Pero los peores de los peores son los africanos. Y esto porque allá en la Asia más arabizada lo humano se relaciona tanto con lo divino que el mismo jefe de la cuadrilla de políticos que dictan por lo lindo puede ser un reputado muftí, o tener a su sueldo a miles de muftíes que sepan adecuar las costumbres muslimes a su ejercicio político. Hablamos de dictadores. Incluso amparado por el secular gusto que tienen estos señores por dividirse en sectas, entre ellos el dictador- jefe puede ser alabado por su correspondiente secta de hombres barbudos capaz de mandar a la lapidación infame a quien osara quitar un punto de su ley.
Y ahí andan con sus mujeres tapadas para que la lujuria no ponga en peligro el trono ganado con la fuerza de la costumbre. Pero son dictaduras regadas por el kerosín, con agua potable y con aversión a la cerveza pública. Son dictaduras bendecidas por Alá, pero con pueblos alumbrados y escuelas bien hechas para llevar el Alcorán a todas las aldeas asfaltadas. De ellos incluso salen doctores en radio, Plutón y plutonio y otras piedras radioactivas para amenazar al enemigo.
En África es completamente distinto. Y donde roza lo paranormal es en la República de Guinea Ecuatorial. Y empieza por el nombre, aunque hace años que dijimos por escrito que no lo era y el general Obiang nos acaba de darnos la razón. En las dictaduras africanas el hombre que no está de parte del que manda es considerado una mierda, sin intención de ofender, y no tiene ningún derecho y todos pueden escupir sobre él. Al no haber escuelas, todos los hombres son vaciados de su sustrato humano y se convierten en no-hombres, aplaudidores de la irrealidad. En las dictaduras africanas como la guineana los hombres no van con la cabeza abajo porque no pueden, pero lo que ven es como si todo estuviera boca abajo.
Podrían tener dinero, pero siempre vivirán como si no lo tuvieran. En ellos no hay , como en las dictaduras orientales, lujo oriental, hay un vaciado inmenso de dinero al mar que circunda sus tierras, que da como resultado unas edificaciones que expresan la pobreza de sus pobres almas. No es una redundancia: El general Obiang, quien alcanzó este grado porque le gusta, gasta el dinero que debería usar para crear escuelas, maestros y viviendas en pagar a desconocidos para que hablen bien de él, siempre bien, cosa imposible tal como está el mundo. Cualquier diría que, con las ganas de bailar que tienen los guineanos todos, bailarían y cantarían para él si les construyera escuelas, les pusiera casas y les diera un dinero de bolsillo para comprar en libertad un coche de Hyundai. Y esto porque ya cantan por él sin recibir nada, aunque achacan sus cantos desafinados a la coerción de la guardia marroquí, o a la de los israelíes que abren las maletas de los viajeros con perros amaestrados. Y hablan así como si en vez de bailar y mostrar su falsa alegría no pudieran llorar para que se supiera que sufren lo indecible.
Son los guineanos de una dictadura que quieren que todo vaya al revés. Y así van viendo todo al revés, casas al revés, ministros que dictan al revés, policías que se meten a ladrones ante la vista de todo el mundo, para que ellos, en un intento burdo de justificar su animalidad, digan por sus radios que aquí hacemos las cosas a la guineana. Incluso a la africana. De hecho, hicieron reunir a todos los dictadores de la africanía para contar las victorias que han tenido frente al colonialismo y el neocolonialismo, la doctrina de estos que les cobran estas cifras escandalosas para hablar siempre bien de ellos, como si no pudieran dar con la tecla para tener contenta a su población.
¿Hemos hablado de hacer algo a la africana? Ya lo hacen. Es el esfuerzo que hacen los dictadores africanos para convertir a sus ciudadanos en animales. Pero a la letra, como si en ellos les fuera la vida: ¿han visto estos documentales en los que un solo depredador, carnívoro y mamífero, se mete entre la manada de otros animales más grandes que él y se aferra a la garganta de uno de ellos ante la desbandada de todo el resto? Da rabia ver que animales con afiladas cornamentas que podían abatir de un solo golpe a un ridículo felino sientan cómo este causa el dolor entre ellos, y que al final acaban abatidos por la pérdida de un miembro de su numerosa, medrosa y pusilánime familia. Al final te resignas y dices que es la naturaleza, que es la que justifica que unos pocos puedan disponer de la vida de miles, quienes nunca reflexionan lo suficiente para dar su merecido al que pavonea amparándose en sus voraces costumbres. Animales. Da rabia.
No hemos hablado de nadie en concreto, salvo del general y de otros dictadores que se enseñorean de la vida de los habitantes de una tierra que encontraron ya habitada. Como al final Alá suele ser más grande que todos estos que por ahí andan, entre los que se encuentran los carnívoros y los herbívoros que expresan su pena cuando la carnicería se produce entre ellos, la muerte siempre duele, esperamos el día en que todos empiecen a ver al revés. Quizá cuando esto ocurra se den cuenta de que hacía años que veían las cosas torcidas. Y jurarán por Dios.
Con el juramento se preguntarán por las extrañas relaciones que hay entre la dictadura guineana y la Santa Sede hasta tal punto que el partido político que organiza los pucherazos del general se felicite por las mismas. Será cuando sabremos algo de los secretos que hay tras el hecho de que una institución que antes creíamos que predicaba la virtud haya abrazado con tanto descaro el camino de la ostentación de sus vicios más públicos. Al tiempo, y ojalá.
Barcelona, 13 de diciembre de 2011