Julio Cortázar siempre me ha parecido uno de los más grandes escritores del siglo XX.
Cuando le leía en los años setenta y ochenta, que era la época en que llegó a ser más famoso y la época en que yo comenzaba a intentar escribir en serio, Cortázar era el autor que más me gustaba y también el que más me influía. La primera novela que terminé estaba escrita un poco al estilo de Cortázar, con frases muy largas y fluidas, colocando las comas y los puntos de la misma forma que los colocaba él. A veces un punto donde debería estar una coma, para sorpresa de todos, y a menudo una coma en el lugar donde uno esperaría un punto, este era un rasgo de su estilo que me parecía especialmente embriagador, tan embriagador que yo lo imitaba, lo imitaba, y me sentía feliz.
Cuando leía los cuentos de Cortázar, especialmente los cuentos, me parecía que su estilo no era tan concentrado como, digamos, el de Onetti o el de Rulfo, sino muy suelto y ligero, con una prosa como desflecada que me resultaba muy atractiva. Hoy, al releer los cuentos, me doy cuenta de que están escritos con un estilo infinitamente cuidado, casi demasiado refinado.
¿A qué se debe esto? Me da la impresión de que en los últimos treinta o cuarenta años el estilo literario se ha aligerado y desnatado mucho, y que lo que en los setenta nos parecía suelto y casual hoy nos parece casi tan denso como el encaje. Noto el mismo fenómeno en muchos autores de aquella época que me parecían dotados de un estilo «transparente», como Ignacio Aldecoa por ejemplo, y que al leerlos hoy me asombran por la riqueza y la complejidad de su tejido verbal.
Cortázar me atraía sobre todo porque era un autor con un fuerte lado fantástico, porque era un autor que hablaba de la condición contemporánea («Las babas del diablo», «El perseguidor», Rayuela), porque era un autor dotado de un enorme sentido del humor, porque concebía la novela como un gran juego (62, modelo para armar) porque estaba fascinado con el jazz y, por encima de todo, porque era un autor metafísico que tenía el valor y la inteligencia y la intuición necesarias para adentrarse en territorios de la conciencia en las que ningún otro autor que yo conociera sabía adentrarse.
Mis primeras experiencias de meditación (claro que entonces no sabía que eran experiencias de meditación y tardé muchos años en comprender que aquellas experiencias eran, en realidad, experiencias de meditación) las tuve gracias a Cortázar. Cortázar y Borges fueron mis primeros maestros. No sólo en la literatura, sino sobre todo en la vida.
La obra de Cortázar, al igual que la de Borges aunque quizá todavía con más intensidad y más riesgo que la de Borges, y quizá con una intensidad y un riesgo comparables a la de Lezama Lima, funda una nueva metafísica. Me apresuro a corregirme: no una nueva metafísica, ya que la metafísica es parte de la filosofía y Cortázar no es en absoluto un filósofo (como no lo son tampoco Borges ni Lezama). Más bien una nueva filosofía. Una nueva sabiduría.
El pensamiento de Cortázar se centra en las posibilidades de la conciencia, en sus niveles ocultos e inexplorados y también en las posibilidades transpersonales y multidimensionales de la existencia humana. En este sentido, su obra narrativa no tiene paralelo con ninguna que yo conozca. Si Proust es el gran poeta de la memoria y de la psique sensorial, Cortázar es el gran aventurero de la psique multidimensional.
Me fascina el olvido e incluso el desprecio que rodean hoy en día a la figura de Cortázar. Los que lo leían con asombro y maravilla hace treinta años hoy parecen avergonzados y aseguran sentirse fascinados con autores de segunda fila como Raymond Carver o Paul Auster.
Lo más asombroso es lo intensamente original y personal que resulta la exploración de Cortázar. No se parece a Jung, ni a Campbell, ni a Gebser, ni a Corbin. Él cita a veces a Gurdjieff, a Ouspenski, a los sufíes y a menudo a los surrealistas. Quizá la psicología budista avanzada (Abidhamma Sangha) sea un antecendente reconocible.
¿Habrá un momento en que Cortázar regresará por fin del olvido? ¿Se le empezará a leer de nuevo? ¿Se le empezará a leer por fin?