Ella responde al cariñoso apodo de “la pelos”, una feminista italiana que recuerda más que nada a un cómic japonés con sus gafas apenas sostenidas sobre la nariz, un omnipresente gesto de candidez e ilusión infantil y, por supuesto, sus piernas y sobacos velludos como los de un gladiador romano. Tarantino hubiese hecho de ella una estrella sin necesidad de medicarla con anfetas pero en Beirut es solo una tía rara más. Las invitadas a su cumpleaños, entre 4 de las mujeres pueden sumar unos 580 kilos, protagonizaron hace unos días un sonoro titular en la prensa cuando se enfrentaron a un político falangista con cara de apollardado que había tomado el recinto en el que se dedicaban a la bollería industrial por un local de copas o una pastelería… Los guardaespaldas temblaron de pavor al ver a tanta hembra peluda, ellas protestaron porque en un país libre la gente come lo que le da la gana, alguien sacó un fusil de asalto, el político sintió que perdía el norte rodeado por tanta mujer sin sujetador, sin silicona, sin tacones, sin ganas de decir oh sí cariño, tú sí que sabes, nadie es tan imbécil como tú…y al final se lió.
Pero las chicas ya están de nuevo en la carretera, con ganas de dar guerra y enseñándole al mundo que hay algo peor que una feminista y es una feminista vegetariana. Imposible abandonar la sensación de lengua de trapo que te invade con un delicioso trozo de tarta de chocolate. No, la pelos, en un gesto tan irrepetible como ella misma, ha sacado una bandeja de quesos y sandía en lo que ha considerado el postre ideal para los que no poseemos la gracia de ser tan anormales como la agasajada. La gente entona el cumpleaños feliz mientras ella levanta los brazos mostrando la pelambrera y unas piernas depiladas ex profeso para tan excelsa ocasión. Alguien la felicita, no por su día, sino por la ausencia de pelo. No le dejan más remedio a la humanidad que seguir drogándose como piojos para afrontar tanta calamidad universal.
A pesar del estado de nirvana en el que me hallo -a quien le importa que al primer coche bomba que haya en Beirut se inicien las matanzas, qué más da haber perdido el permiso de residencia, de trabajo, a quien le preocupa una crisis económica-, aún no estoy tan desorientada como para lanzarme a abrazar maternalmente a cualquiera de las gordas presentes o empezar a pensar que en realidad mis amigos no son unos cabrones. Perder la dignidad, la pasta o la ropa me da igual pero la lucidez jamás.
A aquel se le pasa la homosexualidad los viernes, el otro se encierra en el baño en busca de algo de paz, ella elige la música que pueda seguir haciéndonos bailar. Me miro en el espejo a ver cómo me sientan los diamantes, segura de que, como dijo Cioran, el hombre es un experimento fallido, incapaz de ser un poco más feliz por sus propios medios. Una fotógrafa vestida como para reparar coches grasientos en el cruce de Lexington con la 53 extiende un trozo de sandía. Luce orgullosa sus tetas caídas con la naturalidad más aplastante; la pelos se ocupa entretanto de pasar un trapo a cuatro patas por el suelo mojado, tranquiliza a las masas haciendo constar que, al menos, lleva bragas.
Terminamos la noche en uno de los salones más acogedores de Beirut. Los hombres en calzoncillos bailan envueltos entre humo al ritmo de las glorias libanesas de antaño, un gato somnoliento maúlla pidiendo cariño. El cielo comienza a aclarar pero aún queda tiempo para que el viejo Frankie ponga música a los mágicos momentos de la madrugada con su “Downtown”. Lo mismo debió de cantar Hariri padre al forrarse reconstruyendo el downtown de Beirut:
The lights are much brighter there
You can forget all your troubles, forget all your cares
So go downtown, things’ll be great when you’re
Downtown – no finer place, for sure
Downtown – everything’s waiting for you
Todo está esperando por nosotros, en algún lugar…Ohh Sinatra, ¿cuántos viajes más hacen falta todavía para llegar…?