Entra un fulano a la tabaquería, como cada mañana, a comprar tabaco.
—Porque lo único que interesa a la gente es el dinero, ya lo sabes —dice mientras entrega sus monedas-, ¿cómo si no te vas a ligar a alguien? A la gente lo que le interesa es el dinero y el poder, el poder sobre todo.
El dueño pálido le entrega la vuelta sobre una bandejita publicitaria que hay en el mostrador:
—A mí lo único que me interesa —contesta- es la belleza, la belleza y la verdad, mientras esta sea posible (porque la belleza lo es seguro, piensa).
Mientras tanto, en la pantalla de plasma que adorna una de las paredes de la tabaquería, se repiten las imágenes del asesino Breivik:
Cómo sonríe y lanza el puño al entrar en el juzgado, impecable en su traje negro.
Cómo es saludado por un hombre y una mujer vestidos con una toga:
vestidos con una toga negra que algo significa,
cómo, al estrechar la mano que mató a 77 personas, los togados,
especialmente el hombre, le sonríen,
con afecto, se diría, por las apariencias
—la verdad, mientras esta sea posible.
Cómo es saludado el asesino a continuación por tres personas más, dos hombres y una mujer, al parecer, los psiquiatras que le han examinado.
El asesino se siente saludado y una vez más se siente satisfecho.
Fuera de la pantalla, la puerta de la tabaquería se ha cerrado. Todavía flotan en el aire la presencia del cliente y las palabras que se han dicho: «dinero, poder, verdad, belleza».
El dueño pálido se frota los ojos.
Pasa el fantasma de Keats.