Cuando todo parece empeorar sin remedio es el momento de la resistencia o de la huida. La huida puede significar dejar sin tierra un futuro donde volvamos a sentirnos capaces y libres. La resistencia sólo puede cambiar las cosas si es colectiva y por un proyecto futuro.
Las mareas son resistencias colectivas, pero parecen darse contra un muro que las devuelve débiles, que las desarma, no de razones, pero sí de acción: el muro que separa la democracia real del mero derecho a elegir cada cuatro años a nuestros representantes. Las huidas son silenciosas, como hemorragias hacia la anemia social, y a veces, imprescindibles para la supervivencia: exilios económicos, y también de valores, han convertido en emigrantes a todos y todas los que ya no ven posibilidad de salir adelante, de crecer en el país que les formó y ahora no tiene sitio para ellos. Profesionales presentes y futuros, sus mentes y sus ideas, sus manos y sus obras, se van donde puedan ser utilizados en construir, además de sus historias personales, las del lugar que los reciba y los aproveche.
Entre las resistencias y las huidas: la impotencia. La impotencia de los que ya no tienen nada que perder y tampoco pueden huir. Ayer escuchaba testimonios de pensionistas y muchos se emocionaban, expresaban su indignación y sobre todo su imposibilidad de lucha individual. Nuestro sistema de pensiones está articulado sobre el principio de solidaridad intergeneracional, y en este momento, los conceptos de futuro y de solidaridad están tan en crisis como esos mercados contra los que nada se puede.
Leí en alguna parte que la fortaleza de una sociedad se mide por la resistencia de sus pilares más débiles, si estos se caen, nos caemos todos como sociedad. ¿Y cuáles son nuestros pilares más débiles?
Uno de los factores determinantes para medir el nivel de desarrollo y bienestar de un país, es su índice de igualdad de género. Más mujeres universitarias, más mujeres con salarios dignos, más mujeres propietarias, más mujeres con más salud, más mujeres libres… Porque los hombres siempre tendrán más educación, más salario, más propiedades, más salud y más libertad…
Ahora los índices de dependencia no se miden sólo por la discapacidad, sino también por la posibilidad de vivir de forma digna, de tener una casa, atención médica, posibilidad de educación, posibilidad de libertad, de elección…Los pilares más débiles son siempre las personas dependientes, y todos y todas los somos en alguna etapa de nuestra vida: niñez, vejez, enfermedad…La familia tradicional ha saltado por los aires. Ya no hay ejércitos de mujeres como red de seguridad gratuita, silenciosa y eficaz. En tiempos de crisis también se ha mostrado precaria la solución de que mujeres de otros paises sustituyan en esta tarea a las nacionales. Y la Ley de Dependencia duerme el sueño de los justos. Hoy el mensaje es claro: el que quiera pensión que trabaje, muchos años, mucho tiempo. Todos independientes. A cada uno lo suyo. Pero si todos debemos producir y nadie nos asegura que será por un salario suficiente a futuro, ¿quien nos cuidará cuando seamos dependientes? El derecho al cuidado dependerá de nuestra capacidad de pagarlo sin ninguna garantía de tener margen de ahorro o inversión para ello.
Las mujeres viven de media cinco años más que los hombres y tienen de media una pensión de jubilación un 40 % menor en comparación con éstos; perciben una media de 654 euros de jubilación contributiva y suponen el 80 % de las receptoras de pensiones no contributivas que apenas superan los 400 euros. Curioso sentido de la palabra sostenibilidad cuando se plantea que estas pensiones se reduzcan con la edad.
Los pilares más débiles de una sociedad son las personas dependientes, todos los hombres y todas las mujeres, que no tienen otra posibilidad de lucha que la solidaridad de los que todavía tenemos posibilidad de resistencia, y la solidaridad, como la resistencia, debe ser siempre colectiva y a futuro, de lo contrario es caridad.
La igualdad es siempre una y la discriminación también, pero nunca parten de cero. Por eso, luchar por la primera e impedir la segunda, se debe realizar siempre desde la justicia social de tratar desigual a los desiguales, o nos seguiremos acercando al precipicio del derrumbe del progreso, la paz y el bienestar social, por el que, finalmente, cuando caigamos todos, ya será tarde.