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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 20 / 2012

De mi Diario : Semana 20 / 2012


 

Weiß/Colonia, 13.5., primera hora del día

Llegamos a Colonia a las 10.05 pm, estaban esperándonos Chico y Vincent, que nos trajeron acá. Y acá me estaban esperando 457 emails. He borrado sin abrirlos 334, reduciendo la cifra a 123. Entre los jíbaros estoy seguro de que ya me habrían propuesto para chamán o poco menos.

 

Weiß/Colonia, 13.5. (1)

Tras el desayuno, fortificado, logré reducir a 74 los emails que ameritaban respuesta.

 

Weiß/Colonia, 13.5. (2)

Cumpleaños de Paul. Quince ya. Festejamos en su casa, con bizcocho y tarta de fresas. Nos recuerda nuestra promesa de que cuando llegase a esta edad lo llevaríamos de viaje a donde él quisiera (siempre que fuese Europa, le recordé yo). ¡Y resulta que se ha decidido por Madrid! ¡Y pensar que estaba completamente seguro de que el viaje que terminó ayer fue el último que hice a mi ciudad bienamada!  Lo que está claro desde el primer momento es que si vamos con él –y él ya tiene hasta fecha, las vacaciones de octubre–, lo haremos de riguroso incógnito, porque debemos dedicarle todo el tiempo. Incluido un partido en el Bernabeu, conditio sine qua non.

 

Weiß/Colonia, 13.5. (3)

Al teléfono KMH para disculparse por no haberme contactado en Madrid, máxime después de que Diny lo llamó el mismo día que me internaron, para decirle que no nos podríamos encontrar esa semana llamada en la cual él mismo reconoció que se había olvidado de que estábamos en Madrid. Sic transit amitia mundi

 

Weiß/Colonia, 14.5.

Llamo, como convenido, a la doctora Carmen Poves Francés, en el Hospital Clínico San Carlos, de Madrid, y ella, como esperaba, me confirma la presencia de la temida Helicobacter pylori en mi pobre estómago. Ahora lo que me toca es tratamiento antibiótico durante una semana, pero la verdad es que cuando la doctora descolgó el tubo y escuchó mi voz y la reconoció de inmediato («¡Ricardo, estaba esperando su llamada!») me dio sin saberlo una gratísima alegría.

 

Weiß/Colonia, 15.5. (1)

Ayer, tras la plática con la Dra. Poves, llamé a mi Dr. Ruppert, le confirmé el diagnóstico y me recetó Omep Plus. Es un combinado de tres píldoras que deben tomarse dos veces al día, una hora antes del desayuno y la cena. En la farmacia del pueblo me conocen y me la venden sin la receta que está en camino vía postal, y Frau Hassel hasta me recomienda que tome las dosis con mucha agua y de pie, para que la ingesta sea más rápida. Lo que pasa es que todo el mundo parte de la base de que soy un ser inteligente a quien no hay que explicarle cosas que están a la vista. Y una cosa que está a la vista, al dorso de cada una de las siete bandejitas de seis píldoras (el tratamiento es de una semana completa), es que tres de ellas van marcadas con el signo de la luna y las otras tres con el del sol. Anoche, pues, antes de la cena, tomé la primera dosis, y esta mañana la segunda. Al rato me siento no mareado pero sí como flotando entre algodones. Y de repente me doy cuenta de por qué. Anoche tomé la dosis solar, y esta mañana la lunar. Hay que ser pelotudo full time para no darse cuenta de estas cosas, pero asi es la cosa, Mafalda. Menos mal que después del desayuno empiezo a sentirme bien, y así sigo.

