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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 19 / De mis nietos

De mi Diario : Semana 19 / De mis nietos


 

Con motivo de mis vacaciones, y siendo esa una ocasión en la que me distancio al máximo de las computadoras, durante las casi cuatro semanas que estaré fuera aparecerán acá, hasta el presente domingo, viejas entradas de mi diario, agrupadas de manera temática. Hoy recojo las últimas entradas que tienen que ver con nuestros cuatro nietos, en especial con el benjamín, Henri.

Estos son nuestros nietos : 

Paul Louis (*12.5.1997),

Oskar Linus (*13.12.1999),

Vincent (*11.6.2003)

y Henri Jonas (* 4.1.2010)

 

Diny, la enamorada de Henri, regresa por la noche de la casa de Montserrat, donde ha estado cuidándolo desde las 2 p.m., y me cuenta : Andaba atareada en el guardarropa cuando allá se le apareció Henri con una naranja en una mano y un cuchillo en la otra (menos mal que los dioses velan por los inocentes, ¡¿pero quién deja cuchillos a su alcance, carajo?!), de modo que fueron a la cocina y Diny agarró la naranja y empuñó el cuchillo como para pelarla, con el resultado de que Henri se opuso enérgicamente y le gritó algo así como «¡¡Rrruuuuummmm ssssssssssshhhhh fffffzzzz rrruuuuummmm ssssssssssshhhhh fffffzzzz!!», que Diny supo interpretar de inmediato (el día menos pensado me la contratan en la Unión Europea): lo que Henri quería era que se la exprimiese para hacerle un vaso de jugo. Qué crío tan divino

 

Oskar en casa. La abuela le prepara su buen filete con papas fritas, y a él le pido permiso para comer una o dos. Me autoriza. Le digo que se las pido porque la abuela no me las fríe nunca. La abuela arguye que no son buenas para mi salud. «¿Y sí para la de Oskar?» Al final le arranco la promesa de que podré volver a comerlas de vez en cuando. Y por la tarde, cuando se va a sus sesiones de gimnasia, estoy como siempre junto a la ventana, para despedirla desde ella cuando llegue a la calle y se dé vuelta, y Oskar se pone a mi lado para despedirla también porque conoce el rito. «¿Sabes qué es la muerte, Oskar?» Me mira algo desconcertado. «La muerte es cuando tu abuela llegue a la calle, se dé vuelta hacia esta ventana, y no estoy para despedirla. O al revés, cuando soy yo el que llegue allí, y me doy vuelta y ella no está». Creo que lo ha entendido.

 

A Montse le dio un ataque de lumbago, no se puede mover de la cama y llamó a Diny a las 9.15 a.m. y Diny salió rajando para allá, pero al rato regresó con Henri por la sencilla razón de que sintió que era mejor para él estar acá que allá, y lo tuvimos con nosotros hasta entrada la tarde, qué gloria. Mi mejor vivencia con él ha sido cuando estuve haciéndole ver en pantalla y escuchar en los auriculares, sentadito sobre mi regazo, algo que lo fascina, a Jonathan, el hijo menor (tres años de edad) de mi amigo David Graham, el compositor inglés, dirigiendo el 4° movimiento de la 5ª de Beethoven. HenriTesoro mío, si no existieras, yo te inventaría. (Gracias, Voltaire).

 

Frank y Paul se han ido temprano a Berlín, a ver el partido del Hertha contra el 1.FC Colonia, así es que Montse viene a casa con Oskar y Henri, y nos alegra el día, de por sí alegre, con un sol otoñal que ayer provocó titular de primera plana en el diario: OTOÑO DORADO.

 

Oskar en casa. Cenando, intervengo en el diálogo que mantiene con Diny acerca de sus notas en la escuela y lo que le gustaría ser cuando sea mayor. Le cuento a Oskar que su tío Ricardo [=mi hijo, Chico] un día se acercó a mi despacho teniendo entonces casi la misma edad que él tiene ahora, y me dijo: «Papá, he estado pensando mucho en lo que nos dijiste durante la cena, de que tenemos que ir pensando en qué queremos ser cuando seamos mayores, y ya lo sé». «¿Y qué es lo que quieres ser?» «Haragán» me respondió, y tanto Diny como Oskar se ríen, Diny al rescatar ese recuerdo y Oskar sin saber muy bien por qué, hasta quizás creyendo que ha sido un chiste. Pero lo que a los dos se les escapa es la profunda reflexión que había en la respuesta de Chico. Qué carajo, él no quería ser un esclavo del trabajo, como su padre, a quien veía regresar todos los días del “trabajo” (en la redacción), para después de la cena y de jugar un rato con ellos, ponerse a trabajar de nuevo hasta altas horas de la noche. Mi Chico querido me dio con esa respuesta una lección que nunca aproveché, pero no es culpa suya que su padre sea un imbécil.

