Vengo de donde se junta el comienzo con lo que empieza desaparecer.
¿Qué es lo que borra el limpiaparabrisas?
No es el verano, son los viejos queridos.
Sonríen sin dolor, pero lo demás les duele. Lo simulan, entonces, si les ves; o no fingen si estás delante de ellos y a lo tuyo como si no importaran ya,
que lo crearon todo:
la ciudad en mi caso, el sol en mi caso, la noche, las bombillas, los libros,
toda la naturaleza, toda la civilización.
Nos trajeron aquí desde el ciego cosmos, y ahora les cuesta levantarse del sofá, hacen otro esfuerzo -este sí infinito- por apoyarse en el brazo de un sillón y levantarse. Aún quieren dar.
Luego caminan, se apoyan en ti, cuentan batallas al lado del mar del que vinimos y que ya está pidiendo el regreso,
el de ellos, primero, sin piedad, minuciosamente,
sus sales, su agua, su amor, su manera de hablar y de haber etendido,
«Todas las victorias son blandas»,
de entregar una mirada sin distancia pero a media luz, los ríos de pensamientos incontables que van a parar.
El limpiaparabrisas como un tictac, y el cielo quieto, eterno, como el fondo del reloj.
Regreso, y (aunque no puedes decirlo si no quieres despedirte) agradeces la vida a los que se van quedando más cerca del océano que a todos nos rodea: las habitaciones de la niñez, las aceras, la primera vez que agarras la tierra con tu puño y no sabes que dirás: padre y madre.