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Mientras tantoUn descanso en el banquillo

Un descanso en el banquillo


 

 

A veces, la vida le saca a uno alguna tarjeta roja. En el fútbol, lo de la tarjeta queda claro e incluso elegante. Pensemos en el concepto, que es más que interesante: una tarjetita roja la mar de mona que simboliza: fuera, chato. Inténtalo otro día que hoy ya te has pasado. Pero por desgracia, en el día a día es mucho más difícil darse cuenta de cuándo uno tiene que abandonar el terreno de juego.

 

Pensaba en esto mientras hacía algo que no tiene que ver ni con el fútbol ni con las tarjetas rojas. Si, estaba terminando de leer La balada del café triste, uno de los relatos más conocidos de Carson McCullers. Y cuando lo he terminado, he pensado que en ocasiones, me gustaría tener un saco enorme de tarjetas rojas y ponerme a repartirlas entre algunos personajes. Decirles: desaparece que tienes que irte al banquillo a pensar un rato. Porque en la vida, en la literatura, a menudo ocurre eso; que siguen en el campo jugadores que deberían haber dejado de serlo hace mucho. Y qué rabia da eso.

 

Por eso, las veces que me permito sentir algo bueno por el fútbol, me digo que es la proyección de un mundo mejor. Un mundo en el que existen expulsiones, medias partes para pensar, etc.

 

Obviamente, McCullers no habla de fútbol ni de tarjetas rojas. Es de esas escritoras que logra plasmar en un relato de cien páginas el particular mundo del amor no correspondido y de lo miserables que nos volvemos cuando estamos sometidos a nuestras pasiones. Miss Amelia, la despótica dueña de un solitario café de un pueblo en medio de la nada, cambia radicalmente al enamorarse del primo Lymon, un jorobado maligno que llega de repente y que la somete a un trato injusto y casi vejatorio. El jorobado se aprovecha de ese amor para conseguir sus caprichos. Por otro lado, años más tarde, llegará al pueblo Marvin Macy, un hombre bruto y malvado con quien Miss Amelia estuvo casada durante diez días. Un hombre a quien ella detestó y trató mal. De esta manera, Marvin vuelve para buscar venganza y la consigue cuando el jorobado queda fascinado por él, un ex presidiario al que todos temen. Queda claro que las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor, porque ninguno de estos tres personajes es especialmente digno de amor, y sin embargo, despiertan en otros una pasión genuina y sincera. De este triángulo enfermizo y tan atípico, en el que ningún amor es correspondido y todos juegan a destruir a su competidor, surge la conclusión de que el amor es totalmente opaco para quien no lo siente. Que el amor puede convertirse en un peso. Por esa razón, muchos prefieren amar a ser amados. Porque tal vez ser amados “sin permiso” tenga algo de intolerable.

 

Hay mezquindad en el relato de Carson, pero en sus páginas habita esa clase de amor que redime, un amor que nos hace mudar la piel y ver más allá. Hacía tiempo que un relato no me conmovía de esta manera. Pero también he sentido rabia hacia los personajes de Carson, sí, he sentido la necesidad de mandarlos una temporada al banquillo. A ese banquillo de la vida que nos permite ver el campo con la distancia que dan los errores. Sin embargo, no los hubiera expulsado del partido. Simplemente les hubiera enseñado la tarjeta amarilla para que pudieran pensar mejor. Sí. Para que jugaran más limpio en el siguiente partido con el temor de esa expulsión que planea cerca. Ya se sabe que dos tarjetas amarillas son una roja.

 

 

 «El amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas.» 

Carson McCullers, La balada del café triste

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