El canal televisivo HBO se sumó hace unas semanas al año electoral en Estados Unidos emitiendo la película Game Change. La película nos muestra la campaña de John McCain -interpretado por Ed Harris- y Sarah Palin -interpretada por Julianne Moore- en las elecciones presidenciales de 2008 que terminó ganando Barack Obama. A lo largo de sus casi dos horas de duración, asistimos al proceso de marketing político que permitió que Palin -una por aquel entonces casi desconocida Gobernadora de Alaska- alcanzase, a pesar de su inconmensurable ignorancia, un estatus de estrella política. Los asesores de campaña de McCain lograron construir en unas pocas semanas un personaje mediático que terminó escapándoseles de las manos.
El modo de hacer campaña que se muestra en Game Change -basada en el libro homónimo de los periodistas políticos John Heilemann y Mark Halperin– produce incluso más escalofríos que la cínica campaña que se describe en Los idus de marzo, la película dirigida por George Clooney sobre los trapos sucios políticos de un político demócrata que disputa las primarias de su partido. Ambas películas coinciden a la hora de otorgar una parte considerable del peso político de las camapañas a las decisiones de los asesores de campaña: el marketing político se impone a la política. Las campañas, en este sentido, son representaciones teatrales casi por completo desconectadas de la política real. La gestión de Obama ha demostrado la creciente distancia entre los discursos políticos y las medidas adoptadas para realizar los cambios prometidos en los discursos.
Aunque Bush Jr. fue el primero en asociarse con los radicales religiosos blancos -en un principio, para ayudar a su padre en su campaña presidencial, y años más tarde en su propio beneficio político- podemos considerar el éxito de Sarah Palin como el precedente más obvio de la mayoría de candidatos que han disputando las primarias republicanas. Políticos que se sumergen en las aguas más profundas y turbias del populismo, el extremismo religioso y el liberalismo más montaraz para construir un discurso que -en algunos de sus enunciados- atenta contra el sentimiento de vergüenza ajena de cualquier inteligencia no perturbada.
Si los discursos de esos candidatos responden a lo que piensa realmente una buena parte del electorado estadounidense, Estados Unidos tiene un problema serio. Es decir: el resto del mundo tiene un problema serio.
El poeta Charles Simic publicó a finales de marzo un artículo en The New York Review of Books, titulado ‘Edad de la ignoracia’, en el que comentaba algunos de los eslóganes electorales más estúpidos que se manejan actualmente en EEUU:
Los cristianos son perseguidos en este país
El Gobierno quiere quitarte tus armas
Obama es un musulmán
El celentamiento global es una patraña
El presidente quiere imponer la homosexualidad en el ejército
Las escuelas públicas tienen una agenda de izquierdas
La vida en la tierra tiene 10.000 años, igual que el universo
La programas sociales crean pobreza
Obama odia a la gente blanca
El gobierno está quitándote dinero para regalárselo a estudiantes universitarias obsesionadas con el sexo para que puedan pagarse medidas anticonceptivos
Citando a un filósofo estadounidense, Simic concluye que, en algunos períodos de la Humanidad, la estupidez se convierte en la más grande de todas las fuerzas que mueven la Historia.
Game Change, obviamente, no deja de ser un producto de ficción, por mucho que esté basada en un libro periodístico. Palin ha acusado a los autores de la película de distorsionar la realidad. Algunos de los miembros de su equipo en aquella campaña han afirmado, sin embargo, que en muchos aspectos la realidad fue mucho peor de lo que se muestra la ficción.
En el primero de los siguientes vídeos se ofrecen algunos de los comentarios más sorprendentes de Mitt Romney, el candidato republicano más moderado -es un decir- de todos los que disputan las primarias, y el que más opciones tiene de resultar elegido para disputar las presidenciales a Obama. La elección de Romney como candidato republicano no significa que sea el menos estúpido ni cerril de los todos los candidatos republicanos: la competencia en este sentido es, por desgracia, tragicómicamente feroz. Lo que, sin embargo, resulta más escalofriante es que haya millones de ciudadanos -que, en teoría, saben leer y escribir- dispuestos a votarle.
De nuevo Simic: “En el pasado, si alguien era un ignorante y decía sinsentidos, nadie le prestaba atención. Ese tiempo se ha terminado. Ahora esa clase de personas son cortejadas y aduladas por los políticos conservadores y los ideólogos considerándolos los “Auténticos Americanos” que defienden a su país del gobierno y de las educadas élites liberales. Los medios de comunicación los entrevistan y transmiten sus opiniones sin analizar la imbecilidad de sus creencias”.