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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 35 / 2011

De mi Diario : Semana 35 / 2011


Weiß/Colonia, 28.8., primera hora del día (1)

Mi regalo de cumpleaños a Diny, el concierto de la orquesta palestino/israelí dirigida por Daniel Barenboim. La Philarmonie con lleno hasta la bandera, dirían los críticos taurinos. Mucha gente ante el edificio con el cartelito COMPRO ENTRADA. Las nuestras son en el sector Q, que es el preferido por Diny. Primero la obertura “Leonore”, para calentar músculos. Y luego la octava sinfonía, que siempre me ha parecido que Ludwig van la compuso con el material que le sobró de la sexta. Durante la pausa se me ocurre un tuit que a lo mejor se lo paso a Ana María, la más musical de mis amigas: «El contrabajo se llama así por el esfuerzo que significa transportarlo». Y tras la pausa, la 7ª, que es mi favorita, y que Barenboim interpreta corrida, sin hacer pausa de ninguna clase entre cada movimiento. Quedo fascinado. Mientras aplaudo me digo que debería volver a leer El “allegretto” de la Sinfonía VIIª, la novela corta de Eugenio Noel. Recuerdo que la leí allá por 1961, y no me quedó impresión mayor de ella. Seguramente porque está tocada del ala desde el título: nada que se titule así puede acercarse ni de lejos a esa melodía incomparable.

 

Weiß/Colonia, 28.8., primera hora del día (2)

Es tan apabullantemente estúpido tratar de hacer un canon de la literatura latinoamericana del siglo XXI que uno lee este artículo de Carlos Fuentes y termina concluyendo que no desea que la propia materia gris (por mera caridad hacia ella misma) envejezca de tal modo. Ahora, eso sí, sus dos cánones incluyen por omisión grandes aciertos: en el del siglo XX no figura ninguna novela suya, y en el del XXI ninguna de Roberto Bolaño. Un resto de lucidez, pues, le queda.

 

Weiß/Colonia, 28.8.

He decidido hacer algo que nunca hice hasta ahora. Traducir un libro. Bueno, miento.  Una vez traduje uno. En 1967. Alguna vez se lo conté a Jimena. Vivíamos Diny y yo en Buenos Aires, y Julio Nicolás [su padre] me llamó para decirme que en la editorial Guillermo Kraft buscaban a alguien para hacer una traducción de un libro alemán, y que él acababa de hablar con el director recomendando mi nombre. Recomendación que surtió efecto: me telefonearon de la editorial, acudí a una cita y me ofrecieron la traducción. Por mi gusto, después de ver de qué se trataba, hubiese dicho que no, pero no podía hacerle ese feo a Julio Nicolás, de manera que firmé el contrato, que no era nada malo, no. Sin joda, no era nada malo. Lo malo, era el libro. Se trataba de un mamotreto de unas 500 páginas largas, titulado Hinduismus und Christentum [Hinduismo y Cristiandad], elaborado por un equipo de jesuitas que habían vivido más de 800.000 mil años en la India, habían estudiado a fondo el hinduismo y habían terminado por elaborar el siguiente tour de force del casuismo : Cuarenta páginas explicando de qué modo admirable los hindúes entienden el fenómeno de la creación del mundo, y a continuación diez páginas contundentes explicando que el Génesis contenía la verdad absoluta acerca de cómo se fizo nuestro putísimo mundo. Cuarenta páginas aclarándonos qué maravilla es la fe en la transmigración de las almas, y a continuación diez páginas lapidarias aclarando que todo eso era una manuela mental y que hay que creer con los ojos cerrados en la resurrección de la carne y en el día del Juicio final a las 5 p.m.  Y así una y otra y vez sucesivamente, con regularidad no ya exasperante sino mucho más pior, ¡¡predecible!!, hasta llenar las susodichas 500 páginas. Tras de las cuales cualquier lector inteligente, aunque hubiese sido cristiano a machamartillo al comenzar la lectura, promediando la misma ya habría mandado a tomar por culo al cristianismo y a quien lo fundó ¡¡y justo esa reflexión es la que a fin de cuentas me hizo firmar el contrato!!  Lo confieso de la manera más contrita posible. Pero sin el más mínimo arrepentimiento. Y esta vez seré yo quien decida qué libro quiero traducir. Y hasta sé cuál. Pero primero tengo que releerlo. Será mañana.

 

Weiß/Colonia, 29.8. (1)

Llama Oskar, que esta noche viajará con su padre, en tren, a Basilea, y desde allá regresarán los dos en bici, siguiendo todo el tiempo el camino de sirga del Rhin. La distancia en línea recta son 379 km, y la real, por la orilla del río, 494. Esperan estar de vuelta el sábado. Pero la llamada de Oskar tiene que ver con que ha perdido su iPod y cree que ha sido acá, en casa. La abuela pone el piso patas arriba, sin encontrarlo. Oskar aparece al rato, para contribuir al desbarajuste, y se va muy triste. Sólo para mí es una alegría porque así tuve la posibilidad de darle un beso de despedida.

