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Mientras tantoMònica Bernabé: "Llevaba la cámara dentro del burka como si estuviera embarazada"

Mònica Bernabé: «Llevaba la cámara dentro del burka como si estuviera embarazada»

La fábrica de historias   el blog de Iara Matiñán Bua

 

Le dedico este post a Mònica Bernabé

 

 

 

 

Conocí a Mónica Bernabé (periodista freelance en Afganistán) gracias a Antonio Pampliega, un periodista que ahora está trabajando como freelance en Siria. Aunque ya había leído a Mònica varias veces en El Mundo. De ella me llamó la atención la cantidad de años que llevaba viviendo en Kabul –una de las ciudades más caras del mundo y con mayor probabilidad de secuestro–, que se pusiera burka para moverse por el país y que se empotrara tantas veces con las tropas de la OTAN. Quedé con ella en Gran Vía, en una de sus cortas escapadas de Afganistán. En una cafetería madrileña cerca de la boca de metro. Tomamos cruasán y café con leche. Era tal como me la imaginaba, una mujer segura de sí misma, con una personalidad tajante y paso firme. Parte de nuestra charla giró sobre ser mujer, periodista y renunciar a una familia. Difícil decisión.

 

¿Cómo fue tu viaje de España a Afganistán?

 

La primera vez que viajé fue en el 2000. En la época de los talibanes, después de haber entrevistado a una chica afgana en Barcelona que vivía en los  campos de refugiados en Pakistán. Me invitó a ir a verla. Una vez allí pedí un visado a los talibanes como turista, junto con otras dos españolas. Entramos en Afganistán. Me quedé impresionada de la situación que vivían las mujeres. Formamos una asociación de ayuda a las mujeres afganas que me mantuvo vinculada al país. Cada año iba en mis vacaciones laborales a supervisar proyectos de cooperación. En el 2006 pedí una excedencia de seis meses sin sueldo a mi periódico catalán. Estuve medio año trabajando para la asociación. No cobraba nada. Pude conocer a fondo la región. Decidí establecerme en Kabul porque llevaba muchos años visitando la zona y tenía contactos.

 

Eres conocida por ser una de las periodistas españolas que más se ha empotrado con las tropas norteamericanas. ¿No crees que en el empotramiento solo informas de una parte de la realidad?

 

Me empotré en el 2009. Recuerdo que tenía mucho miedo. Después aprendí a moverme sobre el terreno. En Afganistán existe un alto riesgo de secuestro de los extranjeros, por lo que una de las pocas maneras de cubrir la guerra, que es la realidad del país, es empotrarte con las tropas internacionales.

 

¿En qué consiste el día a día de una periodista empotrada?

 

Depende de la patrulla que te toque y de la zona. Es muy variable. El desayuno suele ser a las siete de la mañana, pero intentas salir lo antes posible. Las patrullas pueden empezar su trabajo entre las seis y las ocho. Tú haces la vida que hagan los soldados. Si tu unidad se queda en la base tienes que estar con ellos y buscarte la vida como puedas para encontrar historias. Si salen, pueden hacerlo a pie o en vehículo. En vehículo es más aburrido, aunque puedes escuchar lo que ocurre por radio. Pero no ves a la gente. La cena es bastante pronto, a las cinco y media. A las diez estás durmiendo.

 

¿Cómo eliges la zona?

 

En mi caso antes hablé con el periódico con el que más colaboraba, que era El Mundo. Les propuse varias zonas que consideraba que eran de interés. Me firmaron un documento en el que acreditaban que publicaba con ellos. Después solicité a la que quería ir. Pero la decisión final depende de la patrulla, de si aceptan o no a un periodista, y de la experiencia previa que tengas en zonas de conflicto.

 

¿Qué otras experiencias de guerra has tenido aparte de Afganistán?

 

Antes de empotrarme por primera vez tenía poca experiencia en zonas de conflicto, aunque sí la tenía en Afganistán. Estuve en la zona tribal de Pakistán. Pero he de reconocer que riesgo hubo poco. Lo vendí como si fuera mi gran experiencia en zona de guerra para que me dejaran empotrarme. En mi primer empotramiento hubo ataques en una región en la que estuve. Por suerte no ocurrió nada, pero si llegase a ocurrir no sabría lo que habría hecho. Fue un poco arriesgado, demasiado.