 

Weiß/Colonia, 15.5. (2)

Entre los emails llegados durante mi ausencia, uno de Guillermo llamándome la atención acerca de una metedura de pata leída en el post que dediqué al cine la semana 18 en Fronterad: «Dices que la película Ossessione, del gran Lucchino Visconti «es la primera versión filmada de Double indemnity«. No señor: la película está basada en The Postman Always Rings Twice, una novela de 1934 de James Cain, y advierto que cito de memoria, de mala memoria». Le contesto: «En lo de Ossessione, lo raro no es que me se fuera el santo al cielo, a todos nos pasa alguna vez; no, lo raro es que Rolando no me tirase de los güevos, aunque claro, él es demasiado bien educado, quizás por eso no lo hizo. Posdata: ¿Ya viste que un par de hijueputas tuitearon la muerte de Gabo?  Soy abolicionista, aborrezco la pena de muerte, pero a esos cabrones les retorcería el pescuezo con mis propias manos. Vale».

 

Weiß/Colonia, 15.5. (3)

En el # de mayo de la revista Leer, que me regaló Víctor en el Café Gijón, hace un par de días, le dedican dos artículos a los hermanos Machado, uno de los ellos (de los artículos) del propio Víctor. En el otro, en un pie de foto se nos dice que ambos hermanos aparecen allí en amor y compaña de Margarita Xirgu el día del estreno de La Condesa de Benamejí. Yo dudo mucho de que un editor se atreva a editar El Duque de Montecristo, de Alejandro Dumas padre, pero al fin y al cabo sería ennoblecerlo aún más. Así es que eso de convertir a toda una señora Duquesa en una simple Condesa es una humillación pública. En nombre de los hermanos Machado, ambos tan caballerosos, les enviaré mis padrinos a la redacción de la revista.

 

Weiß/Colonia, 15.5. (4)

Nuestro Vincent hizo la primera comunión mientras estábamos en Madrid. Es el único nieto bautizado y católico que tenemos. Hijo de un agnóstico y una protestante (¡qué cosa tan absurda es la religión!)  Diny pasó hoy el día con él, pues anda enfermo de otitis aguda, y al regresar vuelve con unas chocolatinas especiales que encargó la abuela materna en un obrador ad hoc de Nuremberg, para regalárselas a Vincent como souvenir del señalado día; unas chocolatinas que van adornadas con la foto de nuestro nieto común. Después de mirar la que me corresponde, decido enmarcarla; si me la comiera me sentiría poco menos que antropófago.

 

Weiß/Colonia, 16.5. (1)

Leo en el diario que Felicitas Hoppe ha ganado el Premio Büchner, algo así como el Cervantes alemán, y me digo que ya es hora de que compre y lea su novela Pigafetta, donde narra su viaje alrededor del mundo en un barco de contenedores, acompañada por el espíritu del legendario cronista de la hazaña de Magallanes y Elcano (y muchos marineros de Huelva, como consta al pie del monumento a Elcano en Guetaria). Desde que salió la novela le agarré alergia, porque la buena de la Felicitas había cumplido un sueño que a mí ya no se me cumplirá, pero abandono mi reticencia porque la envidia es mala, qué joder.

 

Weiß/Colonia, 16.5. (2)

Carmen me escribe desde San Salvador, indignada porque la invitaron a un evento del Centro Cultural de España en el que iban a intervenir “trobadores”: «Ya ves. En todas partes se cuecen habas, que decía mi padre. Y al mejor escribano se le va un borrón, que era uno de los refranes favoritos de mi abuela». Le contesto: «Lo de que en todas partes cuecen habas también lo decía mi agüela Remedios, que era una sabia. Y bueno, eso de los «trobadores» es peccata minuta si lo comparás con lo que se ve a diario en Twitter y en los foros a las columnas de los diarios. Claro que sé que lo imperdonable es que la falta la cometa el Centro Cultural de España, pero yo ya no me espanto de nada. Lo que sí que les deseo a todos ellos es que se mueran de una hernia allí de donde les sale la ortografía, o sea en el orto (designación unívoca del ano, en Argentina)». 