 

Reflexiono acerca de la página “seria” que han creado, dedicada a los niños, en el Kölner Stadt Anzeiger, el diario al que estamos suscritos. Y me resulta evidente que por ejemplo mis hijos han crecido viendo a sus padres bajar de mañanita a recoger el diario en el buzón y leerlo mientras la familia desayuna, pasándose cuadernillos (Diny primero la sección local, yo la internacional y la deportiva). Y eso se ha heredado, según puedo comprobar cuando voy (siempre en las mañanas) a la casa de Montse en el desempeño de mis labores de abuelo; cómo es que Paul y Oskar están acostumbrados a leer por las mañanas en el diario, desayunando con los padres; incluso cuando se expresan usan algunos tics de los periodistas, sobre todo de los deportivos. ¿Cuanto durará esta ilusión de poder seguir defendiendo la fortaleza contra la marea de lo virtual? La verdad es que no lo sé, pero sí sé que por suerte no estaré acá para documentarlo en mi propia familia.

 

Me contó su enamorada que sacó a pasear a Henri en el cochecito, y al salir a la calle Henri le señaló con la mano la ventana del cuarto de Oskar y dijo: «¡Piep piep piep! [onomatopeya en alemán del piar de los pájaros]», y luego frunciendo los labios y señalándose el culo: «¡Fusshh!» Diny volvió a mirar la ventana, y ¿qué vio?, el chorreón de una cagada de pájaro en el cristal: «¡Este niño es tan, tan inteligente!», y su enamorada se derrite de amor mientras lo dice.

 

Hoy es un día lleno de cosas que anotar. A las 9.20 a.m., al levantarme, lo hago al mismo tiempo que Oskar y nos encontramos en el pasillo; de repente me doy cuenta de que ya está más alto que yo. En el desayuno leo en la página dedicada a los niños cómo les explican quién es Shakira y las muchas cosas buenas que hace por la infancia desvalida en su país. Diny regresa a las 12.15 de ir a dejar botellas vacías en el contenedor de la esquina, y llega corriendo, nos grita a Oskar y a mí que nos asomemos a la ventana para ver pasar las bandadas de ánades en vuelo migratorio rumbo al sur. Luego me dice que al salir de casa se encontró en el patio con nuestro joven vecino del piso de arriba, Garske, el padre del pequeño Emil, todavía más crío que Henri; como Garske es soldado profesional y hay rumores de que quieren centralizar todos los servicios militares en Berlín (cerrando, por ejemplo, el Cuartel General del Ejército, acá en Colonia), Diny le preguntó si sería afectado por la medida, y él le contestó que en principio no, pero que el año próximo tendrá que pasar seis meses en el destacamento alemán en Afganistán; Diny se asustó mucho y quiso saber si no podía eludirlo, en base a tener una criatura tan pequeña; Garske le dice que sí, pero eso sólo significaría un aplazamiento, a los dos años se volvería a repetir la situación y Emil ya tendría cuatro y resentiría más su ausencia que ahora. Carajo. La Historia mundial se nos echa encima del 11ª del Pflasterhofweg, entrando por la puerta trasera, como los turcos por aquella kerkaporta de Constantinopla, que conocí a través del relato de Stefan Zweig en Momentos estelares de la Humanidad, un libro inolvidable.

 

Se acabaron las vacaciones escolares y es el cumpleaños de Montse. Acudo pronto a su casa (Diny hoy no puede) y almuerzo con ella y Oskar, que llega de la escuela súper orgulloso con su primer “1” en Alemán. Después del almuerzo Oskar sube a buscar a Henri y lo trae todavía sin haberse acabado de despertar. Es una hora maravillosa, irrepetible, la que paso con él. Le doy de comer, se ríe mucho conmigo. Luego llega Ute, con Levin, dejo a las amigas y regreso a casa, donde me espera tarea larga, quiero organizar dos antologías de tuits, una para el #100 de The Twitter’s Digest y otra para el 31 de diciembre, como resumen del año. Veremos, dijo el ciego.