 

¿Recomiendas a los periodistas que estén empezando que hagan empotramiento?

 

Recomiendo que no vayan a la aventura. Recuerdo que cuando fui a ver al periodista español Emilio Morenatti al hospital porque había perdido un pie –en una explosión en Kandahar (sur de Afganistán) donde estaba en un convoy militar–, pensé: podría ser yo. La búsqueda de la aventura no es una manera de hacer periodismo. Se pueden escribir muy buenos reportajes al lado de tu casa. Yo, aparte de los años que llevo trabajando en Afganistán, he hecho durante mucho tiempo periodismo local. Ha sido mi gran escuela. Ir por la calle, preguntar, saber moverse y encontrar información. Si no consigues noticias en tu barrio, no vas  a saberlo fuera. Siempre digo que si no te atreves a ir solo de noche a la zona más peligrosa de tu vecindario no pienses en irte a Afganistán.

 

¿Cómo está la situación de la mujer en Afganistán?

 

Ha mejorado con respecto a la época de los talibanes. Antes no tenían derecho a participar a la vida pública, ni siquiera acceso a la sanidad. Ahora, “en teoría”, ha cambiado. En Kabul hay mujeres trabajando en la administración pública. Digo en teoría porque en las zonas rurales no hay escuelas para niñas y los recursos médicos son limitados. Es cierto que se han aprobado ciertas leyes, desde que los organismos internacionales pactaron con los señores de la guerra, pero el gran problema es la violencia doméstica. Sobre eso se ha puesto un tupido velo.

 

Mikel Ayestaran comentaba que te era fácil moverte por Afganistán y conseguir información porque eras mujer, vestías con burka y pasabas inadvertida.

 

Es cierto. Tengo que decirte que tanto yo como tú, por nuestros rasgos, podemos pasar por mujeres afganas. Son ciertos detalles, como las gafas, el reloj, el acento o el modo de caminar –al principio caminaba rápido y tuve que caminar más despacio–, lo que hace que se den cuenta de que somos extranjeras. Al ponerme burka pasaba por local y me era más fácil desplazarme. Sobre todo en los viajes por carretera. Llevaba la cámara dentro del burka, como si estuviera embarazada. Hay cosas que las haces por tu propia supervivencia.

 

¿Qué se siente al ponerse un burka?

 

Yo solo me he puesto un burka en desplazamientos por carretera, por lo tanto no pienso si es un agobio o no. Es mi medio de protección. El concepto cambia por completo cuando te juegas el pellejo. Pero creo que el burka puede incluso ser útil para esconder la cámara sin que nadie se dé cuenta o protegerte la cara de la polvareda de la carretera que está sin asfaltar cuando abres la ventanilla del coche en verano. Los vehículos en Afganistán no suelen tener aire condicionado y el calor es asfixiante. Hay que ponerse en el contexto. Si veo una chica con burka en Madrid se me hace raro, igual que si veo una mujer con minifalda en Afganistán.

 

¿Por qué crees que en la sociedad europea se condena tanto el burka?

 

Porque nos hemos quedado con lo superficial. No conozco a ninguna mujer afgana que me diga que su problema es el burka. Su preocupación es que su marido obligue a su hija a casarse cuando tiene diez años. Y que sabe que su futuro esposo es un hombre al que nunca ha visto. La noche de bodas su hija es violada, porque lógicamente tener relaciones con un hombre al que nunca has visto es violación aquí y en la Cochinchina. Después, pasa a vivir con la familia del marido que se convertirá en el día a día del resto de su vida. Además, se espera que ha de tener hijos al poco de casarse –teniendo en cuenta que previamente se ha comprobado con un pañuelo si es virgen–. Es el verdadero drama de las mujeres en Afganistán, no el burka.

 

Alberto Arce se volvió activista cuando estuvo en Gaza, y tú eres la presidenta de una ONG en Afganistán. ¿No crees que este tipo de periodismo, de derechos humanos, pierde la objetividad porque al final se posiciona, cuando el periodista no debería tomar partido?

