Con membrillos y granadas del cortijo de la comadre Marina, y peras de agua italianas, se formó esta punta de flecha, que recuerda a una letra A capitular de la Capilla Real de Granada.
Estos frutos de otoño habían llegado a la casa de sus padres, poco antes de que Faba fuera a visitarlos en la capital de la Alhambra. La presencia y el aroma de los membrillos lo tenían cautivado; podría decirse que -a través de ellos- la Vega de Granada entraba en aquella casa.
Procedían de los campos de Moraleda de Zafayona, donde Marina y Ceferino (los suegros de su hermano Julio José) tenían su cortijillo. Era Marina una mujer de carácter, sin haber dejado nunca de ser niña. Frecuentarla en las fiestas familiares, era disfrutar de un sabroso postre de espontaneidad.
Marina -además de esposa de campesino y madre- era una artista de la aguja y la tijera. Vestía a los suyos con alegría y elegancia. Tuvo una creatividad muy grande en las manos, convertía en arte todo lo que tocaba. Así los frutos de sus árboles, que parecían enviados desde el pueblo por la mismísima Poncia de García Lorca.
Hace un mes que Marina se fue a vestir santos al cielo definitivamente. Las mujeres como ella no tienen quien les escriba la efigie de su retrato, en una floreal y sentida necrológica; pasan desapercibidas para la literatura. Pero teniendo ella un compadre bloguero, hubiera sido todo un desperdicio, no recordarla, despedirla y desearle buen viaje, desde esta Huerta del Retiro, donde ahora crecen frutos en el granado. ¿Habrán nacido de las semillas de Marina?