diría que humanizados, el azul (este azul) es más cálido que el verde (aquel verde que en alemán se conoce como Polizeigrün). Ya en la casa de los Bayer, la pregunta de por qué no vino, además de Diny, la Fantasmita, y antes de que Carlitos pueda disculpar a Ulli les explico que ser una especialista (o más bien “la” especialista) en Dendroarqueología es una cruz lo cual, teniendo en cuenta que las cruces para crucificar suelen ser de madera, creo que es un símil muy adecuado para describir el marasmo de trabajo en que está hundida nuestra querida Ulli. Quien se ha perdido un brunch con tutti, Marlies siempre tan buena cocinera. Así como Osvaldo tan buen narrador de historias. La del gato suicida de su tocayo Soriano es de alquilar balcones. Y tantas otras, que sólo tienen sabor si es él quien las cuenta. Les dejé como recuerdo de la visita un anticipo de Límeri de Bueno Saire y el enlace con el blog de Anahí.

 

Weiß/Colonia, 10.7. (2)

Me encanta el cuarteto Salut Salon. 45’ de programa en Arte, una delicia para el oído y la vista. Son una prueba incontrovertible de lo que puede salir de la mezcla del talento con la inventiva + chispa. Podrían ser Les Luthiers alemanas, si quisieran. Pero les jala más la música que la juerga.

 

Weiß/Colonia, 11.7, primera hora del día

Mi tocayo porteño, después de leer Urbi et interneti en Fronterad, me escribe a propósito del médico amigo de José Asunción Silva que, sin tener idea de sus intenciones de suicidarse, le ayudó a que se disparase sin errar un milímetro en el corazón, y luego, al morir en San Sebastián, dejó encargado que en su lápida figure esta inscripción: «Dr. Juan E. Manrique (Colombiano)». Y comenta mi tocayo: «Tal vez sea un epitafio. Vaya uno a saber qué significaba para el pobre hombre ser colombiano». Es una posibilidad que no deberíamos descartar a la ligera.

 

Weiß/Colonia, 11.7. (1)

Nosferatucita me escribe diciéndome: «Querido Doctor Corazón (de Pantaleón), le tengo una pregunta, que se la he hecho a varios amigos y oprime el alma de mi pluma. Es sobre el uso de la palabra masacre. Siempre la he esquivado. Mi profesor de redacción nos masacraba si llegaba a verla en algún escrito». Le contesto: «Pregúntale en mi nombre, cuando lo veas, qué verbo usa él en vez de demarrar, en ciclismo, o si prefiere decir plusmarca a récord. Y si fuera así, dile que se vaya de mi parte a tomar por culo, a no ser que le guste, en cuyo caso puede irse simplemente a la mierda. Pinches puristas pendejos, carajo». Me responde: «Él sugería asesinato colectivo o matanza. Decía que una masacre sólo había sido cometida por Hitler». Y yo le replico: «Sus nociones de historia son más de lamentar que las de léxico. La palabra masacre es muy anterior a Hitler, y si lo que Hitler le hubiese inferido a la historia de la Humanidad hubiera sido «sólo» una masacre, casi nadie lo recordaría hoy. Hay que ser de a deveras muy obtuso para calificar como masacre al Holocausto. Es algo así como llamar hoguera de San Juan al Etna en erupción».

 

Weiß/Colonia, 11.7. (2)

He devorado entre ayer y hoy una novela excelentísima: Autogol, de mi tocayo Ricardo Silva Romero, a quien sólo conocía como columnista, y al que me une una pasión devastadora por el cine. Es un narrador de casta. Me llevó de nuevo a pensar en los espectadores de las tragedias griegas, que no iban al anfiteatro para enterarse del destino de Edipo o de la treta genial urdida por Lisístrata, que se sabían de memoria. No: iban a gozar con las palabras escritas por Sófocles y Eurípides. Igual en este caso. De sobra es conocido el tétrico epílogo que tuvo aquel autogol con que Andrés Escobar, el indiscutible 2 de la mejor Selección Colombia de todos los tiempos, inauguró durante el Mundial ’94 el marcador del partido contra USA en Los Ángeles, el 22.6. Apenas diez días más tarde, lo ultimaron de seis balazos saliendo de una discoteca en su ciudad, Medellín. Esta es la historia que cuenta Autogol. La sabemos desde antes de empezar. Y el arte de mi tocayo es contarla de tal modo que uno se la jala casi de una sola sentada.

 

Weiß/Colonia, 12.7. (1)

Esta casa se ha convertido en un pandemonio porque a Diny se le metió en la cabeza sacar la moqueta de las dos habitaciones contiguas a la mía, el cuarto de huéspedes y su own room, es decir, las dos habitaciones que fueron de nuestros hijos, y cuya moqueta está ahí desde diciembre de 1975. Y Rebeca, que tiene vacaciones, vino a ayudarla, así es que lo mejor sería que me fuese a pasear al Rhin, pero las obligaciones mercenarias me retienen ante la pantalla. De todos modos, es una linda cosa escucharlas hablar a las dos, dos cotorritas incansables que trabajan incansablemente como abejas u hormigas; una rareza “zoológica” digna de estudio.