 

Cuando Henri sonríe la casa entera se ilumina y yo me derrito a ojos vista. Este niño es un tesoro como de Las milyuna noches. En mi cuarto de trabajo hay varias cosas que le interesan mucho y se las quiere anexar, así es que se me parte el corazón al decirle que no, que esas cosas no, que a lo mejor cuando sea mayor sí. ¿Pero estaré yo aquí para permitírselo cuando sea mayor? Entrada la tarde vienen a buscarlo Frank y Oskar, que enseguida lo toma en brazos, Oskar es el cariño en patas. Los dioses me han regalado al menos estos nietos. Y cuando Oskar me dice al oído que el miércoles, de la escuela, vendrá derecho acá, si su mamá se lo autoriza, les prometo in petto a las sacerdotisas de Eleusis el visceramen de todas las palomas de la Piazza de San Marco… Enter.

 

Estrenan hoy Los niños de Mark Twain, una peli alemana protagonizada por Tom Sawyer, Huck Finn y la tía Polly, y la tía Polly es nada menos que Heike Makatsch, una actriz que me encanta. Tendría que ir a ver la peli, sí, ¡pero iría tan prejuiciado! Los dos niños que actúan en el filme son compañeros de escuela de Paul. Así, Huck Finn es Louis Paul [Hoffmann], y el nombre completo de Paul es Paul Louis, y por esa casualidad asimétrica nació la amistad, pero desde que trabajó en esta peli se ha distanciado mucho de Paul. Y en cuanto al que interpreta a Tom, con ese se ha peleado Paul a puñetazo limpio en el patio de la escuela, porque después del rodaje empezó a comportarse como si fuera George Clooney. ¿Iré o no iré?  «De eso se trata», como magistralmente tradujo mi querido y añorado Tomás Segovia el «That is the question!» del más citado monólogo de Hamlet. ¡Qué versión, por fin poder leer “bien” a Shakespeare!

 

A las 9.02 am suena el teléfono. Veo en el display el # de Montserrat y me identifico como lo hago siempre en estos casos: «Kindergarten Bada-Hansen, mi nombre es Abuelo, ¿qué puedo hacer por usted?» Silencio. Pregunto: «¿Montse?» Y responde Henri: «Papi!» ¡Es la primera vez que me llama Henri!  No sabe decir ni Oma ni Opa (=abuela, abuelo), nos llama Mami y Papi. Mantengo un diálogo con él preguntándole cosas que puede responder con un sí o con un no, hasta que de repente me dice “Chau–chau!», su despedida. «Está claro que no esperaba mi voz al teléfono, sino la de tu madre», le digo a Montse. «Bueno, no le pidas a la vida más de lo que te dé», me replica. Sabia reflexión. Traducida al castellano significa “Jódete y aguántate”. Ay.

 

De repente suena el timbre de la puerta (Diny duerme la siesta) y es Oskar que ha decidido venir a pasar el sábado con nosotros. Lo abrazo sin palabras. Luego, cuando se despierta, Diny pasa rumbo a la cocina sin darse cuenta de que Oskar está en su “Room of One’s Own”, enfrascado en su compu portátil (la de Diny). Al rato, cuando lo descubre, es un alborozo también para ella. Y hasta sale el sol, por si fuera poco: ¡este niño es el Mago de Oz–kar!  (Qué chiste más malo).

 

Llamo a Diny a la casa de Montse (su tarea de los viernes) y como está ya bastante sorda no oye el teléfono, pero sí Henri, que aprieta el botón de escucha y le lleva el aparato a la abuela. Sólo que Diny cree que está jugando, deja el aparato junto a la mesa de la plancha y se pone a platicar con Henri sin darse cuenta de que estoy escuchándolo todo. Y aunque me desgañito gritándole que agarre el aparato para hablar conmigo, nanay de la China, como decía mi abuela Remedios; no hay manera. Por último claudico. Pero algo positivo he sacado de la experiencia: no estaban hablando mal de mí a mis espaldas. Buena gente.

 

Reunión familiar en casa de Montse, para festejar el cumpleaños de Oskar, que fue el martes. Sólo falta Rebeca. A cambio han aparecido el abuelo Helmut y vino también Ute, con Levin, a quien reconozco porque está con su madre, que si no, imposible, estos chicos crecen de manera asombrosa en un plazo muy breve. Y la estrella de la fiesta, cómo no, es Henri. Casi estoy por pedirles a todos que lo dejen en paz, que no es nuestro clown, pero me río tanto con él y con su media lengua que al final termino por comprender a los demás. Reflexiono que no es que a este nieto lo queramos más que a los otros tres, lo que pasa es que ha llegado casi diez años después de los demás, inesperadamente, como llovido del cielo, y nosotros con el rodaje hecho. Con los otros tres aprendimos a ser abuelos; con Henri lo somos 100% ya desde el principio.