 

Al acabar la carrera me ganaba la vida vendiendo libros. Luego conseguí un contrato como reportera local. Trabajar y crear la asociación fue una situación que me vino dada. Como te comentaba, en el 2000 tres periodistas españolas nos vamos a Afganistán durante la época de los talibanes. Nos pusimos burka y sacamos fotos. Cuando volvimos dimos una rueda de prensa que tuvo gran impacto. La noticia salió en El Mundo y en El País. De hecho, me acuerdo perfectamente del titular de El País: «Tres españolas se mezclan entre la población afgana para conocer la situación de las mujeres”. De la noche a la mañana, nos convertimos en portavoces de las mujeres afganas. Hubo mucha gente que quiso cooperar dándonos dinero. Como personas individuales no teníamos la capacidad de canalizarlo. Por eso creamos la asociación. Es decir, me vi metida en el ajo un poco por casualidad. Ahora la asociación se ha ido profesionalizando. Yo soy la presidenta, pero no trabajo las 24 horas. Tenemos personal que se encarga del día a día. El objetivo del periodismo, y eso Gervasio Sánchez lo explica muy bien, es el control del poder. No se trata de dar mensajes de paz, sino de ser un poder que controle lo que no funciona bien. Yo no soy activista, soy periodista.

 

Entonces, ¿tu trabajo como presidenta de la asociación no es activismo?

 

Intento diferenciar entre mi trabajo como presidenta de mi asociación y el periodismo. Como presidenta tengo información a la que a lo mejor como reportera no podría tener acceso. Sé que no la puedo publicar. Me acuerdo que un periodista en una ocasión me preguntaba cómo era posible que teniendo una exclusiva no la diese. Bueno, es mi compromiso con la asociación. Sé que si doy ese contenido perjudico el trabajo de mi ONG, así que prefiero no darlo.

 

Cuéntame una historia que nunca hayas escrito

 

Tengo una asignatura pendiente. Me he empotrado con las tropas americanas un montón de veces. Nunca lo he hecho con los talibanes. En los intentos que he hecho para contactar con los talibanes me han pedido dinero y no soy partidaria de pagar. En otras ocasiones había demasiados riesgos. Por tanto, es una de las historias que quiero escribir. Empotrarme o tener información de primera mano de los talibanes.

 

¿Es posible ser crítico cuando estás empotrado o al final escribes la versión del bando que te da de comer?

 

La primera vez que me empotré tenía muchos prejuicios sobre las tropas americanas. Conviviendo con ellos me rompieron muchos esquemas, porque daba cosas por hecho que no eran como yo creía. Me puse en su piel. Pude humanizar al soldado y llegar a entender por lo que estaba pasando. Igual que puede entender que los afganos odiasen a los extranjeros. Pero es cierto que si estás con las tropas americanas no puedes escribir un artículo que arremeta contra ellas porque al cabo de tres días te dicen: “Gracias por estar con nosotros, pero vuélvase a su casa”. Intentas explicar lo que ves, sin ir al ataque. Y si quieres explicar un tema crítico lo haces cuando ya no estás con ellos.

 

¿Se puede mujer, periodista y tener una familia?

 

Creo que es muy difícil. Tener una vida normal –entre comillas, porque la normalidad es muy relativa–, una familia y ser corresponsal en zona de guerra, o incluso periodista de prensa. La hora de cierre de los diarios es matadora. Es cierto que muchos colegas periodistas hombres están casados, tienen hijos y su pareja se queda en casa cuidando de las criaturas. Ellos pueden irse, pueden regresar. Y llevar una vida normal. Yo creo que incluso socialmente no se aceptaría que, por ejemplo, una madre tuviese un bebé de ocho meses y se fuera a cubrir un conflicto. Estaría mal visto. Mónica García Prieto lo ha conseguido, aunque el ritmo de trabajo que antes llevaba ahora no puede mantenerlo porque tiene dos criaturas, pero intenta compaginarlo. También es cierto que su marido es otro periodista que se mueve en zonas de conflicto. Me imagino que lo intentan combinar. Pero creo que para la mayoría de mortales, más allá de esta pareja, es muy difícil. Recuerdo que cuando me fui a Afganistán estaba muy indecisa porque suponía dejar atrás un trabajo fijo, una nómina. Irme a la aventura. No sabía si me iba a estrellar o no. Hablé con Gervasio Sánchez. Le ametrallé a preguntas de todo tipo. Tenía 35 años. Ahora tengo 40. No era ninguna niña. Recuerdo que me dijo: “Ten cuenta que si te vas a Afganistán olvídate de tener hijitos”. Y con estas palabras: olvídate de tener hijitos.

