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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 19 / 2013

De mi Diario: Semana 19 / 2013


 

Weiß/Colonia, 5.5.

Este domingo (son ya casi las 11 pm) puede pasar a mi biografía como el día de la batalla por el Gmail. Es como la del Alamein, donde yo soy Rommel y Arzola es Montgomery. Todo empieza porque Arzola, el manitas más manitas del mundo mundial –no hay entuerto electrónico virtual que no desfaga–, casi tira la toalla con el problema de mi servidor T-Online; el cual, para el envío de prácticamente casi cada email me estaba pidiendo, todas y cada una de las veces, la dirección y la contraseña. Tomando en cuenta la cantidad de emails que envío al día, la pérdida de tiempo (pero sobre todo el martirio sicológico) era inenarrable. Y mi pobrecito Arzola no le encontraba la salida al laberinto. A no ser una radical. Abandonar T-Online y pasar mi cuenta, con armas y bagajes, a Google Mail. Al final capitulé sin condiciones, porque eso de tener que andar consignando mi dirección y contraseña a cada nuevo email, o a cada nueva vez que abría la estafeta, bueno, es un lujo de pérdida de tiempo que no me puedo permitir a mis casi 74 años. Lo que pasa es que mi relación con T-Online se remonta a febrero 1995, que es el momento en que empiezo a trabajar con una compu, y cambiar de Servidor virtual al cabo de 20 años es como si te divorcias y te vuelves a casar… y la nueva esposa tiene el coño horizontal. Vamos a ver cuánto me cuesta el proceso de habituación al nuevo co digo Servidor. Lo que no obstante quedará en mi memoria, grabado a fuego, es el heroismo pedagógico de Arzola, guiando paso a paso, por teléfono, con una paciencia no ya benedictina sino de galápago de las Galápagos, a un analfabeto virtual como yo, durante dos interminables llamadas de más de ½ hora cada una, para que al final quedase anclada en mi puerto virtual la carabela Gmail. Impagable, Arzola. E impagable Arzola. (No por casualidá se llama Jorge Luis). Pero ya se me ocurrirá cómo.

 

Weiß/Colonia, 6.5.

2:15 am: Sé que muchos fanáticos de las series del inspector Morse, entre ellos yo, no se lo van a creer (yo tampoco, todavía), pero las series de su ayudante y sucesor, Lewis, se han vuelto más exitosas –y mejores– que las de su ilustre predecesor. Lo estoy analizando en frío, y pienso que gran parte del mérito está en el DS. El DS de Morse era Lewis, y el de Lewis es Hathaway, y él tiene más relieve como segundón de lo que nunca tuvo, sin ser malo, Lewis frente a Morse. Con lo que volvería una vez más a demostrarse lo cierto del aserto de Stanislawski, de que «No hay papeles secundarios, sino actores secundarios». Lo curioso es que Lewis parecía un secundario en las series de Morse, y en cambio es más que protagonista en las suyas propias.

 

Busco a Henri en el Kindergarten y lo traigo a casa, e inmediatamente se va a dormir la siesta con la abuela. Cuando se despierta ya estoy yo tratando de dormir la mia, y él empeñado en ir a a ver los caballos en los potreros del río, y los barcos, claro está. Menos mal que a la pregunta de con quién prefiere ir, con la Oma o el Opa, responde que con la Oma: y Diny se pone en camino con él, con su resuelto paso de andariega in aeternum. Si Henri hubiese dicho que prefería ir con el Opa, lo hubiese acompañado, claro está que sí pero reducido a mi condición de zombi. 

