Estamos a escasas horas del traspaso del poder en México. Se va Felipe Calderón después de un terrible sexenio que ha profundizado la inequidad, la brecha social mexicana y que ha llevado al máximo la capacidad de violación de los derechos humanos por parte del estado y del crimen organizado.
Calderón se va con 83.000 muertos a las espaldas y con al menos 25.000 desparecidos. No está mal para 6 años. No está mal para una guerra contra el narco que oculta los intereses del narco y del socio mayor, el vecino del Norte, el elemento que distorsiona todo lo que México trata de construir: Washington.
Hace unos días, en una entrevista concedida a la Agencia Subversiones y a Otramérica, el analista uruguayo Raúl Zibechi planteaba una visión retadora sobre el narcotráfico como elemento retador del establecimiento mexicano, de los poderes tradicionales. Pocas alternativas tienen los jóvenes mexicanos enfrentados al no-futuro y obligados a elegir bando. El narco es uno y les da prestigio y poder. En una sociedad donde las élites son tan egoístas, la discriminación racial y clasista es tan profunda y la exclusión va mucho más allá del hecho de tener más o menos dinero, no es poco lo que ofrece el narco.
¿Y qué ofrecerá Enrique Peña Nieto, el nuevo presidente? Nada nuevo. EPN es continuidad o, peor aún, profundización de la enfermedad que devora al país. Enrique Peña Nieto tiene un currículum manchado de sangre y de corrupción. Nada de extrañar en su partido, el PRI; que no llega al poder –del que nunca se fue-, sino que vuelve a estar de frente, a la vista de todos.
No hay país en América Latina y El Caribe donde se violen más los derechos humanos que en México. Pero nadie, en la autodenominada comunidad internacional, habla de ello. México no prospera, sino que se hunde cada día más en un estado de capitalismo salvaje donde el país es un magnífico lugar para hacer negocios mientras las mexicanas y los mexicanos cada día son más pobres, más ausentes del festín de inversiones extranjeras directas que, en 2012, terminará con 18.000 millones de dólares regados en unos pocos bolsillos.
A cambio, hoy se ha sabido que el desempleo creció en estos 6 años de Calderón en un 32%, aunque el instituto oficial de estadísticas maquille los resultados. Son 8 millones de desempleados, un 15%, cuando los datos oficiales lo bajan a un 5.2%. ¿Cómo se hace la magia? Pues ocultando el empleo informal, un viejo truco en América Latina y que bancos y multinacionales aplauden alegremente. Según el Centro de Análisis Multidisciplinario el 58% del empleo creado durante el sexenio ha sido informal. Un desastre. Uno más para Calderón.
La pregunta importante es para quién ha sido el desastre. No para inversionistas ni para el Gobierno de Estados Unidos. Calderón sale por la puerta grande de los poderes y enseñará a malgobernar en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, en Harvard. Para los mexicanos, será un lamentable recuerdo que, probablemente, sea empañado por EPN.