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Mientras tantoEl tatuaje de Aladino.

El tatuaje de Aladino.


Es la última vez que lo cuento.
Ocurrió en un verano aburrido en Zaragoza (desconfía de los veranos aburridos en Zaragoza), cuando una esteticista amiga de mi madre nos dijo que tenía un nuevo sistema de tatuajes temporales.
Y no, no eran tatuajes de esos de Henna. Estos eran con aguja. Pero la tinta no-sé-qué tenía que desaparecía progresivamente. De dos a tres años ya no había tatuaje.
Así que fui un día a su consulta y me decidí por tres:
Una llama en forma de demonio.
Un fantasmita simpático.
Y el Genio de Aladino.
En mi defensa, señoría, tengo que reconocer que estuve dudando entre el Genio de Aladino y Homer Simpson. Me decanté por el alter ego de Robin Williams sin motivo aparente.
Porque, recordemos, duraban de dos a tres años.
(En esta parte siempre preguntan “pero, ¿cuántos años llevas con los tatuajes?”)
 
Un consejo: si te vas a hacer un tatuaje, no lo hagas.
Si insistes, procura hacerlo en un sitio donde haya chicha y esté oculto. Llevo el fantasmita en la zona entre el codo y la muñeca (seguro que esa zona tiene un nombre precioso) y hacerlo supuso un cosquilleo desagradable. Además de que cada vez que miro la hora el fantasma me devuelve la mirada. Es como el abismo de Nietzsche. Y está perfecto. Como el primer día. Porque le da el solete y no tiene roce con ropa (siempre llevo camisetas de manga corta)
Y sí, es un fantasma. No es un pingüïno, ni una monja, ni una cruz. Es un fantasma.
Los otros dos se encuentran en la zona entre el hombro y el codo (seguro que esa zona tiene un nombre precioso, que significa algo así como “donde se suelen hacer tatuajes los machotes”) y se van yendo, poco a poco. Pero que muy poco a poco. El Genio ya no tiene pupilas, por ejemplo. Y da un poco de cosica.
 Primero se va el relleno y por último el contorno y el fantasmita es sólo contorno. Por supuesto.
“Pero, ¿cuántos años llevas con los tatuajes?”
 Que cuántos años, dice.
Pues desde el verano de 1997.
14 años con los tatuajes temporales.
 Lo sé. Lo sé.
Y no hay semana que no tenga que contar la historia.
Porque el fantasma simpático llama la atención, claro.
Y no precisamente por su calidad.
Sí, pensé en borrarlos con láser, pero era una pasta. Y muy lento. Creía yo que si te los hacías en una sesión te los podías quitar en otra sesión. Una gaita.
Y no, no voy a hacerme otros encima, muchas gracias. No soy fan de arreglar un desaguisado con otro desaguisado y ya casi me he acostumbrado a llevarlos, así que me los voy a seguir comiendo con patatas.
Lo malo es que siempre que termino de contar la historia quedo como un pringao. Tengo que pensar algo distinto: me los hice en una cárcel que tampoco era muy peligrosa. Me desperté con cuatro tatuajes y borré el feo. Fue una promesa a la Virgen del Pilar. Disney me paga una mensualidad. Cualquier cosa, menos la verdad.
La esteticista está muy contenta de que me sigan durando todo este tiempo.
Mi madre me echa la culpa a mí por tener la piel seca.
Y yo también me echo la culpa a mí, pero no por tener la piel seca.
Me echo la culpa a mí, y a aquel verano aburrido en Zaragoza del 97.
Pues eso, que es la última vez que lo cuento.
Hasta la semana que viene.

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