 

Me escribe GW: «Querido Ricardo: No me mandes tus artículos porque no puedo leerlos. Me han hecho diez operaciones en los ojos y me estoy quedando ciego. En últimas no escribí el libro sobre el psiquiatra. Iba a hacerlo para darte gusto, pero una cosa es lo que uno quiere y otra lo que uno puede. Recibe un saludo muy afectuoso de tu amigo, GW». Le contesto diciéndole que lamento, y cómo, lo que me cuenta, y no porque no escriba el libro (que siempre lo podría dictar), sino porque me apena que alguien como él se quede sin la luz de los ojos: «No rezo, pero cuenta como si lo hiciera, para que puedas conservar la vista, y quiero contribuir a mi manera dejándote de enviar mis paridas». Perder un lector como G no es poca pérdida para mí, que me vanaglorio de tener el mejor público lector de la lengua española:


Juan Romagnoli ‏@jromagnoli Que publiquen otros, yo sólo aspiro al honor de ser el autor mejor leído del idioma: mis lectores son la flor y nata dél. (Ricardo Bada)

 

Diny se sacó de la manga una sopa de espárragos blancos moteada de cebollino y enriquecida con tropezones de espárragos trigueros, huevo cocido y jamón dulce, picaditos, que ha sido algo de fábula. Lo que sobró lo congela para un almuerzo mío alguna de las veces que estoy solo al mediodía. Pero yo me prometo otro banquete con esta sopa para el Día del Padre, que en este país tradicionalmente es el jueves de la Ascensión, de hoy en tres días. Hhmmmmm

 

Weiß/Colonia, 7.5.

00:30 am: A partir de hoy emiten dos canales, afortunadamente a horas distintas, una nueva temporada de la saga noruega de Varg Veum y la sueca de Annika Bengtzon. Aparte de que siempre es apasionante seguir las series escandinavas, que casi nunca defraudan, lo que hace más interesantes estas dos, desde el vamos, es que son inusuales. Las series escandinavas suelen distinguirse por poner en primer plano el trabajo de la policía, es decir, en destacar ante el ciudadano la misión protectora del Estado. En cambio estas dos tienen como protagonistas a un detective privado y una periodista, respectivamente, y ambos –además– se ven entorpecidos en sus respectivos desempeños, legales y justos, por el padre Estado en su avatar como Policía. Lo que se pierde en cercanía zoom al trabajo real de los órganos encargados de protegernos, se gana en cercanía al de las personas que nos van a joder la vida, si se les da la oportunidad.

 

En la esquela de Annie esta cita de Osho como epígrafe: «Het leven is niet als een trein die over de rails loopt, maar als een rivier die zich door het prachtige landschap slingert naar zee [La vida no es como un tren que va sobre raíles, sino como un río que atravesando un espléndido paisaje serpea camino al mar]». Después su nombre y sus plazos –como los llamaría Gonzalo Rojas–: 6.1.1951 – 4.5.2013. Los nombres de sus hijos, Annemarie, Gijs, Pim, Bas; de su yerno Jasper; de sus nueras Saskia y Manon; de sus nietas Anne y Jasmijn. Sigue luego la petición de Annie de que no haya coronas (quiso que el dinero a gastar en ellas lo consignásemos en el Fondo Neerlandés de la Lucha contra el Cáncer), pero se nos ruega que cada uno lleve una rosa el  viernes, cuando nos reunamos todos para la incineración; y que no vayamos vestidos de oscuro. Son las disposiciones expresas de una mujer que supo bien morir.

 

Carles me escribe que Aurora se encuentra en Barcelona: «Le cuento que estoy releyendo Adán Buenosayres y que ayer, en el episodio del entierro del pisador de barro, se me saltaban las lágrimas de la risa. «Ah, sí, el enterrador de barro», me dice: «Era mi tío Víctor, el bruto que cuidaba a mi hermano tuberculoso, del que te contaba el otro día. Marechal lo adoraba porque era muy bruto pero muy simpático e ingenioso», etcétera. Cosas como ésta son para no creerlas». Leo el email y me confieso, sin decírselo a Carles, que mi credulidad es mucha. Me bastaría con recordar el episodio de la muerte de mi tío abuelo José en la taberna El Zepelín, de Huelva, que es un episodio de humor negro que yo viví como niño y no hay narrador capaz de imaginar una cosa semejante.

