A menos de sesenta días de las elecciones presidenciales, el antaño carismático Obama no lo tiene claro. Nadie podría haber imaginado hace sólo medio año que Romney, un millonario mormón con feliz trayectoria en el mundo de los negocios pero una persona que no entusiasma ni a los militantes de su partido, que tiene un historial acomodaticio, conocido por cambiar de chaqueta política si el viento mudaba de sentido, pudiera estar rabiosamente empatado con él en los sondeos. Desde hace una semana, la ventaja de Obama en la intención de voto es mínima, no llega a un punto.
Las razones que han llevado al ascenso, aunque no sea electrizante, de Romney pueden ser varias. La primera sería que Obama es víctima de las inusitadas expectativas que él despertó hace cuatro años. Es cierto que consiguió frenar el desplome de la economía con sus medidas de “estímulo”, rescató a la industria automovilística, pero sus contrincantes pueden preguntar con desparpajo al votante: ¿está usted mejor o peor que hace cuatro años cuando llegó al poder Obama? No muchos podrán decir que están mejor y los republicanos hurgan en ese sentimiento escamoteando algo que parece evidente para un observador imparcial, algo que puso de relieve Clinton en su punzante intervención en la Convención demócrata el miércoles por la noche. Clinton expuso con fuerza dos verdades: Obama heredó de los que lo crucifican ahora, de los republicanos, una situación catastrófica y sin las medidas que tomó el país se encontraría en una situación mucho más lamentable. El martilleo republicano de que la economía no acaba de repuntar, de que el paro sigue siendo alto (8´2%; en agosto sólo se crearon 80.000 empleos y se esperaban 120.000), tiene efectos en la población
A la mediocre situación económica se une la inusitada polarización del país. Muchos republicanos, aún sin sentirse motivados con Romney cuyas manifestaciones zigzagueantes y a veces centristas desconciertan a la importante base conservadora del partido (el republicano generó una reforma sanitaria en el Estado del que fue gobernador y ahora está en contra de la de Obama, aunque amabas posean muchos puntos de contacto) piafan desesperadamente por sacar a Obama de la Casa Blanca. Por ello han cerrado filas detrás de Romney no porque el candidato mormón sea el político de sus sueños. La polarización, quizás la mayor de los últimos sesenta años, es una pesadilla para el presidente, ha manifestado que es su mayor frustración, y se refleja asimismo muy marcadamente en los medios de información. Leer algo referido a uno u otro bando en, de un lado, la cadena Fox o el Wall Street Journal y, de otro, en el New York Times o en el Washington Post es contemplar dos mundos distintos.
Buen ejemplo de esto han sido las intervenciones de los dos candidatos en su respectivas Convenciones. La de Romney fue considerada como muy ponderada por los medios que le son afines, Fox… y catalogada como un compendio de mentiras o mentirijillas por la prensa más “progre”. La humildad patente, “sé que he tenido fallos”, aun nos quedan dificultades, etcétera, mostrada por Obama en su discurso del jueves ha sido ridiculizada por la derecha (un presidente, se ha dicho, tiene que liderar y no ponerse mustio…) y calificada de realista y pertinente por los medios de información cercanos a su ideología y a los que se les abren las carnes pensando que un partido que quiere bajar los impuestos de las clases mas desahogadas y darle pronto un zarpazo a Irán pueda entrar en la Casa Blanca.
El presidente puede sacar pecho con varias cosas, la legislación bancaria, la eliminación de Bin Laden, la retirada de Irak tal como prometió, y la pronta de Afganistán… Sin embargo, la medida que en Europa sería más trascendental, la reforma sanitaria, que ofrece cobertura a varios millones de personas que carecían de ella, no da excesivos laureles a Obama. Los estadounidenses la han recibido con una mezcla de palmas, pitos y un considerable escepticismo. Para muchos tiene un tufillo europeo-socialista y esto allí vende escasamente. Obama, hecho sorprendente, no se detuvo demasiado en ella en su discurso del jueves. Está orgulloso de la misma, pero se percata de que no le va a proporcionar excesivos votos.
Hoy por hoy, las mujeres (temerosas de la política antiabortista de los republicanos), los negros, los hispanos (Obama parece dispuesto a hacer una generosa ley de emigración si continúa en el poder), los veteranos a los que Michelle Obama (que goza de una popularidad muy superior a la de su marido, ha dado cariño y atención) pueden inclinar la balanza del lado de Obama.
Con todo, la moneda está hoy en el aire. Los tres debates televisivos de octubre podrían dar el veredicto final. Los discursos de estos días, el muy afortunado de Michelle Obama, el aparentemente eficaz de Clinton y el contenido, humilde y menos impactante que en otras ocasiones de Obama, no han significado un despegue significativo del presidente.