 

Weiß/Colonia, 29.8. (2)

Lo he decidido. Voy a traducir Der letzte Sommer [El último verano] de Ricarda Huch,   la única novela “policial” que escribió. Es un relato epistolar y sucede en la Rusa prerrevolucionaria, es algo así como El jardín de los cerezos pero en plan thriller a cámara lenta. Creo que me voy a divertir de lo lindo traduciéndola. El texto lo componen 56 cartas, así es que traduciendo en promedio una carta por día, y comenzando hoy, como lo voy a hacer, en dos meses puedo acabar. Para ello se necesita cierta disciplina y que no me caigan enmedio algunas ocupaciones mercenarias. Pero en cualquier caso se trata de un capricho, así es que me puedo tomar todo el tiempo que necesite para darme en la madre del gusto, como solía decir el Toño Cisneros, y esta es la hora en que todavía no sé si se trata de algún peruanismo o de un cisnerismo.

 

Weiß/Colonia, 30.8., primera hora del día

The Station Agent es una joya. La historia del enano que hereda una estación de ferrocarril por donde ya no pasa ningún tren, eso es literatura en estado puro. Y los diálogos Por ejemplo con Joe Oramas, el cubano dueño del chiringuito de las salchichas y las papas fritas enfrente de la estación: «Tú, man, déjame preguntarte algo personal. ¿Ya has tenido sexo, de verdad?» Y Fin, el enano: «Sí». «¿Con una pájara de tamaño normal?» «Con una pájara de tamaño normal». O el que mantiene Fin con Emily, la rubita de la biblioteca municipal, antes de que ella le pida pasar la noche con él: «Ahora estoy jubilado». «¿No eres demasiado joven para estar jubilado?» «No, los enanos nos jubilamos antes. Es algo natural». «Sí, para los enanos haraganes». Qué delicia la de gozar pelis como esta, que no quieren cambiar el mundo, sino contárnoslo.

 

Weiß/Colonia, 30.8.

Las putas callejeras tendrán que pagar en Bonn un impuesto municipal de seis euros diarios, con absoluta independencia del número de sus clientes. El Municipio cobrará el impuesto por medio de un parquímetro habilitado ex profeso –que expenderá un ticket ad hoc–, amenazando con razzias regulares de inspección, a fin de que no haya delincuentas con una moral fiscal laxa que infrinjan el 6° mandamiento sin contribuir a sanear las arcas edilicias. Dominus vobiscum!

 

Weiß/Colonia, 31.8., primera hora de la noche

Mi debilidad por el cine y los actores ingleses es algo de toda la vida, y creo que empezó el día en que vi por primera vez El tercer hombre, lo que tiene que haber sido allá por 1950;  todo ese tiempo tengo indesgrabables en la memoria la escena final y la melodía que desgrana la cítara de Anton Karas (hay por cierto una estupenda versión de ella por Los Beatles). Y esta noche pasó la tele una peli inglesa que no conocía, pero me bastó contar con la presencia en ella de Brenda Blethyn: On a Clear Day, la historia del ingeniero naval al que despiden de su astillero y se le mete en la cabeza cruzar a nado el Canal de la Mancha. Me gustó sin que sea cosa de echar las campanas al vuelo. Sigue pareciéndome que Secret & Lies es la mejor actuación de la Blethyn: la expresión de su rostro en el momento que rescata del desván de la memoria cómo fue que la concibió, y asume que sí, que esa negrita joven sentada a su lado también es hija suya, es uno de los iconos de mi imaginario de cinéfilo. Pero el director, claro, era Mike Leigh. Un crack.

 

Weiß/Colonia, 31.8.

Mi tocayo me comenta que «qué bonita es The Station Agent. Creo que, en ese nivel, sólo he podido encontrar Lars y la chica real. ¿La conoces?», y le contesto que «sí que son lindas The Station Agent, y Lars & the Real Girl, y en ella otra vez Patricia Clarkson (acuérdate, es la sicóloga). Deberíamos hacer un catálogo de pelis que yo llamaría entrañables, como esas dos, y Stanley & Iris, y la checa Botellas retornables, y la francesa Cuscús con pescado»  Luego, además, me acuerdo de Hwal, que la volveré a ver ya pasada la medianoche, con harto whisky encima, porque si no, no la soportaría.

 

Weiß/Colonia, 1°.9. (1)

Diny se ha ido a Maastricht con Chico, Angie y Vincent. De shopping. Y me pregunto por qué no puedo escribir ni decir nunca la palabra shopping sin pensar en Schopenhauer. ¡Cuál será la razón de la sinrazón que a mi razón se hace!, suspiraré con Don Quijote.

