Me van a permitir el ejercicio de haraganería. Están siendo semanas densas estas, y en la entrada del blog de hoy me limitaré a reproducir –con la edición imprescindible– un cuestionario que acabo de responder a Ana Lidia, una estudiante universitaria salvadoreña que me contactó por correo electrónico en mi condición de reportero de la Sala Negra del periódico digital El Faro. Lo hizo porque necesitaba las opiniones de un periodista para un trabajo sobre violencia y derechos de la niñez, la adolescencia y la mujer. Comparto sus preguntas y mis respuestas. Quizá le digan algo a alguien.
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Estimada Ana. Disculpe la tardanza en responder, pero estaba fuera de la ciudad, con limitadísimo acceso a internet. Le respondo con gusto sus preguntas.
1. ¿Qué lo motiva a realizar su labor periodística en Sala Negra y la cobertura que realizan sobre la violencia en El Salvador?
La violencia es el problema de problemas de la sociedad salvadoreña; solo quienes hacen de su vida un continuo esfuerzo por abstraerse –y tienen recursos para ello– lo negarían. La violencia nos moldea y nos define. Dicho esto, la decisión de abordarla desde la trinchera del periodismo se me antoja inevitable cuando se tiene una concepción del oficio en la que importa abonar para que la ciudadanía tenga información honesta sobre los problemas del país. Creo que cubrir la violencia y sus consecuencias es la opción lógica en El Salvador; tienen más que explicar los colegas que optan por especializarse en cine, en fútbol o en noticias de chambres, dicho con todo el respeto para quienes optan por esas áreas.
2. ¿Cómo fue el proceso y la experiencia de la investigación sobre la historia de Magaly, que se narra en la crónica Yo violada?
Desde que conocí a la protagonista hasta que salió publicada la crónica pasaron 13 meses. Desde un principio tuve claro que era una historia con mucho potencial y opté por tener un acercamiento paulatino, en el que la prioridad fuera que Magaly dejara de verme como un periodista tradicional, porque la historia no solo estaba en la inenarrable violación tumultuaria que sufrió (una experiencia que puede sonar sorprendente, pero es demasiado recurrente en los ambientes controlados por pandilleros), sino en su vida, en su pasado, en sus anhelos, en sus relaciones interpersonales.
3. La violencia en nuestro país se relaciona inmediatamente con pandillas y homicidios, y se atribuyen al mal trabajo de las autoridades, pero poco se analizan otros problemas y factores que generan violencia. ¿Cómo contribuyen los medios de comunicación al enfoque que se tiene de violencia?
Yo sí creo que las pandillas, como fenómeno, son el principal generador de violencia en El Salvador. Cuando se va a las comunidades con honestidad y con tiempo, cuando no se llega en visitas relámpago guiadas por la Policía o el Ejército, en plan turista (como suele suceder con los “enviados especiales” desde el Primer Mundo para cubrir el fenómeno), resulta sencillo captar el nivel de incidencia que tienen las pandillas en el diario vivir de la mayor parte del territorio nacional, tanto en ambientes urbanos como rurales, y la diversidad de expresiones de violencia de las que son al mismo tiempo causa y efecto. Hay otros ingredientes que abonan (el narcotráfico, la violencia institucional…), pero yo sí estoy convencido de que las pandillas son el principal generador de violencia. Negar o minimizar esa realidad ha sido uno de los errores más graves cometidos por la red de oenegés e instituciones que cuestionaban las erradas políticas públicas gubernamentales que agravaron el problema en los últimos 15 años. En cuanto al papel de los medios, no tengo la más mínima duda de que –quiero pensar que por ignorancia– hemos contribuido a recrudecer un problema que, en sus inicios, era estrictamente de índole social.
4. ¿Cómo ve el panorama del maltrato hacia la niñez, la juventud y la mujer en el país?
En un ambiente de violencia exacerbada como el que se vive en El Salvador, los colectivos más vulnerables terminan siendo los que más sufren las distintas expresiones de violencia. Los niños y las mujeres serían, por supuesto, los colectivos victimizados más visibles. Algo parecido podría decirse de la juventud, pero con un matiz importante en el caso de los varones: por la dinámica propia de las pandillas (estructuras muy machistas, al punto que a finales de la década pasada prohibieron el ingreso a las mujeres), los adolescentes –repito: LOS– son numéricamente las principales víctimas del fenómeno de las maras, pero al mismo tiempo son los principales victimarios. El Salvador, sin duda, está en deuda con su juventud, cuanto menos desde la firma de los Acuerdos de Paz.
5. ¿Qué le hace falta al periodismo y a los medios de comunicación para tratar el tema de la violencia y para generar conciencia?
Creo que al periodismo le faltan honestidad y humildad a la hora acercarse a un fenómeno como el de las pandillas, del que todos hablamos y escribimos pero del que en realidad muy pocos periodistas conocen siquiera superficialmente. Un ejemplo: aún se sigue escribiendo o diciendo por televisión ‘Mara 18’, que sería como si en Colombia alguien llamara FERC a las FARC. Creo para aspirar a entender y dimensionar un fenómeno como el de las maras hay que hablar con comisionados y ministros y negociadores y estudiosos y políticos, sí, pero igual de importante –si no más– es hablar con pastores evangélicos de base y con las oenegés incrustadas en las comunidades y con maestros y, claro está, con los pandilleros y con las personas que más los sufren; hay que viajar en bus, comer en los mercados, oler las cárceles, meterse en las colonias más estigmatizadas… y hacerlo sin prejuicios. Quizá así logremos textos honestos, pero asentados sobre la reportería, sobre el conocimiento.
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Por cierto, la semana pasada logré acercarme a Huesca, al XIV Congreso de Periodismo Digital. Gran encuentro. Me estoy tomando con premeditación unos días para que los apuntes de mi libreta se reposen, porque de Huesca regresé con la sensación de que se habló mucho, bueno y variado, y que entre líneas se dijeron cuestiones trascendentes. Les adelanto una idea de lo que espero ver pronto convertido en una entrada de este blog: me late que hoy día España y América Latina estamos separados por algo más que un océano en cuanto a concepción del periodismo; mientras que en una orilla los proyectos periodísticos más audaces están surgiendo de la desesperación y el desempleo, en la otra, sus pares nacieron impulsados por el entusiasmo y la pasión.