Permítanme que les relate cómo la reina Isabel II caminaba rauda al número 13, donde aún se erige la Iglesia de San Ginés, el mismo templo donde fue bautizado Francisco de Quevedo una mañana del 26 de septiembre de 1580. ¿Quién me hubiera dicho que era el bautizo de un genio dramaturgo del Siglo de Oro español? Un caballero de la Orden de Santiago mordaz y romántico, que tan pronto era capaz de escribir «érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba» como uno de los sonetos más bellos de la poesía española… «Su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo será, mas polvo enamorado». Quevedo viviría por un tiempo en la calle del Espejo, perpendicular a la Calle de Santiago, reconocible por ser una de las pocas calles estrechas del viejo Madrid con fuente en la acera.
Pero, permítanme que les oriente desde la Iglesia de San Ginés, al pasadizo de San Ginés, con la venta ambulante de libros, a la Chocolatería centenaria, ¿de quién? También de San Ginés. Escenario perfecto para una noche de Max Estrella en Luces de Bohemia, de un autor modernista del 98, Valle-Inclán. Algunas noches, entre nieblas, aún escucho pisadas de literatos que discuten sobre poesía y buena literatura. Me consuela saber que aún quedan cafés a dos pasos, como el Lion, en la calle Bordadores, donde se discute sobre el arte de la escritura. Mientras el Café Madrid, en la calle Escalinata, parece servir hoy para intercambios culturales. Por lo que observo, se reúnen jóvenes de diferentes nacionalidades para hablar otros idiomas. Está claro que muchos prefieren picar de otras lenguas y olvidarse de los «cultismos» de la suya propia. Fijaros que prefiero la riqueza del castellano antiguo.
Permítanme que les hable del ratoncito Pérez, que vive aquí, sí, sí, en el número 8 de la Calle del Arenal. Podéis leer la placa que el Ayuntamiento de Madrid instaló en nombre del Señor Ratoncito Pérez, la petite souris francés y el tooth fairy inglés, por seguir la moda de «internacionalizar», como gustan en Sol, donde parece haber la mayor concentración de «guiris» de la Villa. Pues bien, este señor ratón, al que tanto le gusta coleccionar dientes de leche, habitaba con su familia en una caja de galletas, en el almacén de la confitería de Prats, a 100 metros del Palacio Real y, como conoce el lector, hacia trueques con los dientes a cambio de regalos, siempre debajo de la almohada.
Este cuento fue inventado por el padre Coloma para calmar las noches de llantos siendo niño el Rey Alfonso XIII al que susurruba entre sueños: «El rey niño Buby I colocó su diente debajo de la almohada, como es costumbre hacer, y esperó impaciente la llegada del ratoncito. Ya se había dormido cuando un suave roce lo despertó…»