 

Cuando salimos de La Modicana, después de mandarnos a bodega unos espaguetis con salmón y camarones que no se olvidarán tan fácilmente, empieza a llover. Y cómo. Es la gota fría de la que ya estábamos avisados por la prensa de ayer. No para de llover en todo el tiempo mientras vamos de compras al supermercado y Carlitos me trae a casa. Recién llegando, para de llover y me acuerdo del viejo refrán castellano, «Nunca llueve a gusto de todos». Carlitos me retruca que «Nunca no–llueve a gusto de todos», y como evidentemente se trata de una construcción alemana le recuerdo que esa doble negación no funciona en español, no somos lusoparlantes que se permiten el lujo de decir “también no” en lugar de “tampoco”. Firmamos la paz de Westfalia acordando que también debe ser verdá que a veces «Nunca escampa a gusto de todos».

 

Weiß/Colonia, 8.5.

Mientras desayuno leo el diario y encuentro la esquela fúnebre de un señor llamado Schenkel [=muslo]. No puedo impedirle a mi neurona impía reflexionar que ojalá la esposa del difunto haya conservado al casarse su apellido de soltera. Y también su madre y todo el gineceo que le corresponda a la rama paterna.

 

Hoy está siendo un día invertido en conseguir el máximo de efectividad a partir de gmail.com, el nuevo sistema con el que trabajo desde el domingo. Pruebo todas y cada una de sus chances, y sé, desde ya, que debo renunciar –por mor de su formato– a una serie de rutinas visuales que me eran muy queridas, pero que acá no puedo mantener. Entre otras cosas porque el sistema me lo ha implementado Arzola, y al cabo de cuatro días de trabajar con él estoy en condiciones de poder afirmar que Arzola tiene montado su propio sistema, en su compu, con el reloj marcando la hora de La Habana. Cada vez que he mirado la bandeja de entrada y, sobre todo, de salida, desde el domingo, me asombra ver que el indicador cronológico no cambia la fecha al llegar la medianoche, ni siquiera una hora después (lo que podría ser si el sistema estuviese formateado, como sucede en Fronterad, en concordancia con el meridiano de Greenwich). Y me siento con ganas de cantar «♫♫ Cuando salí de La Habana, chateóme Dios ♫♫»

 

¡Qué gran peli es Entre les murs [La clase]! La acabo de volver a ver, con Diny, y me vuelve a impresionar la calidad de su factura, la fabulosa actuación de todos los protagonistas (todos lo son en esta peli), su temible realidad, el hecho de que en el terreno de la pedagogía es donde –¿paradójicamente?– más ha fracasado la civilización occidental.

 

Weiß/Colonia, 9.5.

Desayunando, leo en el diario que se retira sir Alex Ferguson, después de nada menos que 26 años como entrenador del ManU. El diario le dedica una semblanza, y en un recuadro algunas de las frases que lo han hecho famoso. La que más me gusta: «Pippo Inzaghi nació en offside».

 

Diny me muestra orgullosa un reportaje del Espejo Semanal Coloniense, el semanario barrial de distribución gratuita, con una foto de un grupo donde encuentra Rebeca. Rebeca es de los tres hijos la que mayor actuación pública tiene, se embanderó con proyectos barriales, y uno de ellos fue, con un grupo de activistas cívicos vecinos, la renovación de la fuente del niño con el pez, en la Plaza Theofano, a la que el ayuntamiento le cortó el suministro del agua. En septiembre 2010, a fin de recaudar fondos para financiar la reactivación la fuente, el grupo organizó una verbena callejera, con mercado de pulgas, tómbola, rifas, etc., y en la foto publicada entonces, en este mismo ESC, Rebeca aparecía erguida, mirando arriba y a su derecha, una semisonrisa en los labios. La semisonrisa también está en esta nueva foto, pero Rebeca aparece agachada. Por ello mismo, es la persona que más destaca en la foto. Y me parece muy bien.

