Una vez más, el pánico en Los Mercados y
en las portadas de los periódicos. Nuevo récord para la prima de riesgo
española. Los españoles llegan al fin de la campaña electoral con la
sensación de que nunca unas elecciones generales sirvieron de tan poco.
Ganará Rajoy, el candidato conservador, el que quieren Los Mercados;
pero sospechamos que si el ganador no hiciera lo que los insaciables
Mercados imponen, lo echarían abajo como ya tiraron a los primeros
ministros de Grecia e Italia, para poner a algún banquero de Goldman Sachs
o algo por el estilo. Porque lo único que importa es “devolver la
confianza a Los Mercados”. El Partido Popular lleva tiempo advirtiendo, y
no deja de sorprender que lo haga -así de seguros estarán de alcanzar
la mayoría absoluta el domingo-, de que en cuanto ganen comenzarán a
hacer las famosas reformas, y que habrá que recortar «de todo, menos de
las pensiones» -que los pensionistas dan muchos votos-. No aclaran,
tampoco, cuál será el orden de prioridades de esos recortes. ¿Primero
las infraestructuras y luego la sanidad? ¿privatizamos la Renfe o nos
cargamos la educación antes? Y la austeridad de las administraciones…
pues mire usted, si ni nos vamos a poner de acuerdo ni en que las
diputaciones provinciales no valen para nada, quedan pocas esperanzas de
que se ponga coto al despilfarro que nace de la partidocracia y el
amiguismo.
Desde que pisé Madrid,
tengo la sensación de estar presenciando una tragicomedia, un teatro
barato y sin embargo real. La prima de riesgo, Los Mercados, la
impenitente Alemania exigiendo esfuerzos y sin bajarse del burro de sus
recetas de austeridad y de su negativa a que se alteren las reglas del
juego para que el Banco Central Europeo actúe como tal y proteja a los
países miembros del euro de los ataques especuladores de los inversores.
Lo decía ayer Zapatero con una claridad y contundencia a las que nos
tiene poco acostumbrados: que el BCE se comporte como un banco central,
que para eso le hemos transferido competencias; que Europa mande en
Europa, y no un solo país.
A estas
alturas, parece imposible. Ya ni Francia es cómplice de los intereses
germánicos. No después de que comenzara a contagiarse de la crisis de
deuda, curiosamente, después de que la agencia descalificadora Standard
& Poor´s amenazase con bajarle su nota AAA. Paradojas de la crisis
financiera global: la agencia admitió que había sido un grueso error
contable, y que estaba todo bien con la economía francesa, pero el mero
rumor sacudió a Los Mercados. Como dice Xavier Vidal-Folch en este excelente artículo, «si
arruinar Gobiernos es cosa fea, aún sería peor que con ello se
beneficiase a los suscriptores de algún servicio de información
privilegiada/anticipada que pudieran hacerse de oro a costa del citoyen francés». Da en la clave. Increíblemente, las agencias de rating,
las que nos metieron en este hoyo, siguen mandando a placer. Leíamos
esta semana en la prensa que Europa recula en sus intenciones de poner
coto a su poder oligopolístico. Mí no entender.
Con la prima de riesgo francesa disparada en 200 puntos, abandonamos la ilusión de que Merkozy
manda en Europa, para entender que sólo manda Alemania. ¿A qué tanta
tenacidad? ¿No parece obvio que, más tarde o más temprano, la crisis el
euro perjudicará los intereses germánicos? Puede ser; pero lo cierto es
que, por ahora, Alemania se está financiando a coste cero, convertida en el último refugio seguro de la zona euro
para los inversores. A corto plazo, los bancos y el Estado alemán -y
los exportadores, que se benefician de un euro más barato- están sacando buen rédito a una crisis que interesa alargar.
Evidentemente, tamaña falta de solidaridad cuestiona todo el proyecto
europeo. Pero es que Europa como unión está herida de muerte desde hace
ya dos años. La agonía se prolonga, supongo, porque interesa a alguien, y
no sé muy bien a quién, aunque intuyo que a los de siempre. No sé
tampoco hasta cuándo, pero sé que Los Mercados son insaciables, que dan
miedo, que también me da miedo Rajoy, que temo profundamente por la
sanidad y la educación públicas de mi país, y que asisto a todo este
espectáculo desde la convicción de esto no lo vamos a arreglar en las urnas, sino en las calles.