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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 40 / 2011

De mi Diario : Semana 40 / 2011


Weiß/Colonia, 2.10., primera hora nocturna en plena Escocia

Shoot Out [en España se estrenó como Círculo de fuego] es uno de los western que más me gustan. Por el tema y la dirección, y sobre todo por el reparto. Gregory Peck está en su punto; Robert F. Lyons compone uno de los matones más desequilibrados, casi sicópata, en toda la historia del cine; Pepe Serna, siempre sobrio, es lástima que sólo actúe en una escena de la peli; el contraste de la serena belleza de Patricia Quinn (actriz que se prodigó poco) y la hermosura gitana de Susan Tyrell («Tiene un cuerpo como una cama sin hacer», dijo Rex Reed de ella); and last but not least Dawn Lyn, encarnando a sus siete años a Teresa (Decky) Ortega de una manera esperpéntica, según leí en una crítica de esas de quienes ven las pelis con “criterios” que hacen temblar al misterio. Me seduce el caso de Dawn Lyn porque empezó su carrera a los seis años y la cerró a los quince, en 1978. Y la causa no puede ser más injusta: su estatura, 1,47 m. Con ese “criterio” más propio del basket que del cine, se perdió una intérprete que prometía mucho, y nada esperpéntica por cierto. Pero nos dejó imborrable su Decky en el disco duro.

 

Weiß/Colonia, 2.10.

Ángeles, mi lectora fiel de todos los domingos (y hasta temo que no sólo este día), me pregunta por el lumbago de Montse, y al contestar le cuento una cosa que no le he dicho nunca a nadie. Y es que a veces tengo la impresión, leyendo los comentarios de los amigos acerca de mi diario, de que lo leen como si fuera una novela. Que no «realizan», como se diría en alemán, el salto de lo pintado a lo vivo, cuando si hay algo evidente, por lo menos para mí, es que mi diario es un ejemplo clarísimo del paso de lo vivo a lo pintado. Exceptuando las entradas que yo mismo me censuro alguna que otra vez, porque atañen a la más estricta intimidad de otro, en este diario estoy yo tal como soy, resistiendo no pocas veces la tentación de estar aquí como me gustaría ser: también porque si cediese a esa tentación, estoy seguro de que los lectores que más me interesan se darían cuenta de inmediato. Y no puedo ni quiero correr ese riesgo.

 

Weiß/Colonia, 3.10., primera hora del día

Pocas veces una peli me ha dejado tan triste, tan abatido. Mademoiselle Chambon. Antes de ponerme a escribir estas líneas contrasto todas las críticas que encuentro sobre ella. No hay una sola que sepa a qué atenerse. Los críticos de cine no saben qué decirnos cuando se filma la puta vida tal como es. Son capaces de inventar una semántica para celebrar las pajas mentales de Tarantino, pero se estrellan de narices si les ponen enfrente la realidad de la vida. Sin afeites, sin maquillaje, sin cataplasmas. Mademoiselle Chambon, qué peli para volverla a ver y llorar, llorar, llorar. Y que le den por culo al canon, donde no figurará nunca, pero qué carajo me importa eso.

 

Weiß/Colonia, 3.10., (1)

Hoy es día de fiesta, la unificación de Alemania, y Diny se ha ido con Chico, Angie y Vincent a un pueblito del Eifel, en la ruta de los volcanes (en Alemania se encuentra, cosa que poco se sabe, la mayor zona volcánica de Europa), mientras yo me quedo en casa, por desgana de todo.

 

Weiß/Colonia, 3.10., (2)