 

Weiß/Colonia, 17.5. (1)

Diny ha estado desde el domingo leyendo los diarios de las tres semanas que pasamos fuera y que Frau Lück, nuestra vecina, nos fue amontonando en la mesa del comedor, junto con la correspondencia clasificada: la comercial, la de Diny y la mía (casi sólo libros). Y la hazaña de Diny me ha hecho recordar uno de los diálogos más memorables del acto I de Cena de Navidad de López Rubio, quizás el primer acto más redondo y perfecto del teatro español del siglo XX. Lo busco en mi archivo, y termino leyendo casi toda la obra. Pero sólo copio aquí ese diálogo:

EL MAITRE.- No he leído el periódico de hoy.

UN SEÑOR.- No. Yo tampoco. Vino en el de ayer. Por eso lo he visto hoy. Llevo un día de atraso, ¿sabe usted? Cuando estuve tan enfermo, hace dos años, tuve que dejar una mañana de leer el periódico. No estaba para nada. Y, desde entonces, no me he puesto al día, ¿comprende? Voy con una fecha de retraso.

EL MAITRE.- (Con una idea.) Sí, pero Perdone el señor; si un día lee dos periódicos

UN SEÑOR.- (Alarmado.) ¿Cómo? ¿El de ayer y el de hoy, juntos? ¿Usted cree que hay capacidad humana para enterarse, de un golpe, de las cosas que pasan en dos días, con las cosas que pasan? No podría resistirlo. Mi corazón no está ya para esas bromas.

EL MAITRE.- (Proponiendo una última solución.) Tal vez, saltándose el señor una fecha

UN SEÑOR.- ¡Pues no dice usted nada! ¡Saltarse el periódico de un día! ¿Cómo liga usted, después, el tiempo? ¿Leer el comentario de la noticia perdida, sin saber a qué se refiere? ¡Quite, quite! Es como saltarse un capítulo de una novela. No. La actualidad no se puede cortar ni zurcir. Y hay que contar, además, con la gente que se muere. Porque la gente como usted y como yo, nuestros amigos, sólo se muere un día determinado. Unicamente los hombres famosos se conservan muertos en la Prensa durante varios días. Los demás, se substituyen en seguida. Tal vez sea usted de Madrid, o de un sitio grande, donde los muertos importan menos. Pero, en estas ciudades más bien pequeñas, se conoce a todos los muertos, y la calle en que vivían Y si, precisamente, ese día que uno se saltase

¡Genial!

 

Weiß/Colonia, 17.5. (2)

Termino de leer La estrategia del agua, la policial de Lorenzo Silva que cierra por ahora la saga del brigada Bevilacqua y la sargento Chamorro, de la Guardia Civil. La compré exprofesamente en Madrid para saber si vale la pena la serie entera, y me da en la nariz (la tengo grande) que sí que lo vale. La compraré. Completaré con ello un trío de autores españoles en el género: doña Emilia Pardo Bazán, J. M. Gelbenzu y este Lorenzo Silva que acabo de descubrir. El resto no me parece a la altura, sin excluir ni al supravalorado Vázquez Montalbán. En las policiales de VM el autor está todo el tiempo tratando de ser el Hammett y/o Chandler celtibérico, y es al divino botón. En las policiales la literatura no se puede hacer a fortiori; o sale o no sale. En los casos de Simenon o de Arnaldur Indriðason, sale. Porque no lo buscan ni lo fuerzan, y en ello se basa la diferencia esencial con esos productos de mercado como las novelas del tal Carvalho.

 

Weiß/Colonia, 17.5. (3)

Intempestivamente (hoy es día festivo, la Ascensión, el tradicional Día del Padre en Alemania y  por cierto que sólo me ha llamado Rebeca para felicitarme) suena el timbre de la puerta, Diny acude a abrir y la oigo saludar alegre a Paul. ¿Qué hace acá?  Bueno, iba en el autobús camino de Rodenkirchen, a encontrarse en la heladería con unos amigos, y al llegar a la parada de Weiß más cerca de nuestra casa, decidió bajar y venir a saludarnos para luego seguir con el próximo bus. Tengo unos nietos que no me merezco. Diny, en cambio, sí, y ellos la adoran. Con razón.

