Me tenía que pasar a mi y tierra trágame es lo que más repitió en los apenas veinte minutos que el personal del hotel estuvo en la habitación. Si no lo dijo cincuenta veces no lo dijo ninguna. Yo me debatía entre grabarlo todo con el móvil para subirlo a youtube y que fuera un éxito en visitas o echarme a reír, porque la situación movía a risa.
Resulta que mi churri y yo habíamos ido a pasar una noche a un nidito de amor bien cuco y resultón. Un hotel de diseño de éstos tan trendys y cools (terminología pija y estúpida utilizada en Madrid y que viene a significar que algo es guay) que tenía el lavabo al lado de la puerta. Cosas de los interioristas, que son así de caprichosos. En definitiva, que la puerta de la ducha en vez de tener un pomo presentaba un agujerito por el que metías el dedo y abrías y cerrabas. Así de simple. Él se estaba duchando cuando se percató del agujero y quiso hacer la gracieta metiendo por allí la polla enjabonadita: yo, que estaba del otro lado, la vi aparecer y me eché a reír. Aquello parecía un pasillo francés, pero con un único orificio. Así que empecé a comérsela porque resultaba la mar de divertido. Hasta que pasamos de comedia a tragedia griega. El miembro se hinchó (es lo que tiene ser una diosa en mamadas, perdonad que lo diga, pero es así): con el jabón, la emoción, los nervios o vaya usted a saber qué, pues que no salía. Ni para adelante ni para atrás. “Ayyy, que me he quedado enganchado”, dijo él todo lastimoso. Y yo venga a reírme. Iban pasando los minutos y el pobre seguía allí, condenado al maldito orificio de la puerta de la ducha, haciendo equilibrios con los pies mojados para no caerse y convertirse en eunuco en unos segundos. Así que no quedó más remedio que llamar a recepción: “¿Oiga, mire, le llamo de la habitación 233, que mi novio se ha quedado enganchado en la puerta de la ducha? ¿Cómo, enganchado de qué forma y dónde exactamente? Pues con la polla. ¿Llamamos al 112? No, de momento que venga el de mantenimiento, luego ya veremos”. Intentar parecer digna cuando tienes que contar esto por teléfono tiene mérito, os lo aseguro. Y aguantar la risa no os imagináis. Total, que para vergüenza de mi amor, allí se presentó el recepcionista, el director del establecimiento que nunca había visto nada igual confesó, y el de mantenimiento. Faltó a la cita la abuela de la de la limpieza que por lo visto, era comadrona.
Eché de menos un psicólogo que le hubiese venido bien al dueño del miembro prisionero para reconfortar su estado anímico que iba empeorando por momentos. Total, que allí había más gente que en el Metro, todos intentando sacar la polla de mi amor del dichoso agujerito.
Cuando se habló de traer una radial para que pudiese, al menos, llevarse el cristal puesto nos echamos todos a reír. Menos mi chico que sólo de imaginarse con un aro de cristal rodeando su verga, tipo macho de tribu africana, se acabó de relajar, por fin, y la cosa volvió a su ser. Y cómo en estado flácido la tiene pequeñita (aunque en erección es un pollón), pues acabó saliendo cual gusanillo…
Moraleja: tened cuidado con los hoteles de diseño.
Feliz semana y por favor, votadme a los premios Bitácoras.