 

Paul en casa. Vino con Frank a desmontar la mesa del comedor ya que a partir de a partir de mañana tendremos una nueva, y nueva sillería. Nunca entenderé la necesidad de deshacerse de una mesa y unas sillas que tienen al menos diez años más de vida garantizada, pero contra el argumento de Diny («Las he comprado de mi dinero») no me queda sino callarme y pensar que lo hubiese invertido mejor en ese viaje al Círculo Polar Ártico que tanto la ilusiona. Pero bueno, Frank se fue y Paul decidió quedarse con nosotros. Diny le cocinó los espaguetis que a él le gustan, “alla Pauli”, tanto que repite porción, algo que no suele hacer ni en casa. Luego cenamos Diny y yo, en la mesa baja redonda del living, unos lomos de venado neocelandés con linguinis en salsa de setas, una pura delicia. Mientras, Paul se divertía a nuestro lado con unos episodios de la primera temporada de “How I Met Your Mother”, que se trajo en un álbum de DVD. Y tras la cena, nos pusimos los tres a jugar scrable. Ganó Paul por un punto de diferencia delante de su abuela, y yo me tuve que conformar con un honroso (¡ejem, ejem!) tercer puesto, gracias a lo cual también pude acceder al podio. ¡Hurra!

 

Vincent a las 8 a.m. ante portas. Esto de que a los nietos les guste pasar días de sus vacaciones escolares con nosotros es algo que nos llena de una indecible alegría. Le pregunto si quiere venir conmigo al concierto matinée de la Philarmonie, almorzar luego con Carlitos y Ulli, y terminar comprándole una nueva aspiradora eléctrica a la abuela en Saturn, lo que podría aprovechar para comprar de paso algún DVD para él. Pero prefiere quedarse jugando con el arsenal de barcos y filibusteros que se ha traído de su casa y que convierten nuestra sala en algo así como un set de rodaje de Piratas del Caribe (a escala 1:1.000.000), y teniendo como hilo musical las 9 sinfonías de Beethoven (versión Harnoncourt) que me pidió que le programase en el CD-Player.

 

Vamos a lo de Chico, que ayer cumplió 43. A Angie le salieron dos bizcochos de relamerse los dedos, sobre todo el jaspeado. Y Montse llega luego con Frank y con Henri, y trae una golosina della madonna, un bollo de almendra glaseado que está diciendo comedme y que hornearon al alimón Frank y Oskar. Con nosotros Beate y Wolfgang [los suegros de Chico], que acaban de llegar de Franconia para pasar unos días en familia con su único nieto, Vincent, pero lo cierto es que Wolfgang se pasa todo el tiempo jugando con Henri, cuyo magnetismo es irresistible. 

 

2° cumpleaños de Henri. Toda la familia en casa de Montse, menos Chico, el único que trabaja este día. Henri muy atento a que sus amiguitas mellizas Katharina y Karolina («una morena y una rubia», aunque no «hijas del pueblo de Madrid»), que lo han venido a felicitar y son de su misma edad, no tomen posesión de sus juguetes. El sentido exclusivista de la propiedad en los niños es un rotundo mentís a la inocencia de sus espíritus: el ser humano nace lastrado ya con ciertos instintos y prejuicios que si acaso, a base de mucho esfuerzo consciente, a lo largo de su vida, logrará borrar de su disco duro. Por lo demás, Frank y Oskar desaparecen pronto para llevar a Meggie al veterinario, llegó de la calle hace un rato maullando lastimera y cojeando de la pata izquierda delantera. Cuando la traen de vuelta Frank informa que el diagnóstico del galeno ha sido que se trata de un mordisco («Joder, se habrá peleado con el perro Pluto» comento yo) y tiene prohibición absoluta de salir de la casa durante cinco días: arresto domiciliario. Y Oskar se viene con nosotros para quedarse acá quizás hasta incluso el fin de semana, qué gran alegría.

