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Mientras tantoCuando la paradoja deviene certidumbre

Cuando la paradoja deviene certidumbre


 

A ver si va a ocurrir que Teodoro Nguema Obiang Mangue, el niño mimado de Obiang, tiene razón. Toda la razón. (Pero tener toda la razón no significa que la justicia te acompañe, es decir, tener la razón no significa que la tengas realmente)

 

Sí, Nguema Obiang podría tener razón, como ocurre con los niños mimados de ciertas familias. Están papá y mamá, y son agarrados y no quieren que se sepa que tienen dinero, incluso que comen ricamente. Y hablan de sus mentiras delante del niño, mofletudo y con cara de querer romper todos los platos que pongan a su alcance. El niño, como tal, no toma parte en la conversación, pero sale al patio con un pedazo de bocadillo que hace las delicias de todos los chicos y mayores del barrio. Además, con los labios y mofletes untados en aceite, se relame y da un trozo a un amiguito.

 

—¿Quién te ha dado el bocadillo?

—Es mi mamá, dice que no salga al patio para que no me quiten el bocadillo, pues los niños de este barrio son muy golosos y envidiosos.

—¿Qué nosotros somos envidiosos?

—Lo ha dicho mi mamá.

 

Y se pone en evidencia que los padres son unos mangutas, aparte de tacaños, porque el dinero para los bocadillos lo podrían estar robando, y de ahí que no quieran que la vecindad sepa nada de sus hábitos.

 

Teodoro Nguema Obiang Mangué es el hijo más querido de la pareja dictatorial porque es el de la primera mujer, y porque esta no se ha quedado sentada ejerciendo de primera dama. Ha enchufado a todos los de su casa y juntos, ejerciendo la delincuencia, se han enriqueciendo grandemente, al mismo tiempo que se han ganado con creces el odio de los guineanos a los que han expropiado, en una furia arrebatadora que no conoce parangón. Con ello se han hecho de oro, hasta tal punto que hace ya muchos años que uno de las prohombres de la familia de Mangue Nsue Okomo organizó una fiesta privada para celebrar que en su cuenta corriente ya tenía mil millones de FCFA. Un amigo conocido asistió, y cuando el menda contó para qué era la fiesta, se le subió la fiebre al amigo y escupió la pata de cerdo que masticaba y buscó la puerta. Bueno, mil millones de FCFA son sólo unos pocos millones de euros, pero es una barbaridad para alguien que nunca ha tenido una industria de nada, ni heredó ningún patrimonio de sus padres, nativos de una zona de selva cerrada.

 

Pues resulta que estos tíos están en el estado en que les hemos contado y Guinea no ha conocido ni un solo cambio, erección de grandes edificios para impresionar a los ingenuos aparte:

 

—Las escuelas primarias son pocas y en ellas no hay nada, ni maestros, ni muebles, ni libros y aseos. Y están masificadas. En Guinea todavía se escribe con carbón cuando no hay tiza, y las pizarras siguen pintadas en la pared porque de la empresa del mismo Teodorín no sale la madera para fabricar pizarras.

—La educación secundaria tiene edificios en las mismas situaciones, y ningún guineano que haya hecho el bachiller en Guinea puede contar las veces que ha estado en una biblioteca de los centros a los que ha asistido.

—La educación universitaria es meramente testimonial, y tiene las mismas carencias que los centros de las etapas anteriores.

—En las ciudades guineanas no hay agua potable ni en las casas ni en las fuentes públicas, que no existen. La electricidad es ocasional, la agricultura nacional no está protegida y es incapaz de abastecer a la población. Los hospitales públicos no pueden satisfacer la demanda de la población. La seguridad social apenas existe. Nadie, salvo los altos cargos del régimen, tiene garantías jurídicas. No hay libertad de expresión, no hay periódicos y se tortura en casas privadas y en dependencias policiales. En Guinea las elecciones no son libres y el fraude es legal, a veces público y amenizado por grupos de animación.

