Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoTraviata en vaso alto

Traviata en vaso alto


 

Quizás me la haya cruzado esta misma mañana, en Atocha. Esta mañana, como todas, había muchas traviatas despistadas paseando con la cabeza gacha y ajenas al sol incipiente y al cielo de Madrid, lleno de pájaros.

 

Esta Traviata, cuyos ensayos empiezan hoy y que se estrenará en San Lorenzo de El Escorial el viernes 26, se escribe sobre un ejemplar del ABC con las páginas teñidas de grasa, sobre una barra de chapa. Café en vaso alto y porras, y un parroquiano que grita que ayer tardó «hora y media» en comprar dos billetes, y un camarero que me barre los pies.

 

Golpe de estado en Egipto, nacido un 4 de julio. La Historia se escribe ante nuestros ojos, en esta barra de chapa; y la vida, la de la Violetta, la de una traviata que se abre camino –que trata de abrirse camino– hasta caer en desgracia y morir se escribe y se borra constantemente.

 

La historia, esta historia, y esta vida, lleva en realidad escrita mucho tiempo. 160 años desde que se vio por primera vez en Venecia, antes de que Verdi se preguntase qué podía haber hecho mal y de que, por supuesto, acabase por convertirse en la ópera más representada (sigue coronando la lista, todos estos años después). Pero sigue sin estar, como digo, del todo acabada: seguimos sin saber quién es Violetta Valéry, ni Alfredo, ni Germont, ni Annina, ni Flora. No sabemos casi nada.

 

Esta es la historia que hoy empieza a redactarse en una sala de ensayos en mitad del calor de Madrid y en vaso alto, en un verano paralelo al que transcurre fuera, en un espacio acotado y celoso de los ojos indiscretos que busquen descubrir el truco antes del estreno. Susana Gómez, la directora de escena, lleva tiempo dándole vueltas a todas esas respuestas que ahora tomarán cuerpo, volumen, voz. Sabor a barra sucia y pegajosa, a páginas de ABC manchadas. A la rotonda de Atocha cuando a nadie se le ocurre levantar la mirada del suelo, o al invernadero que oculta en sus tripas.

 

La distancia entre lo uno y lo otro desemboca en una carrera frenética, contrarreloj, a modo de sprint final tras una retahíla de correos electrónicos, visionados, bombardeo de ideas y de bocetos y de maquetas y de posibilidades. Todo recubierto de escuchas obsesivas y de partituras cuajadas de dedazos, de notas, de la cristalización de una idea final que ahora toca defender sobre unas líneas trazadas en el suelo.

 

La Historia, un pedacito de ella, se escribe en portadas rotundas y titulares enormes. La de todos los días, en barras y cafés tempranos. Y esta, la elegida, La Traviata, se escribe sencillamente en el aire, para perderse en cuanto este calor y este sol se marchen por donde llegaron.

Más del autor

-publicidad-spot_img