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Mientras tantoEn primera fila

En primera fila


 

Esto va a acabar a telón bajado, con un grito eufórico, la noche del estreno. Una noche de ópera. Nunca una noche más, porque cada una es única, irrepetible y, como decía Peter Brook, mortal. Esto es teatro mortal: desde que el maestro llega al podio hasta que saluda, al terminar, la función también es el nacimiento y funeral simultáneo de todo lo que hemos estado haciendo, viviendo, y sintiendo hasta entonces.

 

Así, cuando eso ocurra llevaré algo más de un año trabajando sobre la partitura y el libreto, si no más, llenando cuadernos y descartando ideas descabelladas para mi dramaturgia y puesta en escena. Luego, con suerte, habré pasado algo más de un mes en la sala de ensayos y en el escenario, con los cantantes. Estaré relajado tras la tensión acumulada, y tras esos momentos en los que habré dudado de que fuéramos a llegar a tiempo o de que el espectáculo tuviera algún sentido, pero no sé si estaré satisfecho. Posiblemente creeré que no, dada la distancia entre la visión que tuve al principio y la que acaba de materializarse.

 

Tampoco tengo ni la más remota idea de cuándo va a ser, ni dónde, ni cuál será la ópera en cuestión que acabaremos de estrenar. No sé a quién tendré delante ni a los lados, ni en el foso. No sé si aplaudirán o abuchearán, si vestirán camisetas o esmóquines, o si se habrán ido en el intermedio porque tenían mesa reservada para cenar. Pero sé que será.

 

Es una sospecha que albergaba desde hacía mucho tiempo, casi una certeza ya, pero que, por poner un aniversario, quedó confirmada el miércoles 3 de abril de 2013 a las 19.30 horas, en la primera fila del patio de butacas del Palais Garnier, sede de la Ópera Nacional de París.

 

GarnierEse fue el momento en el que Jeanne, la becaria de la directora de escena Mariame Clément, me condujo hasta el lugar donde se estaba cocinando Hänsel und Gretel, una nueva producción de la ópera de Engelbert Humperdinck para el Garnier, una de las dos sedes de la ópera nacional parisina (la otra es Bastille, o la lírica entendida por François Miterrand).

 

Es muy difícil describir las sensaciones que produce pasar, repentinamente, de la angostura relativa de los pasillos y cotidianidad de la calle al interior de un teatro, a sus entrañas. En el caso del Garnier, lleno de ostentosos dorados, el efecto se multiplica por sus dimensiones y por la cúpula pintada por Chagall que lo corona, un implante multicolor que homenajea a la música en general y a la ópera en particular.

 

Me quedo clavado en la primera fila, cuando está a punto de reanudarse el primer día de ensayos en escena, porque todo me abruma. Me abruma una escenografía con cinco espacios y dos plantas que aún no entiendo. Me abruma haberme levantado en Asturias y estar en París. Me abruma el silencio, el foso vacío (la orquesta llegará el viernes). Me abruma, sobre todo, el hecho de que lo que está a punto de ocurrir en los doce días siguientes es el nacimiento de una ópera, y no de una ópera cualquiera: primero, Hänsel und Gretel significa el debut de Mariame Clément como directora de escena en su casa, en París, donde vio sus primeras óperas cuando no levantaba dos palmos del suelo.

 

Segundo: Este 2013 es el bicentenario del nacimiento de Wagner, cuyo Anillo, un reto de proporciones épicas para cualquier teatro, protagoniza la programación operística de Bastille. Con esta excusa al Garnier llega, con Hänsel und Gretel, el estreno de la gran ópera compuesta por quien fuera su ayudante en Parsifal. Nunca antes se había visto en la Ópera Nacional de París (sí en la Opéra Comique). Así que por si el peso de un teatro de 152 años de historia, este en el que vivió el fantasma de Gaston Leroux, fuera poco, se me caen encima también los 120 años de vida que tiene este título y que nunca se había podido ver u oír aquí. Hasta hoy. Hasta hace un rato, en que los ensayos siguieron para la decena y pico de personas que ocupamos el patio de butacas, y para nadie más.

 

«No he entendido muy bien cuál es tu rol en la producción», se atreverá a preguntarme una semana más tarde uno de los presentes. Yo tampoco lo tengo claro; lo empecé a dudar en el momento en el que pedía en el mostrador de entrada mi acreditación, en uno de esos momentos en los que se te caen encima los 152 años del teatro que pisas, los 120 de la ópera cuya partitura traes bajo el brazo y los 24 que te llevaron a hacer la maleta y plantarte aquí. Pero todo esto se olvida cuando empieza el tercer acto. «We are ready, maestro», dice el regidor desde algún lugar del teatro, con un marcadísimo acento francés.

 

Pues claro que estamos preparados.

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