 

Weiß/Colonia, 12.7. (2)

Repaso lo que llevo escrito en lo que va de la semana, en este diario, y una vez más me asombro de lo intensa que es mi relación con Colombia. Hago arqueo en la estafeta, y de 89 correos que llegaron hasta las 8.14 p.m., 30 (exactamente la tercera parte) son de colombianos.

 

Weiß/Colonia, 13.7. (2)

Oskar en casa. Está almorzando mientras yo rallo queso parmesano para la minestrone que se anda calentando en el fogón. «Oskar, si sacas buenas notas este año en la escuela, ¿tu padre te autorizará por fin que compres la compu?» «Ya está autorizado, sacaré un promedio 2 [la nota mejor es el 1]». «Y cuando la tengas, la compu, ¿ya no vendrás más acá los miércoles?» «Claro que seguiré viniendo». «¿Seguro?» «Seguro». «¿Y por qué?» «Porque yo no vengo aquí sólo por la compu de la abuela» «¿Sino?» «También para estar con vosotros.» «Gracias, hijo». Adoro a este niño; tenerlo en casa es como tener un rayo de sol, la ilumina con su presencia.

 

Weiß/Colonia, 13.7. (4)

Anahí, la Lectora por antonomasia, me devuelve mi manuscrito de Límeri de Bueno Saire con sus anotaciones, correcciones, sugerencias, dudas y me demuestra, y cómo, que es una Lectora de cuerpo entero, de raza, que realmente sabe leer, cosa que no todo el mundo que lee, sabe.

 

Weiß/Colonia, 14.7., primera hora del día

Es tanta la gente que sufre en el mundo, sencillamente porque no le supieron o no le quisieron mentir amor Con lo poco que cuesta hacerlo Cuando Mary McCarthy puso fin en 1957 al enredo amoroso que mantenía con John Davenport, un crítico londinense, Hannah Arendt le escribió que las falacias de él («mentir acerca de sus orígenes y pasar por ser aristócrata en Inglaterra») no eran tan sólo una forma satírica de mofarse de los ingleses y sus normas sociales, sino también una estafa, pero en cualquier caso se relacionaban con hechos que alguna vez saldrían a la luz y que lo denunciarían como embustero; mientras que por el contrario «alguien que miente acerca de sus “sentimientos” está realmente a salvo: ¿quién puede descubrirlo?» ¡Qué gran verdad, Hannah! ¿Quién puede descubrir que alguien miente cuando dice que ama? 

 

Weiß/Colonia, 15.7., primeras horas del día

The King, tenía ganas de verla porque me la perdí en el cine y es la primera vez que la pasan en la tele, al menos que yo sepa, y por los dioses que la estuve persiguiendo. Es una peli de la cual lo menos que se puede decir es que resulta turbadora, de principio a fin. Es como una tragedia de Shakespeare pasada por la turmix del cine independiente. Lo que en Shakespeare subyuga, aquí termina estragando. Pero la turbación no deja de estar presente. “Ese” Sur de los Estados Unidos (ese de The King, In the Heat of the Night y Burning Mississipi, las novelas de Faulkner y los dramas de Tennessee Williams, ¡no el de Gone With The Wind!) es la mejor, si no la única, contribución real del país al imaginario del cine. A nuestro disco duro de ese imaginario.

 

Weiß/Colonia, 15.7. (1)

Repesco el libro de Diana Athill, Antes de que esto se acabe, y me entran muchísimas ganas de regalárselo a alguien. No puede ser a nadie joven, tiene que ser a alguien que realmente tenga a sus espaldas al menos la mitad de los años de Diana, ¡y ya va acercándose a los cien! Antes de enviárselo a quien sea, que aún no sé quién será, quiero copiar aquí algunos fragmentos que me dicen muchas cosas. Como este: «A lo largo de la década de mis sesenta años me sentí como si estuviera aún a la distancia de un grito de la edad madura, no del todo a salvo a su orilla, es posible, pero sí como si navegase por aguas poco profundas, por su repisa continental. Esto es algo que no cambió con mi 70° cumpleaños, pues me las ingenié para no darme apenas cuenta de que había llegado. Pero los 71 sí lo cambiaron. Estar “por encima de los 70” es ser  viejo: de pronto había encallado en esa realidad y vi que había llegado la hora de hacerse a la idea». O este: «Nos hemos de extinguir, con la sola diferencia, respecto a los dinosaurios, de haber colaborado mucho más que ellos en el cumplimiento de nuestro propio destino». O este, conmovedor y tan cargado de una dolorosa verdad, cuando habla de la muerte de su hermano: «Lo que lo colmaba al aproximarse la muerte no era miedo al deterioro físico que pudiera sufrir (de hecho, al final apenas hubo deterioro), sino la pena por tener que despedirse de aquello de lo que nunca jamás se hubiera podido hartar».

