Juan Bordes, el comisario de la exposición Goya, cronista de todas las guerras, regala desde la tarima de madera margaritas a los cerdos. El escaso público libanés, al que apenas le ha dado tiempo a quitarse el aceite tropical achicharrante de la piel, se agita convulso entre sus vestidos jamoneros de cocktail, a punto de sufrir una crisis de ansiedad tras cinco eternos minutos sin poder consultar la Blackberry.
Si hay una ciudad en la que Goya tenga un especial sentido esa es Beirut. El embajador, nuestra Lady Di beirutí, sin su bulimia pero con todo su carisma, se hace sus últimas 1.387 fotos con gente que pasaba por allí antes de abandonar definitivamente el Líbano. Su sucesor lo tendrá difícil tras cuatro años entre los programas más vistos del prime time nocturno libanés. Los espías no han aparecido esta vez, quizá porque saben que los que leen nunca han supuesto un verdadero peligro, ni tampoco la revista Mondanité, para la que los eventos culturales solo están justificados si consiguen reunir a un suficiente número de arpías a sueldo. Los cooperantes discuten la cancelación de fondos en el país del cedro, toda la financiación de la zona se destinará ahora a proyectos en Palestina como el analfabetismo entre mujeres, dejando inexplicablemente al Líbano al margen. Una amiga siria recuerda el momento en el que los primeros refugiados iraquíes comenzaron a llegar a Damasco, como se los contemplaba con cierta distancia pensando que su tragedia nunca podría ser la de los sirios…
La noche completamente húmeda se ha alargado hasta la madrugada. El sonido pesado y aún desconocido de una masa pesada arrastrándose sobre el asfalto irrumpe en la calle en forma de tanques que se dirigen a toda velocidad hacia los túneles que comunican la parte oeste de la ciudad con Beirut este. Al otro lado, tras la oscuridad y el humo, el ejército despeja la carretera de piedras y neumáticos ardiendo, mientras los soldados con metralletas toman las calles adyacentes en busca de vete a saber quien… Los coches intentan retroceder en contra dirección, se escucha el cláxon resignado de quien ha soportado las provocaciones miles de años. Las avenidas de la colina cristiana están vacías, un grupo de encapuchados armados ha atacado una cadena de televisión en nombre de cualquier doctrina de barrio con la que se comulgue. Hoy será una, mañana será otra, siempre los mismos imbéciles propagándolas, muriendo por ellas.
En mi cabeza veo de nuevo las imágenes del espeluznante grabado: sobre un montón de cadáveres apilados como basura un hombre vomita. Goya lo tituló Para eso habéis nacido.