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Mientras tantoIntereses geopolíticos y cultura del odio

Intereses geopolíticos y cultura del odio


Los inhóspitos islotes que conforman Diaoyudao –situados en el mar de China Oriental, relativamente cerca de Taiwan, donde se conocen por el nombre de Tiaoyutai– se han hecho aún más familiares para el ciudadano chino desde que salen en el popular parte meteorológico de la televisión estatal china. Esta reivindicación simbólica aparentemente anodida ha contribuido a situar a las islas en el mapa y en el imaginario colectivo. Ahora, además del nombre, se tiene una imagen aérea de las islas que refuerza el sentimiento de pertenencia.

Aprovechando el 81º aniversario de la invasión de Manchuria y la actual crisis sino-japonesa por las islas Diaoyu/Senkaku, el 18 de septiembre fue el día elegido para expresar el odio contra el pueblo nipón. El Día de la Rabia, lo llamaron. Los comercios relacionados directa o indirectamente con Japón –restaurantes de comida japonesa, en su mayoría regentados por chinos, o marcas como UNIQLO, Canon, Sony,…– debieron cerrar sus puertas ese día por miedo a represalias de chinos deseosos de manifestar su odio por el vecino asiático. Detrás de esta campaña nacionalista apoyada en dos hechos aparentemente inconexos –invasión japonesa de Manchuria y disputa territorial por las islas Diaoyu/Senkaku– se esconde un factor geopolítico ajeno a las masas populares que protagonizan las manifestaciones: el control de los recursos naturales de la región como primer paso hacia la hegemonía en Asia oriental.

Este interés geopolítico obvio para los que conozcan la historia de la disputa, sin embargo, permanece en la retaguardia de la retórica oficial de ambos países. En China se saca partido del sentimiento antijaponés, profundamente enraizado en la cultura popular nacional a través del sistema educativo y los medios audiovisuales. En Japón, mientras tanto, ha ganado fuerza una facción política que ve el ascenso regional de China como una amenaza nacional. La desconfianza mutua es un hecho. 

La reclamación paralela de Beijing y Taipei también está ausente de la retórica oficial china, pues complicaría aún más la disputa. Resulta curioso que los activistas chinos de Hong Kong que desembarcaron a mediados de agosto en los islotes portaban banderas de la RPC y Taiwan, y que bastó una simple edición con Photoshop para difuminar ese aspecto de la disputa: que no es bilateral, sino trilateral, e incluso tiene a actores externos, como Estados Unidos, entre bambalinas si comienza la acción.

El comportamiento de Japón, a pesar de controlar las islas desde finales del siglo XIX, cuando comenzaron a hacer las primeras exploraciones y una familia de terratenientes tomó posesión de parte del territorio, también adolece de contradicciones. Este mismo verano le ha tocado mantener un doble rasero flagrante en su disputa con China por las islas Diaoyu/Senkaku en el mar de China Oriental y en su disputa con Corea del Sur por las islas Dokdo/Takeshima en el mar de Japón. En ambos casos hay suculentos recursos minerales en juego y suficientes rencillas históricas que juegan en su contra.

La reacción de China, no obstante, ha sido más extrema que en otras crisis sino-japonesas recientes y no se parece en absoluto al comportamiento de Corea del Sur, más moderado y civilizado respecto a un vecino al que tiene incluso más que reprochar. Lo más preocupante no ha sido la actitud del Gobierno en sí, que se ha mantenido fiel a su retórica sin mucha más ofensiva propagandística que incluir a las islas en el parte metereológico; sino el comportamiento beligerante de la población, que ha expresado con toda crueldad la cultura del odio que se fomenta contra Japón.

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