 

Weiß/Colonia, 15.7. (2)

Un día perdido. Correos absurdos que hubo que contestar, con enojos programados. Llamadas telefónicas sinsentido. Una traducción mercenaria que me dejó la espalda como una tabla, igual que ayer, de la pura tensión de poner en español lo que la autora quiso decir en alemán pero no supo decirlo, así es que me convertí en un traduttore traditore para salvar su texto. ¿Por qué la gente no escribe «las cosas que pasan en la calle», por qué creen que es más lindo «los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa»?  ¡La progenitora que los dio a luz!  Mi venganza es que los traduzco a ese lenguaje poético que quería Machado. Y además, menos mal que pude contrarrestar mi cabreo dedicándome a la cocina. Salvé gran parte del timbal de espaguetis que sobró ayer porque Diny cocinó como si tuviésemos tres Oskars en la casa; los recalenté (el bueno de Massimo Balduini, gran cocinero, me hubiera excomulgado ipso fuckto) mezclados con unos arenques –de lata– marinados en tomate alla toscana, y me chupé los dedos con ese almuerzo. Y con las papas cocidas que sobraron de anteayer me hice luego una tortilla española para la cena. Fue la mejor manera de distraerme de construcciones tales como «No entendí mi artística mediación artística como producción artística [sic], sino como una prolongación del arte y una oportunidad única de aportar al cambio de los espacios sociales». Sea ello lo que fuere.

 

Weiß/Colonia, 16.7. (1)

Recibí de MQS un mail colectivo abierto y le escribí rogándole que si no sabía enviarlos por el sistema de copia oculta, me borrase de ese directorio. Mi mail, por el sistema de copia oculta, lo recibieron también todos los demás destinatarios del suyo. Varios de los cuales le han escrito a MQS y a mí, compartiendo mi ruego. No así una destinataria que me sale con un domingo siete: «Sí, pero ud. debió enviarle el correo sólo a M, no a todos y todas». Y a la que le he contestado lo que debe contestarse en estos casos: «Lo hice por el sistema de copia oculta y para alertarlos, 1°, acerca del peligro de que nuestras direcciones caigan en manos de las redes de spams; y 2°, de lo fácil que es que como consecuencia de un descuido así, les pueda enviar e-mails cualquier desconocido. Por lo demás, «todos» incluye «todas», como «ustedes» incluye «ustedas». Vale». Ya lo decía sabiamente Flaubert: puedo soportarlo todo, menos la estupidez.

 

Weiß/Colonia, 16.7. (2)

Volvió a malograrse el halógeno de la lámpara principal en nuestro salón, y Diny juró que nunca más en la vida volverá a entrar un halógeno en nuestra casa, por lo caros que son y lo poco que aguantan. Me emplazó para que fuésemos hoy de compras al centro, a Karstadt, donde tienen un surtido de lámparas muy lindas, casi todas muestras únicas para algunas exposiciones, y por lo tanto muy rebajadas. Yo descubrí una que me gustó y que costaba 99 €, Diny –cuyo gusto es bastante mejor que el mío– descubrió otra que costaba 249 €. Es obvio que compramos la que le gustó a ella. Una pena, porque es con halógeno. Pero lo bueno fue el trayecto en tranvía, donde en la parada Chlodwigplaz subieron dos chicas jóvenes con trajes de cuero negro y medias en encaje negro, la una tocada con un sombrero digno de Ascott, y la otra con un tetamen casi a la vista, y se me sentaron al lado: eran dignas de verse, estuve por preguntarles si iban al Eros Center a un castin de dóminas. Y lo mejor fue que después de la compra de “su” lámpara, invité a Diny a comer en el italiano del pasaje subterráneo, junto al súper de Karstadt, y me consolé de la no compra de “mi” lámpara con una suculenta sopa de pescado alla sarda, y un vino al pelo.

 

Weiß/Colonia, 16.7. (3)

Esta tarde y esta noche son para pasárselas delante de la tele, la programación no puede ser más suculenta. Empezando por Men in Black y terminando por Sacramento (que seguramente debe a la censura el “poético” título español Duelo en la alta sierrala alta sierra, ¡oh!), pasando por Reservoir Dogs y una joya como Thelma & Louise. Con todo, no elijo ninguna de las cuatro, sino Spanglish, que me parece injustamente infravalorada. Estoy de acuerdo con Milan Paulović cuando dice que «[en las pelis de James L. Brooks] las personas son sus efectos especiales», y especialmente en esta, con Paz Vega, Téa Leoni, Cloris Leachman y Adam Sandler actuando a tope. Poker de ases, con un comodín precioso: Shelbie Bruce, en su única peli fuera de la TV.

 

Weiß/Colonia, 16.7. (4)

Se consolida la norma de que haya una cuota (=Quote, en alemán) de puestos reservados para mujeres en organizaciones de toda índole, sobre todo en los partidos políticos. Un hecho al que en Alemania tenemos que agradecerle el neologismo creado para la mujer que llega a un puesto determinado en virtud de dicha norma. Se la llama “Quotilde”. Espero que el ejemplo cunda.

 

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