Teatra se presentó en París a bordo de un galeón pirata atracado a los muelles del Sena, a los pies de la escalinata de la Bibliothèque Nationale François Mitterrand. La melange no pudo ser más heterodoxa y alternativa; parecía más que una solución de última hora, una estrategia finamente trazada.
De lo de Teatra con la capital del Sena tuvo la culpa Luis Jiménez, creador y director del Festival de Théâtre Hispanique Don Quijote, de París. Si en 1997 había invitado a su director, Juan Antonio Vizcaíno, al festival, para el 98 invitó a toda la redacción deTeatra. El objetivo era presentar en el marco del Festival el nuevo número 12-13 de la revista, dedicado a la Muerte alegre.
En principio, Teatra había elegido como escenario de su debut parisino, el Cementerio de Père Lachaise, donde moran los restos de tanto escritor y actor célebre. Los servicios administrativos del gran pulmón mortuorio de París denegaron la solicitud de Teatra, por no encontrarse previstas las ginkanas literarias entre sus actividades. Por otra parte, pretender organizar un acto al aire libre en París, a principios de diciembre, resultaba temerario.
El segundo lugar en el que Teatra intentó estrenarse en París fue en los sótanos del Museo del Louvre, como si del mismísimo fantasma de Belfegor se tratase. La base del Donjon del Louvre (la torre principal de la primera fortaleza) fue la segunda apuesta de Teatra, como posible cuna francesa de su nuevo número.
El Donjon actual lo constituyen los fosos y cimientos medievales de la torre del Homenaje del Louvre medieval. Con ese savoir faire francés tan admirable, los espacios subterráneos del Donjon habían sido remozados e iluminados como en una gran película gótica. Que los invitados de Teatra tuviesen la oportunidad de deambular por las tripas del antiguo castillo de Phillip Auguste, podría tornarse una experiencia telúrica: como un ensayo del descendimiento final a su propia tumba.
Los gestores del Museo debieron confundir a Teatra con Vogue o Harper’s Bazaar. Media hora de alquiler del Donjon superaba el millón de pesetas. Tanto el Festival Don Quijote como Teatra esbozaron su mejor sonrisa. Había que pensar en otra vía de acceso de la revista a la capital de Francia .
La Guinguette Pirate era un barco-teatro-escuela, cuna de experiencias culturales alternativas, a la par que bebestorio y restaurante. Las guinguettes parisinas podrían entenderse como esas ventas populares de los alrededores, donde se podía beber y comer gratamente al filo de la naturaleza; los pintores impresionistas retrataron más de una, La Grenouillère que pintaran Monet o Renoir era una guinguette del Sena.
Los dueños de nuestra guinguette flotante la utilizaban también como vivienda. Aunque lo más sugerente, fue saber que aquel viejo galeón había navegado por los grandes ríos de Europa, y probablemente en más de una ocasión se habría hecho a la mar, con ganas de perderse para dar la vuelta al mundo. En ciento cincuenta años de singladura había tenido tiempo de conocer más de un capitán y un puerto.
Los de Teatra habían introducido furtivamente en el Expreso Puerta del Sol (Madrid-París y viceversa) una caja de pirotecnia española, (comprada de contrabando en un 3º piso de la calle Leganitos madrileña), con la que pensaban iluminar la entrada al barco durante el acto. Dos cañones de suelo escupirían sendos chorros de fuego blanco, a ambos lados de la pasarela de acceso a la Guinguette pirata. A pesar de la clandestinidad invertida por Teatra, cuando llegó la hora de encenderlos, la profunda lluvia otoñal que caía sobre París les disuadió de su empeño.
El interior del barco era confortable y vetusto como una sala chippendale de las grandes mansiones inglesas. En aquella sacristía progresista todo era de madera oscura, bruñida durante más de un siglo. Los barcos -como los peces- llevan sus ojos en los costados; a los circulares les llaman de ojo de buey, los de la Guinguette eran más bien de Onsén japonés: abiertos y panorámicos. A través de sus ventanales podían verse los jardines de agua que formaban las luces de la ciudad sobre la superficie del río. Con tanta lluvia, y en el interior de aquel ambiente nodrizo con tanta solera, la presentación parisina de Teatra debió parecer un funeral en una capilla flotante.
La menguada redacción de Teatra presente en el acto (J. A. Rojo, I. Gª May, A. Armada, J. M. Sánchez –oculto por Arrabal- y J. A. Vizcaíno, a la derecha) flanqueó de pie a Fernando Arrabal durante su presentación pirata y científica de la nueva revista. Si el demiurgo melillense portaba en su mano Teatra como un abanico, los redactores le secundaban estáticos, con calaveras encendidas.
La imagen de caballeros españoles del Greco –cráneo en mano– que formaban los de Teatra, contrastaba con unos esqueletos mexicanos que pendían de sus cuellos como corbatas gamberras. Tras el concierto y la danza de Arrabal, el director de la revista leyó el texto de Muerteatra ante la selecta concurrencia. Finalmente se sirvió un vino español, y comenzó la fiesta de los muertos.
Tras haber visitado el Cementerio de Père Lachaise, la mañana que llegaron; y haber descendido al Donjon del Louvre; y haber presentado su revista sobre y bajo las aguas; la redacción de Teatra retomó en la Gáre d’Austerlitz su tren expreso Puerta del Sol, para regresar confortablemente a España. Con ellos volvía a hacer el viaje de retorno, una caja cuajada de bengalas y surtida pirotecnia hispana. La explosión de Teatra en París había quedado aplazada.
Portada del Nº 12-13 de Teatra. Dibujo calavera mexicana: Juan Lacomba.
ENLACES CON OTRAS PRESENTACIONES DE TEATRA
Esta entrada es un anticipo de la página Web de la Revista Teatra que se está preparando en estos momentos, y cuya próxima apertura cada vez está más cercana.
Si quieres conocer alguna otra presentación de la mencionada revista, referida anteriormente en estas páginas, pincha en los siguientes enlaces: