El fin de semana pasado se estrenó en España Moneyball, película basada en el libro del mismo nombre. El autor del libro es Michael Lewis, escritor financiero del momento (yo mismo he publicado reseñas de dos de sus libros, Liar`s Poker y The BigShort, en otro sitio), que sigue estando en el candelero con sus crónicas de los países más afectados por la crisis de deuda, escritas para Vanity Fair y recogidas en el libro Boomerang.
La cinta cuenta con seis nominaciones a los Oscar de este año y opta, entre otros, al premio al mejor actor, para Brad Pitt, y al de mejor película. Si a alguien le interesa mi opinión le diré que, contando con estos antecedentes (libro en el que está basado el guión y nominaciones), la película no responde a las altas expectativas que yo tenía sobre ella. Pero esto quizás se deba a la desfavorable comparación con el texto del que procede.
El motivo por el que compré el libro en su día era para ver si podía encontrar en la historia elementos que me ayudaran a comprender el éxito en la gestión deportiva de equipos de fútbol como el Villareal y el Sevilla.
La figura central del libro es Billy Beane, el manager general de los Athletics de Oakland, una persona que en su juventud renunció a una beca en la exclusiva Universidad de Stanford para perseguir una carrera en las Grandes Ligas de béisbol, donde fracasó miserablemente. Este fracaso personal, contrario a todo pronóstico de los scouts (reclutadores), que durante años no dejaron de acosarle y veían en él un seguro All Star, le hizo cuestionar el conocimiento convencional de los supuestos expertos en la materia.
En palabras de Lewis, “el juego en sí mismo es una competición despiadada. Salvo que seas muy bueno, no sobrevives en él. Pero fuera de los límites del terreno de juego no existe realmente un nivel de incompetencia que no sea tolerado (…) el béisbol se ha organizado como un club social más que como un negocio. El Club incluye no sólo a la gente que gestiona el equipo, sino también a muchos de los periodistas y comentaristas que lo siguen e intentan explicarlo. Existen muchas maneras de avergonzar al Club, pero ser malo en tu trabajo no es una de ellas”. Y yo que pensaba que el nivel del periodismo deportivo que sufrimos aquí era un fenómeno privativo de España.
Consciente de esto, y condicionado por sus limitaciones de presupuesto, Beane implanta un nuevo método de valoración, contratación y gestión de jugadores basado en puro análisis estadístico, en contraposición a la evaluación de los scouts, basada en intangibles (el físico, la forma de correr, la fluidez del swing…) o en aspectos del juego que no tienen ninguna incidencia sobre el resultado final. Y para esta labor hizo algo revolucionario, como fue confiar en la teoría de evaluación del desempeño desarrollada por un aficionado impagado y externo al sistema, llamado Bill James, y contratar para la posición de segundo de a bordo de la dirección técnica a un economista de la Universidad de Harvard.
El que vea sólo la película y no lea el libro se perderá la maestría y vigor de la prosa de Lewis para explicar de forma amena algunos temas que a un no iniciado le podrían resultar bastante áridos. A mí me gustan especialmente algunos pasajes que tienen que ver con la ejecución de la estrategia, sobre todo un capítulo titulado ‘The trading desk’, en el que se describe cómo Bean consigue hacerse con los jugadores que quiere haciendo creer a su contraparte que si opta por esas “medianías” se debe a su precaria condición económica.
Las enseñanzas que se pueden extraer del libro son múltiples y pueden aplicarse no sólo al deporte sino a inversiones, finanzas personales, reclutamiento empresarial y otros muchos ámbitos. Conozco a muchos aficionados a las inversiones que lo tienen entre sus lecturas de cabecera porque el estilo de gestión de los A’s de Oakland es similar al que utilizan los seguidores del Value Investing, que trata de explotar la dicotomía entre realidad y percepción a través de un “informational edge” y casi siempre oponiéndose al consenso mediático del momento. Esto es más fácil de decir que de hacer, ya que nuestra predisposición evolutiva es a actuar siguiendo la manada y en casos extremos la presión informativa puede ser brutal (¿alguien se acuerda de “alquilar es tirar el dinero”?). Conviene en esos momentos tener presente la frase de Kierkegaard: “Un hombre solo puede equivocarse, pero la multitud siempre se equivoca”.