 

Oskar es único. Estaban Diny y Montse platicando y apareció en el diálogo el nombre de una amiga, CN, comentando Montse: «¡Qué mujer tan insoportable!»  Y Oskar, que andaba cerca, jugando con Henri, levantó la cabeza para preguntar: «¿Más que LT?»  Grande es este Oskar, aunque ciertamente injusta Montse con CN. Porque para cierto tipo de gente, Montse debe ser seguramente tan insoportable como CN para ella. Y hasta puede que por los mismos motivos.

 

Al regresar a casa, siesta, y cuando me despierto, Paul. Este nieto de 14½ años al que se le nota que busca nuestro contacto y quiere saber quiénes somos, por qué estamos aquí, en Alemania, un país que no es el nuestro, por qué somos sus abuelos (una neerlandesa y un español) tan diferentes a cómo son sus padres y sus tíos por la manta de arriba [= la parte paterna]. Porque con Rebeca y Chico no tiene problemas, creo que los considera alemanes como a sus padres, aunque alemanes de los que se besan cuando se encuentran, y sus besos no son en el aire, es decir, que son unos alemanes sui géneris. Paul querido, qué alegría tenerlo en casa. Busco en este diario la primera vez que anoté algo a su respecto, fue el 6.2.98, tenía ocho meses: «Montse trae a Paul a casa, se quedará con nosotros hasta mañana bien tarde. Ya camina con sus andaderas por todo el apartamento. Hoy llegó a nuestro dormitorio y echó mano a los libros. El primero que ha agarrado este muchacho en su vida es Erótica hispánica de Xavier Domingo. Bien empieza».

 

Emergencia. No llega al nivel de alarma roja, pero es viernes y a Diny le toca en lo de Montse, y resulta que Angie trabaja full time y Chico termina su jornada a las 13.30. ¿Quién se puede hacer cargo de Vincent a las 11.40, hoy que la escuela termina temprano?  Pues el abuelo, que tan poco y tan mal ha dormido. Me levanto en cuanto el cuerpo me lo permite, despacho la correspondencia urgente, me afeito, me ducho, desayuno, salgo a enfrentar el tiempo, que es una miseria. Diny, gata escaldada, me ruega que calcule más de una hora para llegar a la escuela de Vincent (un autobús, dos tranvías hasta allá). Cuando llego por fin a Clarenbachstift, la parada correspondiente a la casa de Chico y a la escuela de Vincent, y como me quedan 15’, cruzo al lado opuesto para comprar en la panadería tres pancitos, uno con salchichón, dos con jamón dulce, como hacía cuando venía a buscar a Vincent en la guardería infantil hace un par de años y me queda el recuerdo de cuánto le gustaban esos Brötchen de esta panadería. Salgo de ella y sólo parece que los reputísimos cielos estaban esperando mi salida para abrir las compuertas y largar una lluvia homicida secundada por un viento cómplice que me acompañan sin pausa hasta la casa de Chico, de lo más embarazado tratando de que no se mojen los pancitos en mi morral ni se me vuelva pulpa de celulosa el libro Los malditos, que metí en él como lectura de viaje. Llego a casa de Chico, meto la llave en la cerradura, la puerta se abrey cesa la lluvia como por ensalmo y hasta se asoma el hijueputa de Febo, con cara de huevo frito congelado. La remilputa que lo recontramilparió. Dejo el morral en la casa y salgo para la escuela que está a media cuadra. Llego cuando suena la campana, voy a la clase de Vincent, está vacía, busco hasta encontrar en el patio a varios de sus condiscípulos, me aseguran que Vincent ya se fue a casa, disparo hacia allá y me lo encuentro parado delante del semáforo al otro lado de la calle. No quiero increparle, pero le pregunto que por qué no me esperó. Me contesta que no le dijeron que yo iría a buscarlo. Sé que me miente. Pero no se lo digo. Ya en casa devora con una fruición, que me compensa de todo, un pancito con jamón dulce. Luego le digo que estoy súper cansado y quiero tenderme en el sofá del salón. Y él lo entiende y se queda jugando a solas en su cuarto, mientras yo no consigo dormir la siesta que necesito.

