¿Cómo empezó todo?
Angel María Villar llegó a la presidencia de la Federación Española de Fútbol en 1988, hace ya cerca de 24 años. En aquellos tiempos parecía un soplo de aire fresco, ya que su condición de exfutbolista (bastante discreto y con una bofetada a Cruyff como highlight de su carrera), licenciado en derecho y su relativa juventud dibujaban un perfil de sportsman muy distinto al de los jerarcas del fútbol que lo precedían, clones hispánicos de Havelange o Blatter, víctimas por las noches de feroces campañas por parte de SuperGarcía de los que decía que “se comían el manso y se bebían el Nilo”.
Sus primeros 15 años en el cargo fueron relativamente tranquilos. La exposición mediática del fútbol entonces no era la de ahora y aparte de que se le notaran un poco las costuras de su limitación intelectual, poco trascendió. Sus críticos en los medios eran Azuara y, bastante a medio gas, De la Morena y su principal valedor, SuperGarcía. En 2003 se produce una escisión conspirativa dentro de la federación y empiezan a airearse los trapos sucios de una gestión económica bastante heterodoxa. Es en este momento, el más bajo de Villar como dirigente en el que a punto estuvo de perder las elecciones -contra su hasta entonces mano derecha en la Federación, Gerardo González-, cuando se produce el turning point de la historia. Cuando todo parecía indicar que Villar iba a tener que desempolvar el currículum para buscarse la vida aparece el Séptimo de Caballería en forma de voto traidor de Joan Laporta, que opta por la candidatura oficialista contraviniendo lo acordado con el resto de clubes en la asamblea de la LFP (Liga de Fútbol Profesional). Qué casualidad que, para el club entonces presidido por Laporta, coincida este hecho con el fin de una sequía de 5 años sin conseguir un solo título y el inicio del ciclo triunfal de El Mejor Equipo de la Historia ™.
El Villarato como modo de vida
No cabe atribuir únicamente a Villar todo lo que ha pasado. Villar al fin y al cabo es una de las patas que sostienen el tinglado. Aparte de un ambiente arbitral y federativo amable, el Barcelona ha contado estos años con una plataforma propietaria de los derechos televisivos pro-culé, con un presidente del gobierno amigo de los simbolismos (como el de poner a una embarazada al frente del Ministerio de Defensa) afín a la causa, con la sección de deportes del principal periódico de información general de España controlada por gente cercana a Guardiola, una prensa madrileña que prospera en la inestabilidad del Real Madrid y con una ciudadanía ávida de tragarse todas las falacias y clichés que los medios han generado en torno al duelo Real Madrid-Barcelona. Cantera contra cartera, el juego bonito contra la férrea voluntad de ganar, el capitalismo (encarnado en Florentino) contra la tradición, un equipo de mercenarios con pinta de marines contra unos enanitos, salidos de la Masía, que viven en una arcadia feliz donde sólo importa el fútbol. Hasta en el extranjero les empieza a resultar estomagante toda esta propaganda. El que piense que una conspiración de este calibre es inconcebible que se lea Historias del Calcio, de Enric González, y mire a ver qué dice de un tal Luciano Moggi. O, si no, que intente encontrar alguna repetición del penalti en el último minuto que le hicieron a Benzemá en Riazor el año pasado.
Detrás de toda burbuja hay un subyacente que, por un tiempo, responde a las exageradas expectativas. El Barça actual no hubiera sido posible sin un magnífico equipo detrás; eso hay que reconocerlo. Pero ha habido otros grandes equipos, de los que han quedado para el recuerdo, que o bien han ganado menos de lo que se merecían, como el Madrid de la Quinta se quedó sin ganar la Copa de Europa, o bien no han ganado nada, como el Brasil del 82 o la Holanda de Cruyff. En el fútbol, como en todo juego, la suerte juega un papel importante y esa es una de las causas de que sea tan grande: los giros dramáticos e inesperados, la victoria del underdog, las remontadas imposibles, el triunfo ocasional de un catenaccio bien ejecutado. Los dirigentes del equipo de los niños, ese que sólo se preocupa del balón y de jugar, han decidido que no van a ser víctimas del infortunio, su modelo no tolera la frustración, y han decretado el asesinato político del azar.
La Demostración Estadística
Hay estadísticas sueltas aquí y allá, algunas dan bastante el cante, pero desde el rigor científico no son concluyentes de nada, sólo meros indicios. Están los números de Iturralde arbitrando a unos y a otros o la disparidad de criterios de Pérez Lasa, dos de los principales sicarios del Villarato, siempre prestos a echar un capote en los partidos de riesgo. Están los datos de La Otra Liga de As o de Marca, donde invariablemente aparece, en las últimas temporadas, el Barcelona como equipo más beneficiado por los errores arbitrales. Están las acusaciones de Mourinho, no de ahora, sino de 2006. Y también los atracos históricos de los que el mismo Mourinho se quejaba en su célebre soliloquio “Ovrebo, Stark, De Bleeckere, Busacca”, siendo el más sangrante el escándalo de Stamford Bridge (del que tan contentos salieron los jugadores del Chelsea). Pero todo esto no indica nada, son sólo golpes de fortuna que pueden darse ocasionalmente, como los de ese conocido rico, que muchos tenemos, al que le ha tocado varias veces el gordo de la lotería.
La demostración ha de hacerse con una muestra más amplia para poder afirmar que no se trata de aleatoriedad, sino que existe una pauta, que es lo que tratan siempre de buscar y explotar jugadores profesionales como los del clan de los Pelayo. La frecuencia de distribución de probabilidad que se ajusta al experimento es la binomial, que es la que está detrás de los exámenes largos de tipo test (para el que no lo sepa, la probabilidad de aprobar en plan quiniela un examen de 100 preguntas con 3 opciones por pregunta, con una nota de corte de 70 es de menos de una entre un billón). Si como dicen los periodistas los árbitros se equivocan porque son muy malos, en una jugada conflictiva, ya sea un penalti, un fuera de juego, o cualquier decisión de tipo disciplinario existen únicamente cuatro sucesos posibles que son:
– Suceso 1: El árbitro acierta y la decisión beneficia al Barcelona
– Suceso 2: El árbitro acierta y la decisión perjudica al Barcelona
– Suceso 3: El árbitro se equivoca y la decisión beneficia al Barcelona
– Suceso 4: El árbitro se equivoca y la decisión perjudica al Barcelona
Cada uno de estos sucesos tiene una probabilidad del 25%. Tomando una muestra de 100 jugadas el intervalo de confianza (con un alfa del 5%, que es el parámetro que se utiliza para prueba de hipótesis) estaría entre el 17% y el 34%. Es decir, cualquier valor entre esos extremos puede atribuirse a una distorsión propiciada por el tamaño de la muestra, valores menores del 16% en la ocurrencia de los sucesos 2 y 4 y mayores del 34% en los sucesos 1 y 3 serían indicativos de que hay una mano negra. Sería interesante ver qué resulta en este experimento para los años de la era Guardiola, tanto para el Barcelona como para el Real Madrid.
El experimento cuenta con ciertas dificultades para su aplicación, como que dos árbitros viendo la misma jugada no se pongan de acuerdo. Se podrían eliminar de la muestra las jugadas interpretables y dejar aquellas en las que haya consenso. ¿Por qué no se hace entonces? Quién sabe. Probablemente porque acabar con las polémicas sea lo último que interese al mundillo que se mueve alrededor del fútbol.