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Mientras tantoAll night long

All night long


 

Como aún nos queda algo de europeos somos los primeros en llegar. El organizador de la fiesta, un jovencito bien relacionado, es uno de esos tipos que responde a un curioso apelativo que solo he escuchado en el Líbano: el conseguidor. Tanto te consigue un paquete de Tampax en un momento de urgencia, como un visado exprés, como a un desgraciado que te lance mal un cohete al norte de Israel. Yo, que voy en calidad de jarrón chino, hago lo que mandan y hasta me gusta. No está nada mal eso de que no te obliguen a pensar tanto.

 

Nos sientan en una mesa que acojona al más pintado. Un militar libanés de alto rango, calvo y con toda la pedrería colgando de la chaqueta, aguarda con cara de malas pulgas a que le sirvan un cacho de carne. A su lado, una especie de jefazo de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs en la versión beirutí más cañí, léase aficionado a chanchullos varios y a zampar shawarmas a dos carrillos, se mantiene ocupado al teléfono coordinando una operación para evitar el desembarco de 300 kilos de farlopa en el puerto internacional de Tiro, punto geoestratégico vital en Oriente Medio, algo así como Peñíscola en el Mediterráneo.

 

Además de los fotógrafos de rigor inmortalizando al eterno carrusel de zorras de siempre por allí aparece también la embajadora de la Unión Europea. Se ve que necesita un descanso. Instar todos los días a los gobiernos y a los grupos armados a realizar cosas sabiendo que nadie va a hacerte ni puto caso debe de resultar agotador. Pero a quien realmente estamos esperando, la indiscutible estrella de la velada, es a Jessi. La Jessi, miss Australia 2012, hace su entrada triunfal sujeta del brazo de su madre como la Pantoja. Larga melena morena, origen libanés, lentillas verdes, cuerpo de infarto y una madre incluso más buenorra que la hija a la que no cuesta imaginar protagonizando Baywatch, el regreso, edición especial Sydney.

 

La mezcla de asistentes es cuanto menos que curiosa en un mundo que combina magistralmente la chabacanería más absoluta con políticos, militares y hombres de negocios del más alto postín, todos con ese inequívoco toque corrupto, tercermundista y navajero con el que tan fácil le resulta identificarse a un español. Estamos como en casa. Los camareros no dan abasto sirviendo whiskazos a palo seco con la cena mientras Jessi, subida al escenario, asegura que le preocupan mucho los refugiados sirios ante el descojone general, la sociedad civil, nadie sabe de qué coño habla, y remata su discurso con un sentido “I love Lebanon”. Lo mismo que yo cuando voy a la embajada a pedir un visado a los libaneses por la jeta. Solo me falta obligar a mi padre a plantar un cedro en un monte del Ferrol del Caudillo para demostrarle al mundo mi gran devoción por este país.

 

No hay forma de poder mantener una conversación con el volumen al que  ponen los grandes éxitos de los 80 en la pantalla. Lionel Richie canta una de mis canciones preferidas All night long. Sí, aún nos queda toda la maravillosa noche por delante… Un ilusionista saca al escenario a una rubia a la que se le ha olvidado vestirse para que haga un poco el gilipollas con unas pelotas rojas. La gente quiere más whisky. La rubia, micrófono en mano y disfrutando de su momento de magia, dice que esta es una noche llena de sorpresas. Lo sorprendente, pienso yo, sería que alguien le preguntara que qué piensa del Bosón de Higgs a ver que respondía la tía. Lo que nos íbamos a reír.

 

Mi exquisito acompañante se muestra encantado con el circo y me recuerda lo gris y anodina que puede ser la vieja España con todo quisqui de mala hostia en cualquier bar de Alonso Martínez o la Castellana. A mí poco me falta para darle completamente la razón acordándome de lo cansinos que resultan esos señores que se encierran tres semanas en una calle de un pueblo de cabras de la provincia de Homs para luego reprocharle a los libaneses vivir como si fuera la última noche de fin de año.

 

El estribillo familiar de Kalinka comienza a escucharse entre las mesas. Con su atronadora voz el cantante me devuelve a mi pasado, a Moscú, el único sitio en el que equivocadamente creí que se podía ser feliz.

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