 

Oskar vino anoche a casa con Diny y se quedó a dormir acá. Hoy hemos ido juntos a Saturn, él a comprar un álbum de una serie, con dos bonos–regalo que le trajo Papá Noel, yo porque quería comprar por fin Persuasion, en la versión donde a Anne Elliot la interpreta mi admirada Sally Hawkins, Poppy in aeternum. Luego, en la sección Aparatos me instruyen acerca de uno donde se combinan un reproductor de vídeos y otro de DVD, con el aliciente añadido de poder copiar los vídeos a DVD: 339 €. Tengo que hablar con mi “manitas” Jorge Luis, pero creo que terminaré comprándomelo. Al salir, en la esquina, le pregunto a Oskar si quiere un pancito, me dice que no pero yo tengo hambre, así es que me meto en la panadería con café, y a Oskar se le antoja un Berliner, un bollo dulce que se llama así en toda Alemaniamenos en Berlín. Yo prefiero un pancito con mantequilla y jamón dulce, y lo trasiego con un buen café. Después, de regreso en  casa, almorzando, recuerdo una serie de cosas prácticas que le enseñé a Oskar por el camino, y cómo a todas ellas les dio su OK al comprobar que eran ciertas, y le pregunto si ya le contó a su abuela el resumen de eso que aprendió hoy conmigo: «No», me dice, y le explica a Diny: «Es un refrán español: Que el diablo sabe más por viejo que por diablo». Y me guiña el ojo.

 

Sorpresa, Diny vuelve de casa de Montse en compañía de Oskar. Qué hermoso es sentirse padre de nuevo. Vana ilusión, claro, pero de ilusión también se vive. Y se muere. O nos mata.

 

Oskar inauguró el día de hoy con la compu y sin salir de la cama. Luego, al mediodía trabajaba con ella en el cuarto de Diny. Y ahora, al levantarme de la siesta lo veo afanado con el aparato en el sofá del living, embutido en la manta de lectura que le regalé a Diny por el International Gift Day. «¿Si será que piensas surfear en todas las habitaciones de la casa?», le pregunto. «No, sólo estoy probando dónde se recibe mejor la señal de Internet», me contesta. Es un exquisito.

 

Paul en casa, ha venido a ayudar a Diny en el manejo de la compu: esa es la excusa, claro; de lo que se trata es de ganarse unos euros por la “asesoría”. Aprovecho la oportunidad para hablarle, por primera vez, como adulto, y de adulto a adulto, aunque aún no ha cumplido los 15. Le dejo muy en claro que no estoy nada contento con sus notas en la escuela, y que me parecen ridículas sabiendo las que podría sacar si se aplicase. Me dice que es que estudiar es muy aburrido. Y yo le digo que no más aburrido que pasarse la vida chateando en Scarfacebook. Se sonríe culpable y no puedo sino pensar que soy el último en poderle dar lecciones a nadie, y menos que a nadie a uno de mis nietos. Me levanto, le doy un beso y le pido disculpas por mi intromisión en su esfera privada, le aseguro –y es cierto– que sólo lo he hecho pensando en su bien.

 

Montse tenía que ir al dentista con Paul y Oskar, y Diny estaba ocupada a esas horas, así es que me pidió hacerme cargo de Henri desde el mediodía hasta las 3 pm. Cuando llego a la casa y se abre la puerta, al primero que veo es a Henri, quien me ve y pregunta «¿Mami?» [=Diny] Pero no viene hoy su novia conmigo, pobrecito. De todos modos, él y yo hacemos muy buenas migas, así es que también jugamos un rato, y a las 12.30 la mamá lo lleva a dormir: «Chauchau!» saluda despidiéndose con la mano. Me quedo solo, con él durmiendo arriba, y leo el capítulo dedicado a Alejandra Pizarnik en Los malditos; pienso si le habrán llegado ya las fotocopias a La Maguita, en la Cartago de Costa Rica. Cuando regresa Montse, sola (los chicos se quedaron comiendo papas fritas en el boliche del griego), Henri sigue durmiendo y me vuelvo a casa sin verlo. Pero el jueves, Jueves de Comadres, que comienza el Carnaval, nos lo traerán a casa por la mañana temprano y se va a quedar con nosotros hasta el sábado. Y Oskar con él. Y Vincent los relevará el sábado. Si esto no es ser abuelos a tiempo completo, que venga el proverbial Dios y lo vea.

 

Temprano de mañanita nos trajeron a casa a Henri, es como si nos hubiesen dejado un ruiseñor en el apartamento. Después, al salir de la escuela, también se domicilió aquí Oskar. Los dos van a quedarse hasta el sábado, que los relevará Vincent. En las pausas entre las visitas de Henri a mi despacho y las mías a sus cuarteles (Oskar vive encapsulado en el capullo de sus auriculares y la pantalla del portátil de la abuela), sigo redondeando el texto mafaldiano. Antes de ½noche cierro el kiosko para ver una peli que me interesa mucho, Storm, con Kerry Fox, la inolvidable Claire de Intimacy, la a su vez también inolvidable creación de Patrice Chéreau.

