La crisis económica y el bum digital parecen haberse aliado para desnudar las carencias del periodismo –de los periodistas y de los gestores–, para obligarlo a reinventarse y a demostrar su función social, algo que hasta hace una década se daba por hecho.
Entre los países de habla hispana, España seguramente sea el que mejor ilustra las consecuencias del abrupto cambio en las reglas de juego, por ser el más maltratado por la crisis y también el que tiene un mayor porcentaje de ciudadanos con acceso a internet.
La profunda crisis del periodismo español (yo sí creo que el periodismo español está en crisis, no solo sus empresas periodísticas) ha provocado en el último lustro una oleada de despidos y de precarización laboral de la que no se han librado las grandes cabeceras (El País, El Mundo…), ni siquiera las televisiones públicas. Pero como dicen que no hay mal que por bien no venga, la purga ha sido el detonante para la proliferación de un generoso abanico de proyectos periodísticos, algunos realmente interesantes.
A mediados de marzo se celebró en Huesca el XIV Congreso de Periodismo Digital, y uno de los atractivos este año fue congregar a los responsables de buena parte de los medios surgidos al rebufo de la crisis: eldiario.es, InfoLibre, Líbero, Mongolia, La Marea… Los organizadores tuvieron además la virtud de incluir en el programa una significativa dosis de ponentes latinoamericanos, y lograron evidenciar –seguramente sin pretenderlo– el evidente antagonismo entre los discursos que sobre el mismo problema se escuchan a uno y otro lado del Atlántico.
Tuve la suerte de estar en Huesca en los dos días que duró el evento, y en mi libreta quedaron anotadas algunas ideas que ahora desarrollo y comparto.
La primera. En España, la inmensa mayoría de los nuevos proyectos periodísticos los han puesto en marcha periodistas que han sido víctimas de los recortes o de los cierres de los medios tradicionales. Eso no es malo per se, incluso se puede interpretar como una loable muestra de emprendimiento y de vocación, pero me late que la desesperación no es el mejor de los combustibles. En Latinoamérica, me consta, los proyectos periodísticos digitales más interesantes usan otro carburante que se me antoja mucho más efectivo: el entusiasmo.
La segunda. Era un congreso de periodismo, y los ponentes españoles –periodistas casi todos ellos– de lo que más hablaron fue de modelos de gestión, de financiamientos, de salarios dignos, de visitas únicas, de marca personal, de… Hablaron poco, muy poco, de cómo narrar mejor un hecho noticioso para que alguien decida invertir tiempo en su lectura.
La tercera. En Huesca estuvo el colombiano Jaime Abello Banfi, director general de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), la fundación creada en 1994 por Gabriel García Márquez que se ha convertido en uno de los catalizadores de la renovación espiritual del periodismo en América Latina. Resulta significativo el desconocimiento que hay en España de la labor de esta fundación, al punto que la primera pregunta del periodista que moderó fue pedir a Abello que explicara qué es la FNPI, algo tan fuera de lugar como si en un congreso periodístico en Bogotá al director de El País se le pidiera que explicara qué es El País.
Y la cuarta. El talante. Parafraseando al gran cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos, presente también en Huesca, la clave del buen periodismo siempre será la actitud. Él dijo algo parecido a esto: vivo oyendo quejas sobre lo mal que está el periodismo por donde quiera que voy, y mucha gente me pide la fórmula para el éxito, pero lo primero que todo periodista que se precie debería hacer es elegir un buen tema, leer, hacer un trabajo intenso de reportería y poner el culo en la silla hasta escribir algo digno de ser leído.
En lo personal, Huesca sirvió para reafirmarme en que el Periodismo y los Periodistas –así, con mayúscula– serán necesarios mientras haya gente que quiera que le cuenten buenas historias, que la hay. Partiendo de esa premisa, suena más sensato que los Periodistas de raza se preocupen más por recuperar la mística con la que se ejercía este oficio –con la que aún se ejerce, sobre todo en América Latina–, en vez de estar tan pendientes de la calculadora.