 

La traducción del Diario de un escritor, de Somerset Maugham, no es mala, pero se resiente de ciertas inexactitudes que no siempre son atribuibles al propio traductor, sino a la inexactitud de los conceptos que manejamos. Por ejemplo, yo tengo muy claro (la señorita María Eugenia me lo dejó muy claro en el bachillerato, en la clase de Geografía) que los habitantes de la India son indios, la gran mayoría de religión hindú, ¡pero que hindú no podía ser el gentilicio, como no lo  son tampoco cristiano ni musulmán! Sólo que el diccionario de la RALE contribuye al despelote con su definición de hindú como “natural de la India”, entendiendo “natural” como sustantivo (esto es: nacido en) y no como adjetivo (propio de). Mierda. Dando como consecuencia que en la traducción del diario de SM vas y te encuentras a un sacerdote cristiano, que es un hindú con sotana. Ay diosito mío, un hindú cristiano. ¿Es eso un oxímoron?  No, porque en el oxímoron lo que cuenta es el nuevo sentido que nace de combinar dos palabras de significado opuesto, y de un hindú cristiano no se deriva ninguno. Seguro que debe de haber alguna de esas figuras retóricas o léxicas, de nombres que parecen chistes griegos o enfermedades nefandas (epéntesis, parágoge, anadiplosis, aféresis, sinéresis, sinalefa, anáfora, epífora, polisíndeton, antanaclasis, asíndeton, tmesis) que caractericen este contradiós. Metátesis podría ser, por su gran parecido con metástasis. Para mí se trata de un ejemplo perfecto de antipleonasmo: “un hindú cristiano”. Es como si alguien hablase de “un ateo del Opus Dei”.

 

Weiß/Colonia, 10.5.

7:30 am, madrugón para mí, que estoy levantándome casi siempre a una hora capicúa preciosa, las 10:01. Y a las 9:00, puntual, llega el auto de Chico, con Rebeca y él a bordo, y partimos camino de Beek, a casa de Harry, quien nos guiará con el suyo hasta el crematorio. Una hora 40’ en la autopista, sin ningún problema. Thea y Harry recogen a su vez a Monique y Marcel y nos dirigimos a Doetinchem, somos casi los últimos en llegar, la asamblea es numerosa, pero el núcleo Hansen destaca dentro de ella. Ya en la sala de exequias, a los hermanos y cuñados nos tienen reservada la segunda fila, detrás de la que ocuparán los hijos de Annie. Todos, al entrar, hemos depositado una rosa en los grandes vasos dispuestos para ello. Dejo de contar asistentes cuando he sobrepasado el centenar. Y al poco, la maestra de ceremonias pide que nos pongamos en pie, porque llega el cortejo fúnebre. Es simplemente el ataúd llevado en peso por los cuatro hijos, las dos nueras y el yerno, y en el momento en que entran en la sala me quedo sin aliento y se me empañan los ojos porque encima del ataúd van sentaditas las dos nietas gemelas, Anne y Jasmijn, de diez meses, con sus caritas sonrientes y uno diría que un poco asombradas de que las estén transportando así y de que haya tanta gente congregada en el lugar al que llegan: es una imagen imborrable para la memoria. Al poco rato de iniciarse el acto, se las llevarán los abuelos paternos, que tomaron asiento a nuestro lado. [Registro que asimismo está presente el abuelo materno, Martin, de quien Annie se separó hace muchos años].

 

El ataúd ha llegado al crematorio en un viejo coche fúnebre conducido por Gijs, que tuvo que hacer un curso especial para obtener el permiso. Fue un deseo especial de Annie, porque era Gijs quien la llevaba siempre en su auto a la quimioterapia, y le pidió a su hijo que también fuera él quien condujese el auto donde haría su último viaje. Y la empresa de pompas fúnebres respetó el deseo, pero a condición del coche viejo y el curso especial.

