Se corre el riesgo de convertir este blog en la sección de obituarios de fronterad; sin embargo, la muerte (anunciada, eso sí) el pasado domingo, 4 de diciembre, de uno de los más grandes artistas del fútbol que haya brillado en mediocampo alguno, nos obliga a rendir tributo a su figura. Se trata, por supuesto, de Sócrates, dorsal 20 ý capitán de la canrinha que cautivara al mundo en España, en 1982, y de nuevo de aquella selección de Brasil que fuera cruelmente vilipendiada por la suerte en México en 1986.
Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira fue un jugador inconfundible, menos por su talla –alto, esbelto, delgado hasta el extremo, con una zancada de ibis, una melena de cuidado y una barba de guerrillero– que por su clase. Un medio centro creativo con un talento inusitado que prefirió acudir a la universidad antes que desarrollar su carrera como profesional. Una leyenda del fútbol moderno que se apoyó en su visión de juego y en sus taconazos de insignia para marcar la diferencia en un deporte que, cada vez más, exige condición física por encima de élan.
Ídolo del Corinthians de Sao Paulo, Sócrates inició su carrera en el Botafogo, donde militó desde los 16 años de edad. En 1971, a los 17 años, ingresó en la facultad de medicina de la Universidad de Sao Paulo, y, a pesar de que a partir de 1974 jugaría como profesional para su equipo, intercalaría el fútbol con su carrera universitaria hasta 1977, cuando se graduó de médico. El doctor Sócrates jugaría casi 200 partidos para el Botafogo, antes de pasar a formar parte del Corinthians en 1978, equipo con el cual brillaría a nivel deportivo, así como ideológico: Brasil estaba sumida en una férrea dictadura militar desde 1964, y a modo de protesta la directiva del Corinthians llevó a cabo uno de los experimentos más audaces concebidos jamás, no solamente a nivel futbolístico: regir al equipo con preceptos completamente democráticos.
La “Democracia Corintiana” se estableció en 1982 y duró dos temporadas, durante las cuales el presidente del club, Waldemar Pires, permitió que todas las decisiones de gestión fueran tomadas en base a un voto directo de los jugadores, técnicos y el plantel administrativo de la entidad. Así se llevaron los asuntos diarios del Corinthians, desde los horarios de entrenamiento hasta las condiciones de la concentración de jugadores antes de los encuentros, durante los campeonatos de 1982 y 1983, en los cuales el club paulista resultó campeón
A nivel internacional, Sócrates se estableció a partir de 1979 como uno de los integrantes fijos de la selección brasilera. Participó en la Copa América de 1979, una de las que no contó con sede fija, y viajó a España para el Mundial del ’82 en lo que probablemente haya sido la mejor selección brasileña de todos los tiempos. Uno de aquellos reyes sin corona, como la Hungría del ’54 o el Wunderteam
austríaco, aquel once estaba conformado por unos verdaderos cracks, entre los
cuales, aparte de Sócrates, contaba Zico, Falcao, Junior, Eder, Edinho…
Pero al Brasil post-Pelé lo abandonó la suerte, como se puede constatar con la ignominiosa manera en que fueron eliminados en Argentina, cuatro años antes. En España, la situación fue otra, pero el resultado el mismo. Brasil abordó ese encuentro contra Italia en cuartos con un exceso de confianza, y al final la confianza mató al gato.
Italia tenía un equipo bastante compensado, con Collovati, Altobelli, Bergomi, un núcleo de jugadores de la Juventus (Tardelli,
Zoff, Cabrini, Scirea), y un técnico extraordinario en la figura de Enzo Bearzot. En la primera vuelta, ellos no habían mostrado nada (tres empates), pero a partir de allí el equipo creció. Le tocó en cuartos el grupo de la muerte, con Argentina y Brasil, y al final les ganó a los dos. Es verdad que contra Brasil, los azzurri jugaron bien, pero los goles de Rossi fueron descuidos increíbles en defensa (el punto débil de aquel equipazo de Brasil) y la defensa italiana, con Bergomi, Gentile y Scirea barriendo, hizo el resto. Italia ganaría aquel campeonato, eliminando en semis a una estupenda –aunque ya envejecida– Polonia, con el joven Boniek, y mostrando superioridad total ante Alemania en la final: un buen partido, emocionante y disputado, en el que a los teutones les pesó demasiado el desgaste previo con Francia, en la otra semifinal.
Para Sócrates la próxima gran cita internacional sería la final de la Copa América de 1983, otra derrota, esta vez ante Uruguay, antes de bajar el telón en México, en 1986. Para entonces, la fortuna aún no se reconciliaba con Brasil, que, a pesar de un equipo plagado de estrellas –Sócrates, Zico, Falcao. Careca, Alemao– se estrelló, tras triunfos holgados en las primeras dos rondas, contra Francia en los cuartos de final. Con cuatro victorias al hilo y sin que le hubieran encajado un solo gol en el torneo, Brasil parecía imbatible, y el gol de Careca en el minuto 17 parecía sentenciar lo inevitable. De la nada apareció Platini, sin embargo, y de repente la suerte se vistió de azul: Zico falló un penalti en tiempo reglamentario y el empate siguió intacto durante la prórroga. El primer envío de Brasil en el lanzamiento de penaltis para desempatar el partido recayó en los hombros del gigante de barba –y lo falló. El drama se adueñaría del mundo, cuando Platini envió el suyo a las gradas. Pero Julio César no pudo con los nervios, y Brasil quedó eliminado. Un pecado que pocas veces perdona la afición carioca.
Fumador habitual e intelectual de trago en mano, Sócrates jugó al fútbol con gracia y con entusiasmo, como quien disfruta de un regalo divino e inesperado. Lo haría por otro par de años después de México ’86, con el Flamengo y con el Santos, pero sus días de gloria habían quedado atrás. Su experiencia en Europa fue negativa, tras llegar a la Fiorentina, en lo que era, indiscutiblemente, la mejor liga de aquella época: la Serie A. Pero su relación con los demás jugadores fue menos que esplendorosa, entre otras cosas porque sospechaba de su integridad. Y si hay una palabra que describa al gran Sócrates como ser humano es esa misma: un hombre integral.
Activista y goleador, doctor, orquestador y artista del fútbol, Sócrates vivió su vida con generosidad y sin privaciones. Fiel a sus principios, abrió un centro médico en los años 90 en Sao Paulo, ciudad en la que vivó hasta el fin de sus días. La disciplina, que acaso lo habría podido salvar al final de las fauces del alcoholismo que terminó por consumirlo, nunca fue lo que definió como deportista. Lo fue, más bien, su visión, su inteligencia, su elegancia, su fineza –y será así como lo recordaremos, al flaco de la bandana con mensajes políticos.