 

Montse y Frank vinieron a buscar a Oskar y Henri, y apenas el auto desapareció a la izquierda, después de remontar la rampa, llegó por la derecha y empezó a bajarla el auto de Chico y Angie, trayéndonos a Vincent. Un timing semejante sólo se da en la salida de esta casa y en el relevo de la guardia en el palacio de Buckingham. Contribuyen a la semejanza el fondo musical y la algarabía de la gente arracimada en las calles para ver pasar el desfile de carnaval de Weiß. Llevo 37 años viviendo aquí y no he visto ni uno solo de los 37 corsos. Mi Carnaval soy yo.

 

Me cuenta Diny, al regresar de su “viernes de plancha” que descubrió a Henri con el teléfono portátil pegado a la oreja y diciendo «Papi papi», es decir, que seguramente me estaba llamando para decirme que Diny estaba con él. Pero poco después se le antojó ver el DVD de Petterson & Findus y empezó a dar la lata diciendo «Vídeo, vídeo», lo que en lengua henrish significa DVD. Sólo que Montse se mostró inasequible a la petición («Por la tarde», le dijo) y mi pobre Henri puso a llorar sus dos años, un mes y veinte días de una manera inconsolable. Ni la madre ni la abuela lograron que dejase de llorar, y en esas llegó Oskar de la escuela, tomó en brazos al llorón y le dijo sosegadamente: «No llores, Henri, después ves el vídeo conmigo, sentado a mi lado, ¿sí?» Y Henri le dijo que sí, dejó de llorar, le sonrió a Oskar y siguió jugando. Ni Montse ni Diny salían de su asombro. Este Oskar tiene porvenir por delante como asistente social.

 

En el diario, por una glosa acerca del día supernumerario de los bisiestos, me entero de que el anterior 29.2., el de 2008, nacieron en Colonia 344 niños que hoy festejarán su 1er. cumpleaños auténtico. El glosador les aconseja que, ya de adultos, festejen en los años no bisiestos tanto el 28 de febrero como el 1° de marzo, dos días consecutivos, para no marrar su aniversario. Cool!, como seguramente asegurarían a coro tres de mis nietos, Henri aún no, aún no está pervertido.

 

Nos traen a Henri a las 11:15 para que pase el día con nosotros. Tenerlo sobre las rodillas, con los auriculares encasquetados como si fuese un astronauta diminuto, y viendo en la pantalla de mi compu las aventuras de Pettersson & Findus, es algo que me reconcilia con la vida.

 

He sido nieto. De mi abuela Joaquina, que era una mujer menuda y de la que no recuerdo casi nada. Y de mi abuela Remedios, una mujer fuerte, del pueblo, casi tan sabia como analfabeta, y de quien era el nieto preferido porque me parecía como una gota de agua a su hijo predilecto, mi tío Antonio, que murió de tuberculosis a los 21 años, en el 41, cuando la tisis era sentencia de muerte segura. Hoy he llegado a las 11 pm al salón, donde Oskar se afanaba con la computadora portátil de Diny, quien me había hecho prometerle –antes de retirarse a dormir– que Oskar iría a la cama no más tarde de las 11. Y he tenido un breve diálogo con él, en tedesco, claro, y luego, al sentarme ante la compu, para seguir trabajando, de repente me he puesto a pensar en mis dos abuelas extremeñas y en mi nieto alemán. Y en que yo soy el eslabón perdido. O sea, un mono.

 

Frank ha venido a buscar a Oskar, y se ha traído a Henri. Están sólo un cuarto de hora acá, pero me da tiempo a sentarlo en mis rodillas, con los auriculares puestos, y pasarle una peli breve de dibujos animados. Adoro a esta criatura. Y a él se le llenan los ojos de luz cuando ve a Diny y a Oskar, que lo trata como si él (Oskar) fuese una miniatura de padre, de padrazo, más bien. Y a propósito de Oskar, me cuenta Diny que anoche, al entrar a darle el beso de buenas noches y ver su ropa desperdigada en el suelo, por todo el cuarto, le preguntó que por qué así, y él le contestó que debido a la fuerza de la gravedad. Juemadre, qué buena respuesta, me recuerda un diálogo en una novela de Cela: «–Las costumbres cambian mucho. –Es cosa de la aviación».