 

Sencillo, de madera blanca, el ataúd lo han construido Gijs y Bas, los dos hijos ebanistas de Annie, y el sudario en que está envuelto el cadáver lo cosió Riet, una de sus hermanas. En la madera del ataúd, escritos con rotulador rojo, los mensajes de despedida de sus hermanos. [Me acuerdo de los versos del poeta portugués, ante el cadáver de su amigo: «¡Hazte un nudo en el sudario, / no nos olvides Allí!»]. Detrás del ataúd, Annemarie coloca en un caballete un cuadro pintado por su madre y al que le tenía mucho cariño. Finalmente, los ayudantes del crematorio disponen los vasos colmados de rosas alrededor del ataúd.

 

Durante el acto habla en primer lugar Annemarie, luego una de las nueras, Manon, y la segunda nuera, Saskia, que es profesora de música, interpreta a la flauta travesera una pieza de Glaser (seguramente Le Tombeau d’une Dame, pero olvidé preguntárselo después). Hablan también la segunda de los once hermanos Hansen, Miny, en representación de ellos, y tres amigas, una de las cuales logra arrancarnos más de una sonrisa contando aventuras corridas con la siempre vivaz Annie. Todos los que hablan lo hacen dirigiéndose personalmente a Annie y combatiendo contra las lágrimas, se les quiebran las voces varias veces, y los finales son ahogados.

 

[Una de las amigas citó a Buda, «No hay un camino a la felicidad, la felicidad es el camino», y a mi juicio, lo que dijo el Gautama fue otra cosa: «el camino es la felicidad». Lo comenté con Willy ya en la casa de Annie, después, y coincidió conmigo, y me dijo además que ignoraba que ella hubiese tenido una relación tan fuerte con el budismo, cosa que me consoló no poco porque me apenaba creer que yo era el único de la familia en no haberme enterado].

 

Finalmente, la maestra de ceremonias y su ayudante traen dos cubos llenos de piedras, en todas y cada una de las cuales campean dos palabras, “Liefs An [=Os amo, An]”; Annie no quiso que hubiera esas esquelas de cartulina que se reparten en los entierros y se pierden luego en el fondo de alguna gaveta o entre las páginas de un libro. Ella quiso esos guijarros grises como del fondo del río de la vida en el epígrafe de Osho que eligió para el recordatorio familiar, tan bello de colores y de motivos, compuesto por su ahijada, Sedá.

 

Cuando todos los asistentes se han ido con sus piedras, a la cafetería del crematorio, quedamos a solas con el ataúd, los hijos, los hermanos, los cuñados, y estalla un semicírculo de lágrimas alrededor. Son sobre todo los hombres quienes más fuerte sollozan, es el momento en que todos por fin comprendemos que esto que está sucediendo es algo definitivo, que no hay vuelta atrás. Yo acaricio el ataúd y me voy con los ojos arrasados. Pensando en aquella niña de 14 años que conocí cuando llegué por primera vez, con Diny, octubre 65, al hogar de los Hansen. Pensando en aquella Annie recién casada, cuando nos visitó en Colonia con Martin y la primera noche los invitamos al teatro, el musical Cabaret, que la dejó embelesada, era la primera vez que asistía a un espectáculo semejante.

 

El convite fúnebre, en la cafetería, es café con torta, y cuando empieza la despedida de duelo, dándole el pésame a los hijos, me acerco donde los suegros de Annemarie, para que también ellos lo hagan, y me quedo con Jasmijn en los brazos; y como consecuencia, enseguida me veo  rodeado de un grupo de tíos abuelos haciéndole fiestas a la criatura. Por cierto que mientras tomábamos el café, al anunciar que nuestro Paul (el mayor de la generación de los bisnietos) cumplirá el domingo dieciseis años, todos reaccionaron sorprendidos, como si no supieran que el tiempo no se detiene.   

 

Al salir del crematorio lo hago a la par que Jos, y él, cuando pasamos al lado de la maestra de ceremonias se despide diciéndole «Tot ziens! [¡Hasta la vista!]» y casi me echo a reír por esa involuntaria muestra de humor negro.