 

Weiß/Colonia, 18.5. (1)

Toque de diana a las 6.30 am. (Esta imagen seguro que es un pleonasmo). A las 7.40 tomamos el bus camino de la consulta del Dr. Ruppert. Intentamos comprar un múltiple en el automático del propio bus, pero se niega a admitir nuestras monedas. Se lo explico al conductor –que es griego, ya lo conozco de otras veces– y me contesta que no me preocupe. Viajamos, pues, gratis, nos ahorramos 5.20 €. Y no puedo evitar pensar que siendo tan largo el trayecto del bus y mientras que la máquina expendedora continúe kaputt, esta línea 131 le puede costar a la KVB pérdidas por valor de varios cientos de marcos. Le echo mentalmente cerrojo y candado a cualesquiera extrapolaciones que se me podrían seguir ocurriendo si insisto en esta línea de pensamiento. Al final el pobre conductor griego resultaría culpable de la quiebra de Lehman Brothers.

 

Weiß/Colonia, 18.5. (2)

Larga conversación con el Dr. Ruppert: le traduzco el parte de alta de la Dra. Poves Francés, en Madrid, y va comparando los datos con mi historial, y termina diciéndome, antes de proceder a  la extracción de sangre, que todo está en orden y bajo control, sólo debo seguir hasta el lunes el tratamiento antibiótico, cambiar luego de común acuerdo con mi cardiólogo la medicamentación proliquidez sanguínea (combinándola con un protector estomacal) y someterme dentro un mes a una endoscopia. Y que haga mi vida normal de siempre. Mientras extrae la sangre, espectáculo que no me atrae contemplar, miro por los ventanas de su consulta la montaña de escombros que ha dejado el derribo de los cuarteles de la policía montada. Por cierto que la entrada al recinto era una verja flanqueada por dos postes de ladrillo pintados de blanco y coronados con sendas águilas de combate, de piedra gris, sobre plintos del mismo color. Cuando llovía y los plintos se quedaban húmedos, eran visibles en ellos, todavía, las respectivas cruces gamadas. Siguen allí.

 

Weiß/Colonia, 18.5. (3)

Ha muerto Dieter Fischer–Diskau. Él sí que era uno de los grandes. Y para más pior, era de los insustituibles. Conmueve como un epitafio anticipado oírle cantar a Mahler, el cuarto Lied del ciclo de Rückert: «Me he perdido para el mundo, [] vivo solo en mi cielo, en mi amor, en mi Lied».

 

Weiß/Colonia, 19.5. 

Pensaba ir a la farmacia en bici y dar luego un paseo por el Rhin, pero de manera inesperada nos traen a Henri a las 10 am. Feliz él de pasar el día con Oma y Opa. Así es que decido sacarlo a pasear en el cochecito a ver los caballos y los barcos, dos pasiones suyas, como también de sus hermanos y de Vincent, en esa edad. Pero primero a la farmacia. Nuestra vecina, Frau Peric, que está allá conversando con Frau Hassel, la dueña, parece imantada por Henri. Hasta que Frau Hassel le dice: «Es uno de los nietos de Herr Bada». Recién entonces reconoce Frau Peric a su vecino en el anciano con gorra de visera agachado jugando con Henri. Después bajamos al Rhin, los prados están tan verdes y crecidos que los caballos ramonean como en el país de Jauja. Pero en el Rhin, por ser sábado, son pocos los barcos que circulan. Alrededor del mediodía volvemos a casa, Henri tiene que dormir su larga siesta. En el camino le vamos haciendo un ramillete de flores silvestres a Diny (dientes de león, amapolas). Mientras bajamos la larga cuesta desde la granja a casa, escoltados por el júbilo de los pájaros, me digo que estos paseos con Henri tienen que ser a partir de ahora la cinta métrica con que medir lo que me resta. Y luego «yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando». Juan Ramón, hijo, tú sí que sabías decir estas cosas.

 

***********FIN***********

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