Javier, tan querido y tan modesto (¡él, que es de los pocos que se podría mostrar arrogante!) me cuenta que nuestro común amigo José María está empeñado en ser su editor y piensa que lo que él escribe puede interesar fuera del reducido círculo de sus amigos; y al final deja implícita una pregunta: «Ustedes dirán. Tal vez sea una pretensión arrogante». Le contesto: «Bueno, Carlitos desde luego está interesado, y yo, apenas dé de mano con un libro que me trae mártir, pienso emprenderla con el tuyo, pese a que soy muy mal lector en pantalla». Me responde: «Pantalla grande, ande o no ande. Yo me he puesto una pantalla de esas de «cine en casa» y leo de lejos, como si viera una película del oeste». Le contesto: «Siempre ha habido ricos y pobres. Pero tal como me dices que lees ahora, en pantalla “cine en casa», y de lejos, ¡viejo! ¡¡eso es una peli de Godard!! ¡¡¡y sin el suplicio de tener que oír el moscardoneo ininterrumpido de los actores!!! ¡¡¡¡y nada menos que en francés, esa lengua muerta!!!!  Enhorabuena, profe, estás reinventando la nouvelle vague à la Godard, pero te confieso que la prefiero à la Truffaut».

 

Weiß/Colonia, 4.10., primera hora de la noche (1)

Una cosa que me repatea el hígado es leer “juicios de valor” de este porte: «”Mientras más conozco la poesía, más odio la poesía de Mario Benedetti». Se te fue ese gazapo: lo de Benedetti no es poesía». A los dos responsables de esta gilipollez les he escrito con inocultable afán vindicativo, casi con agresividad: «A ver, explíquenme bien esa vaina. ¿Por qué no es poesía la (no lo) de Benedetti?  Mejor déjense de hacer frases para ganar un ¼ de hora de inmortalidad y escriban un poema así»: http://www.thequietman.org/?p=28

 

Weiß/Colonia, 4.10., primera hora de la noche (2)

Ando con ánimo de pelea. Le escribo a IBG, que en su cuenta Twitter arremete contra los Nobel y la Academia Sueca: «Te confieso que no soy nada amigo de los académicos suecos, y una larga ristra de artículos míos escritos y publicados, algunos incluso antes de que tú nacieras, así lo demuestran. Pero los periodistas tenemos que trabajar con datos verificables, y uno de ellos es que la mayoría de los autores que citas, como merecedores del Nobel (y en la mayoría de los casos coincido contigo), nunca fueron propuestos para el mismo, por increible que te parezca. (Bueno, a García Lorca, suponiendo que alguna vez lo hubieran propuesto, pues ni modo, lo mataron antes. Y a Pessoa y Kavafis los descubrieron recién después de que hubiesen entregado la cuchara, como se dice en alemán. Etcétera). Por lo demás, déjame decirte que yo te envidio la posibilidad de leer a la Deledda en italiano, y resulta que no sólo tú no la lees, según tú nadie. Pero a ese nadie debes hacerle una excepción: me encanta leer a la Deledda, y cuando no se la lee con anteojeras, descubres en su prosa, como en la de Ramuz, los antepasados de Rulfo. Cosa que Rulfo, por lo demás, no sólo sabía, sino que no tenía embarazo ninguno en confesarlo».

 

Weiß/Colonia, 4.10. (2)

Me llama Helena desde Hamburgo para invitarme a dar en el Cervantes, el 2012, cuando Quino cumple 80 años, una conferencia sobre Mafalda. Es el encargo más bonito que me hayan hecho nunca; me juro, desde ya, poner toda la carne en el asador. Y no sólo ella: también algún frasco grande de chimichurri de “lalmacén” de Manolito.

 

Weiß/Colonia, 5.10., primera hora de la noche

Disgrace. John Malkovich. Pero también Jessica Haynes, Eriq Ebouaney, Fiona Press. Todo el reparto funciona. Y la historia de Coetzee enmarcada en ese paisaje. Lo que esta peli demuestra (o sea: me lo demuestra, a pesar de que he vivido en América Latina) es que los europeos jamás podremos entender eso que llaman Tercer Mundo, y que de repente está en los suburbios de las ciudades donde vivimos. No es un tercer mundo, es sencillamente otro mundo. No es, como lo expresaba Kipling, que el Este es el Este y el Oeste es el Oeste y nunca se entenderán, sino que los saciados son los saciados y los hambrientos son los hambrientos, y nunca podrá haber un entendimiento. Todo lo más, si acaso, una sensación de extrañeza continua que se tratará de paliar haciendo “como si” ella no existiese; el europeo comprometido querrá salvar la distancia echando mano a una jovialidad igualitaria en la que en el fondo no cree, y el no europeo nos verá con conmiseración o con odio, dependiendo del grado de su propia disgrace. Más no hay, el resto es bla bla bla de la política.