 

Weiß/Colonia, 1°.9. (2)

Terminé la lectura de los dos libros de Alejandro Zambra que me envió Jordi Herralde. Ya le escribí que Bonsái me pareció anoréxico [me comenta el Chancho: «La cagada con el bonsái es que sólo crece en maceteros»], y de Formas de volver a casa no sabría qué decirle, porque a mí toda esta literatura dizque posmoderna, sobre la propia literatura, todo ese onfalocentrismo, ya me tiene hinchadas las pelotas hace mucho tiempo, y en este caso además la cosa se agrava con el hecho de que el autor es políticamente correcto. Roberto Bolaño, que no es santo de mi devoción, pero era chileno y debía saber de lo que hablaba al hacerlo de su país (claro está que no necesariamente, pero la presunción corre a su favor), dejó escrito que «Chile es un país en donde ser escritor y ser cursi es casi lo mismo». Presumo también que si Bolaño era honesto y congruente, se incluiría en ese juicio. Pero en el caso de este joven Zambra lo que me irrita no es la posible cursilería, y de ella hay muestras sobradas en su novela, sino lo otro, el nadar a favor del mainstream y estar a bien con tutti quanti. No es posible que llames hijo de puta a Pinochet y te alaben en El Mercurio. Algo huele a podrido en Chilemarca.

 

Weiß/Colonia, 2.9., primera hora de la noche

Siguiendo con la lista de pelis entrañables que ya empecé con mi tocayo, hemos añadido Once y Yi-Yi, y ahora, después de volverla a ver, yo sumaría a la lista L’enfant, que es una gozada, estoy de acuerdo con Milan Paulović cuando dice que el verdadero niño de esta peli no es el bebé que tienen Bruno y Sonia, sino Bruno. Y estoy también de acuerdo con él en que los Dardenne son los herederos naturales del director que más he amado y amo: François Truffaut. En cualquier caso, nuestra lista de ocho pequeñas entrañables creo que vale la pena, son pelis de esas que siempre querremos volver a ver, nunca nos cansarán y cada vez nos dirán algo nuevo, y con excepción de Stanley & Iris (que además sólo los cinéfilos sabemos qué peli es), ninguna estrella.

 

Weiß/Colonia, 2.9. (2)

Paul ha regresado del viaje a Holanda con su grupo juvenil de la escuela. No ha traído nada más que un regalo, un colgante de llavero para Diny, con esta leyenda en neerlandés: LA ABUELA ES LO MEJOR. Y Frank y Oskar han llegado ya con sus bicis a Espira, aunque según parece no terminarán el resto de trayecto pedaleando, sino que embarcarán en un crucero, en Maguncia, y bajarán por el río hasta Wesseling, a un par de km de casa. Lo sabíamos de antemano: 494 km son demasiado para un chico de once años. Pero bueno, jamás podrán echarle en cara que no lo intentó. Grande mi Oskar, coño, si fuera español dirían de él que es “un chicarrón del Norte”.

 

Weiß/Colonia, 2.9. (3)

Bajo al garaje para traer botellas de las tres clases de agua mineral que se beben acá. Hoy ha sido un día de un sol intenso, y lo primero que percibo, al abrir la puerta de la casa, es una especie de calina paradójicamente fresca (la evaporación de toda la lluvia que había empapuchado el suelo) y perfumada, a medio camino entre el tomillo y la vainilla. Es deleitoso caminar como abriendo una trocha enmedio de una selva invisible y fragante.

 

Weiß/Colonia, 3.9.

Otro día para ponerse a putear contra los programadores de los canales de TV. A las 8.15 p.m. Space Cowboys, de Clintosaurus Rex, como lo llamó el Time Magazine. A las 9.45 Aanrijding in Moscou [Choque de autos en Moscou, un barrio de Gante]. A las 10.35 The Shooting, uno de los pocos western de Jack Nicholson. A las 11.00 Goldfinger, tal vez el mejor James Bond. A las 0.30 a.m. Syriana, tan actual en estos momentos. Y a las 0.45 Little Children, irresistiblemente atractiva pese a todas sus carencias. ¿Me querrán explicar esos hijueputas de dónde piensan que voy a sacar tiempo para seguir traduciendo a Ricarda Huch y subir las páginas de mi diario a Fronterad?  Vistas las circunstancias, me conformaré con la peli belga y tal vez Little Children. La belga es una gozada. ¡Qué pena que no la pasen en el original flamenco, las puteadas en flamenco son casi tan buenas como las mejores del mundo, que dizque son las napolitanas!  Aunque claro está que ninguna superará aquella que escuchó don Bruno Weickert, cuando terminada la guerra viajó de Huelva a Alemania para ver en qué situación se encontraba su familia, y en la cantina de la estación de Fráncfort se la oyó decir a un mexicano. Al pobre hombre le sirvieron un plato de comida que evidentemente no condecía con lo que creyó que había encargado, y murmuró mirándolo: «¡Me cago en los veinticuatro cojones de los doce apóstoles!»  Para luego quedarse de piedra al oír que don Bruno y su esposa se echaban a reír a carcajadas, no se podía imaginar que esos alemanes sentados a su mesa entendieran español.

 

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