Leo los Cuentos completos de Lydia Davis y en un determinado momento me pregunto: “¿qué tiene todo esto que ver con la vida real?” Yo mismo me sorprendo de la pregunta. ¿Tiene sentido hacerse una pregunta así? Los cuentos de Lydia Davis, si usted no los conoce, son muy recomendables. Muchos de ellos son magistrales, aunque no me atrevería a decir que son “cuentos” geniales, porque una de las cosas que hace Lydia Davis es extender y retorcer la noción clásica de lo que es un cuento. Por ejemplo, el extrañísimo “Te echamos de menos: Estudio de las cartas que un grupo de alumnos de primaria escriben a un compañero, deseándole mejoría”, que no es otra cosa que un estudio digamos sociológico o socio-psicológico del tema enunciado, escrito en el tono característico de este tipo de textos. Me recuerda a experimentos del tipo “Cómo escribí algunas de mis canciones” de Donald Barthelme, donde la ironía y la distancia se alcanzan creando un objeto literal, plano y totalmente carente de inflexiones. Pero, ¿qué decir de textos como “La visita a Alemania del señor Burdoff” o “Bocetos para una vida de Wassilly”?
Me pongo a leer este último relato y escucho una voz dentro de mi cabeza que dice: “pero esto no es REAL, es sólo un juego”. No hago caso de la voz, y sigo leyendo. El cuento, como todo Lydia Davis, está maravillosamente escrito (y maravillosamente traducido por Justo Navarro), pero la voz vuelve a hablar y dice, en esta ocasión: “sí, Lydia Davis ESCRIBE muy bien, pero ¿qué tiene todo esto que ver con la VIDA REAL?” De modo que interrumpo de nuevo la lectura y le digo a la voz: “¿qué coño dices? ¿es que somos realistas ahora? ¿Es que no ha quedado claro ya que un relato es una OBRA DE ARTE y no una especie de documento o reportaje sobre la realidad?” “Sí, sí, claro”, me dice la voz, “pero ¿qué sentido tiene leer un texto que es un JUEGO que no tiene nada que ver con la VIDA REAL de las personas?” Un poco angustiado, sigo leyendo “Bocetos para una vida de Wassilly”, y enseguida me doy cuenta de que este texto es en cierto modo un juego, es verdad, pero que este juego está lleno de pequeñas revelaciones sobre la VIDA REAL, de visiones, sensaciones e intuiciones que son idénticas a otras visiones, sensaciones e intuiciones que yo he tenido, y que Lydia Davis parece tener la habilidad de detenerse en lugares (que son muchas veces lugares mentales, formas de pensar o de percibir) por los que yo transito todos los días sin darme cuenta, o sin decidirme a reconocer que existen, o sin atreverme a hacerlo. De modo que “Bocetos para una vida de Wassilly” tiene que ver con la VIDA REAL, y su lectura tiene sentido y no es una pérdida de tiempo.
Pienso que mi voz interior tiene razón, y que la pregunta “¿qué tiene esto que ver con la vida real?” es una de las más pertinentes que pueden hacerse sobre un texto literario. Sin duda el problema es que lo que llamamos “vida real” no es lo mismo para todo el mundo, y la cuestión central es que no debemos confundir el “realismo”, que es una simple tendencia literaria, con la “realidad”, que de acuerdo con la física moderna tiene once dimensiones, y eso sólo hablando del espaciotiempo.
Supongo que la razón de que a ciertas personas no les interese, por ejemplo, Haruki Murakami, es que para ellos un libro como El fin del mundo no tiene nada que ver con la vida real. Les parece un juego caprichoso, una novela “fantástica” o de “ciencia ficción”, y no pueden conectarlo con ninguna de sus preocupaciones ni de sus vivencias.
Recuerdo, por otra parte, la sensación que tuve al ver Matrix: “¡Por fin una película realista!”