¿Reconocerá el escritor con Alzheimer los recuerdos que volcó en sus textos como suyos?
¿o le quedarán suficientes facultades como para discernir qué dosis de realidad quedó en su fabulación última?
¿De cuáles sospecharía primero, de los aspectos más ordinarios, o de los extremos?
¿Escribimos para no olvidar lo vivido?,
¿para enmendarle la plana a la cruda realidad?;
¿o para dejar huella por escrito, de cómo hubiésemos deseado actuar en tales circunstancias, y no lo hicimos?