 

En casa de Annie sólo el círculo más íntimo. En el rincón al fondo del jardín hay dos bancos y una mesita, y alrededor nos sentamos con nuestras copas de vino, Donny, Jan (los fumadores), Maria, Willy, Diny y yo, y allá nos sirven baguette recién horneada y las terrinas de una sopa china de tomate con  albóndigas, cocinada por Pim según una receta de su madre. También hay quiche de espinacas, que todo el mundo ataca con devoción, menos yo, que no las he probado en mi vida, soy el antiPopeye por antonomasia.

 

Estamos de regreso a las 6:02 pm en Colonia, y los siento tan conmocionados a los tres, Diny, Rebeca y Chico, que decido invitarlos a cenar donde quieran (les di a elegir entre La  Modicana o bien Orquídea, el chino de Rodenkirchen, y ellos eligieron la primera opción), no podíamos terminar el día dejándonos Chico en nuestra casa y a Rebeca en la suya, teníamos que trabajar juntos el duelo. Duelo grande, porque es la primera de los once Hansen de su generación que desaparece, la más joven de las seis mujeres, la número ocho del grupo de once hermanos. Y para Rebeca, además, alguien entrañable, porque Rebeca llegó a la casa de los Hansen como primera nieta y casi duodécimo hijo de mi suegra, y al llegar como que destronaba a la más niña de las mujeres Hansen, que era Annie, pero sucedió todo lo contrario: aquella Annie de 16 años encontró en Rebeca a esa hermana pequeña que su madre le había negado pariendo tres varones después de parirla a ella. Y Annie y Rebeca han sido las mejores amigas que imaginarse pueda, y todavía en agosto del año pasado, por ejemplo, con Annie ya sentenciada por el cáncer, se fueron juntas de vacaciones, es decir, de todo ese sistema de vasos comunicantes de los Hansen, el mejor exponente de ósmosis afectiva entre dos generaciones fue (es) el de Annie con mi hija. Cuando ella y Chico nos dejan en casa, todos estamos un poco más aliviados, ha sido una buena idea la de ir a cenar juntos esta noche.

 

Weiß/Colonia, 11.5.

0:20 : He estado viendo de nuevo Out of Sight, de la cual Milan Paulovič, en su microrreseña del magazín del diario, dice que es «elegante, divertida, romántica, rítmica, con suspense,  sincopada, sexy» y que JLo actúa en ella «mejor que nunca». Y tiene razón. Por cierto que en el afán de acostarme pronto el jueves, para aminorar el madrugón del viernes, olvidé consignar que antes de irme a dormir estuve viendo The Future, de Miranda July, y como me quedaba un buen recuerdo de Tú, yo y todos los demás, no sé, esta nueva peli suya me ha decepcionado. Pero a lo peor es que la vi muy predeterminado por el día que sabía que iba a seguir, mi inmediato futuro de esa noche.

 

Leo en el diario, en una glosa de Christiane Vielhaber, cómo un investigador de la universidad inglesa de Reading ha logrado establecer que hay palabras cuya antigüedad se remonta a más de 15.000 años, esto es, son palabras que pertenecen al acervo lingüístico original de la Humanidad sin haber cambiado desde entonces. Serían estas: yo, vosotros, nosotros, hombre y ladrar. Y la prueba del carbono 14 para determinar su prosapia es que si una palabra aparece más de una vez dentro de un grupo de mil palabras, en el lenguaje coloquial, es una de las que el lenguaje de los lingüistas llama “ultraconservada”. Se me ocurre que es un método que, si hubiera grabaciones  magnetofónicas de los siglos XV a XIX nos permitiría acertar con precisión de arquera coreana en la fecha histórica cuando en toda Hispanoamérica dejó de usarse el “vosotros” y se pasó al uso general del “ustedes”. Sin ir más lejos, como diría el impertérrito locutor de Les Luthiers.

 

***********FIN***********

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