Estaba el otro día hablando con mi amigo Joaquín de ser los sosos de la fiesta. Literalmente: los sosos de la fiesta. Cualquier fiesta. Ahora no es que seamos La Risión, pero había que vernos en el instituto cuando, por timidez o tontería, no abríamos la boca ni nos relacionábamos con nadie no fuera cosa qué.
Poco a poco vas rompiendo el hielo (también podía haberme quedado en casa terminando «Praxis del Cine» de Noël Burch, que la semana que viene hay examen): te acercas a un grupo o bailas moviendo sólo los brazos o bajas a por cerveza con alguien que no conoces o buscas a otro colgado o simplemente escuchas al anfitrión. Porque en seguida aprendes que la gente no va a interesarse por ese que mira el suelo. No murmuran «qué gran mundo interior debe tener». No, te ven como un muermo. Un plasta. Y huyen. Fus-fus. Y no sin motivo, ya que veinte o treinta personas en una casa ajena no se van a amoldar a ti. Así que te tomas una copa, te relajas y adaptas. Eventualmente, cuentas un chascarrillo que hace gracia, acabas desayunando torreznos en el bar Iberia con el resto y te vuelven a invitar.
CORTE A: Cars 2.
Por si acaso usted, lector de fronterad, no ha visto Cars 2, va de un Coche Rojo (también conocido como Rayo McQueen, también conocido como el prota de la uno) y su muy mejor amigo del mundo mundial: una Grúa (también conocida como Mate, también conocida como «el paleto ese, o redneck como dicen los modernos») con la que vive exóticas aventuras. Como una carrera en Japón donde el Coche Rojo se juega su prestigio de líder, ayudado por las instrucciones que le dicta la Grúa desde los boxes.
Hasta ahí, todo bien. El problema está en que la Grúa ve la posibilidad de mojar el churro con un cochecito morado precioso y deja tirado a su muy mejor amigo en mitad de la carrera, provocando que pierda de forma estúpida. No es la primera vez que le humilla en público, pero sí la más grave. El Coche Rojo le suelta una bronca morrocotuda por haberle abandonado, con razón, y la Grúa decide volver a EEUU. Que luego no consigue coger el vuelo, pero eso ya es otra historia.
El caso es que el Coche Rojo, en cuanto lee la carta de despedida, se arrepiente de lo que ha hecho porque su amigo siempre ha tenido un gran corazón. Que como compañero sea un inútil (incluso un inútil peligroso) de repente pasa a un segundo término y necesita pedirle disculpas a la Grúa y decirle que no cambie. Que siga igual. Que es la bomba y que el resto del mundo debe ser el que le acepte tal y como es.
Ya. Claro.
CORTE A: Wall-E.
Al contrario de Cars 2, que tiene las peores críticas que ha recibido Pixar, Wall-E es universalmente adorada. Podría entrar en qué me gusta y qué no (qué pinta ese Fred Willard humano, por ejemplo) y discutiríamos durante horas soltando cosas que ninguno de los dos realmente siente -aunque alguna vez hemos pensado- y nuestra relación se vería dañada para siempre. Así que voy a centrarme en algo: Wall-E es un pagafantas. Hasta ahí, todos de acuerdo.
Wall-E es El Pagafantas definitivo y se pasa toda la película intentando conquistar a Eve, la robota que parece designed by Apple in California. Toda la película pico y pala y tururú, y pico y pala y tururú, hasta que Eve descubre en un vídeo lo que Wall-E hizo por ella mientras estaba hibernando. Y, en vez de verlo como el abuso de una paciente en coma (una versión galáctica de Hable con ella, si se quiere) lo considera un gesto de amor sobrecogedor y eso provoca que la robota, zas, también se enchoche.
La fantasía absoluta de todo pagafantas: yo no voy a cambiar porque ella, tarde o temprano, se dará cuenta de lo ciega que ha estado todo este tiempo y se enamorará de mí.
Yaaaa. Claaaaro.
Sólo con el comienzo de Up o el «¡Gatito!» fuera de plano con el que termina Monstruos S.A. o el flashback del crítico en Ratatouille o los juguetes agarrándose de la mano en Toy Story 3, los de Pixar consiguen que, maldición, algo se me ha metido en el ojo. En los dos ojos, sí, qué pasa. Hay polen. Hay mucho polen en el aire. En agosto, sí. Ya hay polen todo el año. Será por las farmacéuticas esas, no me distraigas que ya no sé por dónde iba.
Decía que los de Pixar han demostrado una y otra vez ser los amos en llegar a tu corazoncito, acariciarlo, estrujarlo y dejártelo irreconocible. Pero cualquiera que se ha pasado una fiesta entera observando cómo crecían las plantas, cualquiera que le ha hecho un putadón a su mejor amigo, o que ha ido como loco detrás de una chica (todo eso incluso en una misma noche) puede asegurar que ese consejo de Be Yourself ™ descafeinado no da muy buenos resultados a medio/largo plazo. Puestos a elegir, resulta más intrigante la moraleja de “si todo el mundo es especial, entonces nadie lo es” que adornaba Los Increíbles. Puestos a elegir.
Aunque también es muy probable que busque demasiadas lecturas de una película de coches voladores y explosiones y persecuciones y villanos con monóculo. Aunque también, quién sabe, esos viernes leyendo a Noël Burch afectaron más mi cerebro que cualquier mensaje de la factoría Disney.