 

Guinea Ecuatorial tiene una sola biblioteca pública y ninguna librería; tampoco tiene alguna editorial, y no hay apenas interés oficial por la producción literaria de ningún autor, ya sea extranjero o nativo. Y salvo en los centros culturales de Francia y de España en Malabo y Bata, los guineanos no tienen posibilidad para ver una obra de teatro, una exposición, o una película. En Guinea no se habla de nada si no es oficial y se pueda decir por los medios informativos oficiales. Y oficial siempre tiene que ser algo que vaya en beneficio del dictador-presidente. Guinea no tiene fábricas de nada, y los jóvenes no tienen la oportunidad de acceder a una formación profesional, salvo que no fuera al amparo de una petrolera extranjera. Además, en Guinea los que mandan, y amparados por su poder, y por el dinero que tienen, acosan, y a veces violan, a las chicas que no se someten a sus caprichos.

 

Es en esta Guinea donde sobresale, sostenido por su ambiciosa familia, la figura de Teodorín, quien ya ha hecho correr ríos de tinta a causa del reguero de millones de euros y divisas que deja por todo el mundo. Compra, dona, regala, recompra, y tira al mar miles de millones en todas las divisas. Ahora preguntamos por qué. ¿Por qué lo hace? ¿Cuál es la razón por la que el dinero que tienen y que son capaces de gastar en todo el mundo no se dedica a satisfacer las necesidades señaladas arriba? ¿En qué piensan los Nguema, los Nsue Okomo y todos los que los apoyan para que sean incapaces de poner un solo franco para impedir que lo que hemos contado deje de ser real? ¿Por qué el dinero que tienen no sirve para los verdaderos problemas de Guinea, y sí para los asuntos periféricos?

 

Por lo que sabemos, esta pregunta no la puede responder solo el niño mimado Nguema Obiang Mangué, pues aparte de los cargos oficiales que tenga, es un simple enchufado de más. No nos engañemos, ningún guineano serio cree que Nguema Obiang sabrá resolver ningún problema de Guinea. Así, el patrón de los jóvenes analfabetos de toda Guinea hace a la perfección su papel de niño mimado y saca al patio su bocadillo, a veces arrastrado por una cuerda como hacía el tonto de nombre griego de alguno de los cuentos de nuestra infancia. ¿Se acuerdan? Sí, Teodoro Nguema Obiang Mangue ejerce de perfecto niño mimado y muestra en el patio mundial cuán agarrados son sus padres, quienes pese a nadar en millones, con incapaces de remediar la situación del país. ¿Al final no tendría algún sentido los agradecimientos de muchos artistas guineanos a su Patrón? Lo decimos porque gracias a él sabemos lo que son sus padres. Pero no vamos,  como ellos,  a decir mercí a nadie nadando en la miseria descrita. No hemos contado nada que no pudiera ajustarse a la realidad.

 

Lo que nos extraña de esta situación es que haya muchos guineanos, casi todos, que creen que hay que tener miedo en reclamar una situación mejor. ¿Miedo de qué? ¿De qué han de tener miedo, sabiendo que la miseria moral de los padres del niño ya ha sido descubierta, y que es seguro que no moverán ningún dedo para mejorar la situación? ¿Por qué siguen aferrados al miedo cuando debían saber que la situación de mala fe de los padres ya causó hastío incluso al hijo al que dijeron que no revelara el secreto de la familia?

 

Aunque se avergüencen de las evidencias, no hay familia tacaña que reniegue de sus costumbres por la indiscreción del niño que no ha sabido guardar un secreto. Mangue de Obiang y su marido no abrirán sus manos para que todos los guineanos tengan lo necesario para una vida digna. No lo harán. Que el miedo a las torturas y a la propia muerte estén detrás de esta resignación masiva se puede entender. Pero sin animar a nadie que comprometa su vida, la inacción ante una situación que hace años adquirió carta de naturaleza es equiparable a la vana creencia de que los padres del niño mimado abrirán su puerta para que entren todos los niños pobres de la vecindad a gozar de los bienes que nunca han querido que conocieran. Si ya es de por sí doloroso el estar al margen de una riqueza de una familia que no tiene ninguna obligación de compartirla con ningún vecino, es escandaloso buscar razones para estar sentado cuando se descubre que la riqueza de la que se habla es fruto de años de robo a todos los vecinos que sólo han podido envidiar desde cierta distancia la abundancia de la familia.

 

Barcelona, 27 de marzo de 2012

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