Como escéptico del papel predominante que la tecnología juega en nuestras vidas, no puedo mas que rendirme ante la evidencia de que no todo es blanco y negro. Cuando 10,000 km de distancia se pliegan en una hora de sonrisas e historias en la pantalla del ordenador, la tecnología revela su verdadera razón de ser: hacer posible lo imposible. Desafiar a la mismísima física y restregarle sus leyes sobre el espacio y el tiempo para habitar esos pliegues que nos mantienen conectados.
Cierto, no hay abrazos ni besos, pero sí la indescriptible sensación de haber conectado con aquellos que amamos y echamos de menos. Describirlo como simples píxels en una pantalla de cristal líquido es carecer de cualquier noción de romanticismo e imaginación. El mundo tecnológico puede ser un lugar inhóspito e hiperindividualista, pero solo si así lo queremos. Por mi parte prefiero aprovecharme de sus herramientas para no perder lo más importante en nuestras vidas: la conexión con las personas que, al residir en nuestros pensamientos, nunca acaban de estar únicamente allí donde google maps dice, sino en un lugar que más que medirse en kilómetros lo hace en simple diferencia horaria.
Como resumió Einstein en su celebérrima , la distancia (y el tiempo) son ciertamente relativos. Pero yo añadiría que el amor (de cualquier tipo) es harina de otro costal.