 

Weiß/Colonia, 5.10.

Leo una entrevista con Sting, que anda cumpliendo 60 años, y el periodista alemán, basándose en que Sting vive a caballo entre Nueva York y Londres, arma su cuestionario con preguntas disyuntivas para averiguar “cuán inglés” sigue siendo su interlocutor: ¿Café o té? ¿James Bond o Jason Bourne? ¿Hyde Park o Central Park? ¿New York Times o Guardian? A la pregunta de si le gusta más manejar su auto por la derecha o la izquierda, la mejor respuesta: «Para mí que el volante debería de estar en algún lugar por ahí en el centro».

 

Weiß/Colonia, 6.10. (1)

En el diario, hoy, en la sección local, una crónica sobre nuestro transbordador para ciclistas y transeúntes, de la buena a la orilla derecha. En realidad hay dos, de los que en días de semana sólo navega el pequeño, el Krokodil (=cocodrilo). El otro entra en acción los fines de semana, cuando las orillas se llenan de excursionistas: se llama Vasudeva, como el barquero de Siddharta en la novela de Hesse, y con ello está todo dicho acerca de Heiko Dietrich, un 68ero como yo. Sólo que yo debo ser el único 68ero que conozco con una invencible alergia a la prosa de Hesse, jamás pude soportarla. Me parece algo así como un chicle ideal para rumiantes desganados.

 

Weiß/Colonia, 6.10. (2)

A las 1.12 p.m. ya está en la página web del diario la noticia del Nobel a Tomas Tranströmer. Recuerdo que hace tiempo que ando detrás de su libro autobiográfico Los recuerdos me miran, y llamo inmediatamente a la librería de Sürth, la más cercana en varias millas a la redonda y una bendición del cielo para los letradictos del lugar. El librero reconoce mi voz y se pone a buscar en la compu, pero «No, está descatalogado, seguro que ahora lo reimprimirán a toda prisa, pero de momento es imposible comprarlo». Le doy las gracias y mientras lo hago ya estoy abriendo la página www.ZVAB.de, que es el equivalente alemán de www.iberlibro.com, y rastreo el libro en la ventanilla de búsqueda. ¡¡Hay un solo ejemplar a la venta en todas las librerías de viejo del ámbito alemán, y se puede pagar con PayPal!!  Lo compro ipso fuckto y a la 1.16 me envían la confirmación del pedido de compra, además de lo cual llamo a la librería para cerciorarme de que llegó mi transferencia: a la 1.21 el libro es mío y ya sale por correo quelonio camino de esta casa. Mientras almorzamos lo comento con Diny, y ella me dice que acaba de leer un poema de Tranströmer en la crónica de El País, y ahí me doy cuenta de que jamás lo he leído en español. Después del almuerzo y antes de la siesta, por hacer dedos, traduzco desde la versión alemana un fragmento de su poema “Schubertiana”:

«En la oscuridad de la tarde, en un lugar fuera de Nueva York, un mirador desde el que se pueden abarcar con un solo golpe de vista las viviendas de ocho millones de personas. La ciudad gigantesca allá a lo lejos es una larga duna centelleante, una espiral de niebla vista al sesgo. Dentro de la espiral de niebla pasarán tazas de café sobre los mostradores, las vitrinas de los negocios mendigarán a los transeúntes, un hormiguero de zapatos que no dejan ningún rastro. Las trepadoras escaleras de incendio, las puertas de los ascensores deslizándose al cerrarse, detrás de las puertas con cerraduras de seguridad un continuo torrente de voces. Cuerpos postrados semiduermen en los vagones del tren subterráneo, catacumbas corriendo hacia adelante. Sé también –sin necesidad de estadísticas– que ahora, en alguna habitación allá lejos, se toca Schubert y que esos sonidos son para alguien más reales que todo lo demás»

Tras la siesta, en uno de los muchos artículos dedicados hoy a Tranströmer, encuentro un haiku  suyo que me provoca también traducir, asimismo a partir de la versión en alemán: «La muerte se inclina / sobre mí, un problema de ajedrez. / Y sabe la solución».