 

Pero Gervasio Sánchez tiene un hijo…

 

Sí, él sí. Pero el periodismo es una carrera de fondo. Si vas a Afganistán y quieres hacer un trabajo serio, no puedes estar seis meses y luego regresar. La gente ha empezado a conocerme después del 2009-2010, cuando ya llevaba tres años en el país “picando piedra”. Si pretendes tener un lugar en el periodismo internacional hay que ganárselo. Supone una decisión dura porque yo también querría tener una vida normal, normal entre comillas.

 

En el documental que dedicaron a Enrique Meneses, una de las corresponsales del TVE, Rosa María Calaf, dijo que no todo el mundo quiere tener una familia. Pero hay muchos casos en los que la mujer sí que quiere y su trabajo se lo impide. ¿Por qué no denunciamos que las mujeres tengan que renunciar a su vida familiar por su carrera profesional?

 

No es solo en el mundo del periodismo. Es en la sociedad. La mujer cuando tiene una criatura suele renunciar a su profesión. Trabaja menos horas. Su nivel de competitividad baja con respecto al de un compañero hombre. Yo no me planteo tener un hijo. Mi situación en Afganistán es distinta. En Madrid puedo caminar tranquila; en Afganistán, no. Cuando estoy en las calles voy como si fuera cuervo, con mi túnica. Y mi pañuelo. Caminando despacio. No tengo la rutina que tendría en España. Los círculos con los extranjeros son limitados. Mi día a día se limita a trabajar. Si no trabajo hay poco que hacer, pero el trabajo es interesante porque viajo y conozco gente. A veces, echo en falta tener una vida convencional. Lo ideal seria venir más a España. Los vuelos son caros. No se puede tener todo. 

 

Define el valor

 

Suelen decir que soy valiente. Muchas veces he tenido miedo antes de ir a un lugar. Me acuerdo que la ultima ocasión que fui con las tropas militares. Fue en noviembre y tenía que caminar un trayecto de 10 kilómetros con una patrulla. Iban a hacer una operación. Detener a un supuesto insurgente. Me preguntaron si tenía capacidad de caminar 15 kilómetros con el chaleco, el casco, y el resto del equipo. Yo les dije que sí. Ellos me dijeron que a las tres de la madrugada les esperase preparada. Aquella noche estuve dándole vueltas pensando si aguantaría o no, si valía la pena hacerlo o no. A lo mejor llegaba, detenían al insurgente y no pasaba nada. Entre que dormí poco y tuve que caminar mucho fue un día duro. Pero te das cuenta de que a veces la suerte te acompaña. En mi caso me acompañó mucho.

 

¿La suerte se tiene o se consigue?

 

Se recoge lo que siembra. Si eres constante y tenaz puedes tener tu recompensa pero es un camino largo. A  veces puedes estar quinde días y no pasa nada y de golpe y porrazo ocurre algo, pero no tienes los reflejos para sacar la foto. A mí me afectó mucho cuando fui a visitar a Emilio Morenatti al hospital de Kandahar y le vi sin un pie. Pensé que podría ser yo la que estuviese herida. Recuerdo que me dijo que llevaba quince días sin que pasara nada, aburridísimo, y de repente ocurre la explosión. Lo que quiero decir es que creo que la suerte a veces te acompaña, pero en cuanto a trabajo lo principal es la constancia.

 

Cuando terminé la entrevista tenía dos posibles títulos: “Llevaba la cámara dentro del burka como si estuviera embarazada” o “El burka es mi protección”. Le pregunté a mi editor. Me respondió: «Me gusta más lo de la cámara y el embarazo y el burka. A fin de cuentas, habla de lo mismo: embarazada de periodismo». Pensé que era una buena respuesta, una buena manera de finalizar la entrevista. Y de describir a Mònica.

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