 

Diny pasó la mañana con Henri porque Montse tuvo que salir a hacer no sé qué gestiones, y al regresar a casa me cuenta que lo sacó de paseo en la sillita rodante y que al llegar a la parada del autobús él preguntó: «Opa Weiß?» ¡Criatura de mi alma!, pensé, como todavía no sabe decir «¿Vamos a tu casa en Weiß?», liga dos elementos que le permitan inducirlo a Diny y de paso le está diciendo que lo que quiere es venir a nuestra casa. Horas más tarde, después de la siesta, Diny me dice que mientras la dormía llamó Henri, porque quería hablar conmigo: «Opa vídeo!» Y añade Diny: «Igual que esta mañana, cuando lo saqué a pasear, “Opa video Weiß?”»  Ajá, conque esa era la cita completa, de la que antes sólo me refirió dos tercios Si será cabrón el Henri, no da puntada sin hiloA mí cayéndoseme la baba antes, pensando que a la criaturita le tira la querencia de esta casa, y ahora resulta que es puro cálculo, la madre que lo parió, carajo. ¿Qué monstruos son los que estamos alimentando con el sudor de nuestras frentes?

 

Montse tendrá que prescindir hoy de su planchadora favorita (Diny no quiere ir donde haya nietos mientras no termine de curar su virus), pero Henri no debe quedarse todo un viernes sin, por lo menos, el abuelo, así es que me voy a pasar la mañana con él, hasta que al mediodía me da un beso y me dice chauchau porque se va a dormir la siesta. Entretanto he aprendido, gracias a Montse en su función como intérprete, que “Oia foba”, en henrish, quiere decir “Oskar Fußball”, o sea, que estuvo jugando al fútbol con Oskar. Le pregunté que quién ganó el partido y contestó elocuentemente: “Tor!” (gol). Terminaré políglota diplomado, lo que Unamuno me envidiaría.

 

Henri en casa. Montse tenía que ir al centro, con Frank y Paul, y no quisieron dejar a Henri al cuidado de Oskar a solas, así es que nos lo trajeron para pasar la tarde con nosotros. Lo que he descubierto hoy es que cuando pide “Vídeo, Vídeo!” y le instalo un DVD en el televisor, amén de ello quiere tener corriendo en paralelo un CD en la columna sonora, de tal manera que lo que se oye en el living es un guirigay a la quinta potencia, al cual él, además, no le da ni cinco de bolilla, está tan pronto viendo la peli como bailando la música y entrando y saliendo tanto de la cocina, para controlar a su novia, como de mi cuarto, desde donde sabe que puede telefonear con tarifa no ya plana sino en pendiente. Pero en cambio, cuando lo siento en mis rodillas y le calzo los auriculares, se queda larguísimos ratos concentrado en las pelis sin moverse, a no ser para mirarme sonriente de vez en cuando y decirme “Alo!”  Es, por lo menos, desconcertante.

 

Oskar & Henri en casa. Por fin sé lo que significa la denominación eclesiástica de este día: ¡Sábado de Gloria!

 

Vamos al Teatro de Ópera de Cámara, que nos queda muy cerca, en Rodenkirchen, a tiro de autobús, para ver My Fair Lady en una versión minimalista. Once actores y un pianista. Hemos invitado a Vincent, el nieto melómano, y a su mamá, Angie, nuestra nuera preferida, de la que somos los suegros predilectos. Reciprocidad, se llama esa figura. Y salimos entusiasmados del teatro porque realmente este elenco trabaja poniendo toda la carne en el asador. Son ocho las versiones en CD que tengo de My Fair Lady (dos en inglés, dos en alemán, tres en español, una en neerlandés) y qué lindo sería si sacaran un CD de esta, porque tiene gags que son verdaderos hallazgos. El de Lohen–Grün es impagable. E intraducible. Una carcajada homérica lo honró.

 

Nos trajo Montse a Henri a las 9.30 am y lo dejó con nosotros hasta las 3 pm. Ya no lo veré más hasta mi regreso de España. Y él es el único de nuestros cuatro nietos que nunca ha llorado por el hecho de quedarse en esta casa y ver partir a los padres; los otros tres sí, al menos las primeras veces, o la primera vez. Henri no, hasta los acompaña a la puerta y los despide con su amoroso “chauchau”. Así es que hoy he jugado con él todo lo que pude, y quiso. Lo tuve sentado en mi regazo viendo un corto de Speedy González, y esos fueron unos minutos de una felicidad a la que nada puede compararse. Esta criatura me vuelve loco, pero está siendo mi salvación mental.

 

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