 

Weiß/Colonia, 6.10. (3)

Hoy puede calificarse como un día agitado: he salido dos veces de casa. Antes del mediodía, porque estaba lloviendo y me dio pereza embutirme el poncho impermeable para ir con la bici, tomé el autobús hasta Rodenkirchen, a hacer las fotocopias necesarias de un cuento que voy a presentar a un concurso en Madrid. Es idiota, es como cuando compro lotería, nada más que una vez al año, para el sorteo del Gordo, el 22.12.: jamás me tocará un premio, ni de la lotería ni de un concurso literario, pero soy deportivo: lo importante es participar. Y por la tarde, después de la siesta y el café despiertalirones, voy con la bici (el cielo sigue encapotado, pero no llueve) a la farmacia: no tienen en stock ninguna de las dos medicinas que busco, para Diny y para mí, pero mañana a las 9.30 puedo pasar a buscarlas. «Para que no se vaya con las manos vacías», me dice Frau Hassel, la boticaria, y me entrega un ejemplar de la revista semanal de los farmacéuticos alemanes, cuya lectura hace las delicias de Diny, descubre en ella enfermedades que nunca tuvo (y espero que jamás tenga) y consejos infalibles para mejorar mi salud. De la farmacia, luego, a la oficina postal, para despachar hasta los madriles los ejemplares de mi cuento, camino de un premio que no ganará. Y de regreso a casa, por si las moscas, paso por donde el Bücherschrank ante la fachada principal de la escuela, a ver si hay allí algún libro de Tranströmer. No lo hay, hubiera sido demasiada casualidad. Lo que sí hay son varios de García Márquez.

 

Weiß/Colonia, 7.10. (2)

El otoño muestra hoy la más desapacible de sus caras. Lloviznas sin decir agua va. Ráfagas de viento que les duelen a los árboles, oigo sus quejidos. En una de esas, cuando escampa, agarro la bici para ir a la farmacia en busca de los remedios encargados ayer, los colirios para Diny, los placebos para mí. [Para mí todas las medicinas son placebos, engañabobos de la farmacología. Si la cosa se pone brava, recurren a los estupefacientes, Mrs. Morfina & Co]. El viento es tan fuerte que al doblar desde la Calle Mayor a la paralela al Rhin, Auf der Rhur, me arranca la gorra como si uno fuese un maleducado que no se digna destocarse en presencia de una fuerza mayor. ¡Puta que lo remilparió, al viento y a su código de buenas maneras! La sorpresa del despojo me hace frenar de golpe aun viendo un auto que llega del otro lado y se me echa encima sin darse cuenta, y al final es como en el soneto de Cervantes, «caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada», pero qué carajo, a uno se le ponen los huevos de corbata.

 

Weiß/Colonia, 8.10.

Esperanza, a punto de ser abuela, me cuenta vía e-mail que está haciendo un trabajo sobre las memorias de infancia de escritores: pienso que es una materia fascinante, y recuerdo enseguida las páginas con que Fronterad saludó este viernes el Nobel a Tranströmer, un largo fragmento de sus recuerdos de niñez, del libro que se publicó hace meses en España. Ángeles Mastretta, en su blog, le ha hecho también un homenaje: «No dejen de leer al sueco de prodigio. Qué bien ha estado su premio. Muchos no hubiéramos sabido nada de él, si no es porque lo nombran Nobel. Y es una alegría, descubrir, de repente, que uno tiene el ánimo tan cerca de un hombre que vive tan lejos». Ángeles, por cierto, cuando este post suba al blog, andará de aniversario y me olvidé de comprar tequila para prepararme unas margaritas y poderle cantar derecho viejo lo de «estas son las margaritas / que chupaba el rey Daví». Igual brindaré por ella con un whisky de los que tienen pedigrí y le recitaré unos versos de Sor Juana que ella me enseñó: «Pasen por vos las edades / con pasos tan insensibles, / que el aspecto los desmienta / y el juicio los multiplique».

 

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