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Mientras tantoLlamando a las puertas del cielo

Llamando a las puertas del cielo


 

Suena Pat Garrett and Billy The Kid

(Orignal Soundtrack), de Bob Dylan

 

El pasado 16 de julio se cumplía el cuarenta aniversario de la publicación de la banda sonora de Pat Garrett and Billy The Kid (1973), la película dirigida por Sam Peckinpah, y cuyas imágenes ilustró Bob Dylan, quien apareció en un rol secundario en la película, con una serie de canciones que narraban la huida del legendario forajido Billy el Niño y la persecución llevada a cabo por su anitguo amigo, Pat Garrett, convertido en agente de la ley al servicio del gobernador y los grandes terratenientes. De entre los temas que compuso Dylan, sin duda, el más recordado es ‘Knockin’ on heaven’s door’, que se ha acabado convirtiendo en uno de sus clásicos y en uno de los temas más versionados de la historia del rock. En él, y en apenas poco más de dos minutos se versa la angustiosa nostalgia que desprenden las imágenes elegíacas de una película que habla, desde el crepúsculo, de unos tiempos que están cambiando –algo que ya había cantado Dylan anteriormente en ‘The time they are a-changin’-.

 

Cuenta la leyenda, a través del testimonio de Kris Kristofferson, otro poeta con guitarra y armónica que habla de viejos mundos que mueren y que en el film encarnaba con gesto travieso al propio Billy el Niño, que durante la proyección de unas imágenes del rodaje Peckinpah se levantó y se dirigió hacia la pantalla encolerizado –en gran parte debido a sus graves problemas con el alcohol- porque había un grave problema de enfoque y el resultado era excesivamente oscuro. De repente, se bajó los pantalones y empezó a orinar sobre la pantalla. Dylan, aturdido, se dio la vuelta y miró fijamente a Kristofferson como si le preguntara dónde coño le había metido. Este recuerda como probablemente el incidente pudiera inspirar la letra de ‘Knockin’ on heaven’s door’ – “It’s gettin’ dark, too dark for me to see / I feel like I’m knockin’ on heaven’s door»-. La canción, significativamente, terminaría por acompañar aquellas imágenes orinadas por Peckinpah, aquellas en la que el viejo sheriff Baker (Slim Pickens) agoniza junto al río mientras su esposa (Katy Jurado) le observa con tierno y ambiguo gesto, entre el llanto y la sonrisa. No he visto jamás morir a nadie de manera tan hermosa en el cine.

 

Pat Garrett and Billy the Kid -Knocking on heavens door- from JCRS on Vimeo.

 

La muerte, de forma dolorosamente romántica o mediante irascibles y perturbadores ataques de violencia, recorre la filmografía de Peckinpah, pero sobretodo en sus westerns, desde Duelo en la alta sierra (Ride the high country, 1962) hasta Pat Garrett and Billy The Kid, el último que dirigió y el que marca definitivamente el declive personal y artístico de su director, debido a sus problemas con las adicciones, su mal temperamento, sus continuos problemas de salud –se pasó gran parte del rodaje de la película con una neumonía- y sus constantes enfrentamientos con los productores, algo habitual a lo largo de su carrera y que conllevaría la mutilación de algunas de sus películas.

 

Una película como Pat Garrett and Billy The Kid no fue ajena a todo esto. Una vez Peckinpah hubo finalizada su labor de edición y montaje la Metro Goldwyn Mayer decidió recortar 18 minutos de los 124 del metraje inicial para el estreno oficial de la película[1]. Con semejante sangría quedaban eliminados el montaje paralelo del prólogo y parte del epílogo, adulterando de forma alarmante gran parte del discuros poético del film que gira en torno a la omnipresencia de la muerte, no solo física, sino también moral, y la imposibilidad de redención frente a un acto de traición.

 

Pat Garrett Billy the Kid -epílogo- from JCRS on Vimeo.

 

En este sentido, la secuencia de los iniciales títulos de crédito, tal y como la planteó su director, es esencial, cuando en la banda sonora empiezan a oírse los acorde de la guitarra de Dylan y comienza la película con un montaje que alterna dos secuencias, situadas en espacios diferentes y distanciadas por veintiocho años. Por un lado, Billy el Niño y los miembros de su banda disparan contra la cabeza de unas gallinas enterradas vivas. Estamos en Old Ford Summer, Nuevo México, un día cualquiera de 1881. Por otro lado, Pat Garrett es acribillado por sus propios compañeros cuando recorre unos terrenos próximos a Las Cruces. Estamos otra vez en Nuevo México, pero es 1909. Sin embargo, el poder del montaje en el cine crea una ficción históricamente imposible que actúa como un ajuste de cuentas, como un acto de justicia poética. En principio vemos a Billy el Niño disparando pero en seguida pasamos a la imagen de un Pat Garrett abatido, mientras que quedan fuera de campo, por un instante, tanto las gallinas como los asesinos del antiguo sheriff. De forma fugaz la historia oficial da un vuelco aunque sea una mera ilusión. La ficción permite poner las cosas en su sitio cuando la realidad es o le resulta incapaz de hacerlo.

 

Peckinpah, en toda una declaración de intenciones, permite a Billy el Niño vengarse de la traición de su antiguo amigo Pat Garrett. El cineasta se convierte en cómplice y ajusticia la amistad traicionada, tema, por otra parte, recurrente en su obra cinematográfica. Sin embargo, Peckinpah lleva mucho más allá esa idea a través del montaje paralelo, cuando nos muestra com es Pat Garrett, quien llega a Old Ford Summer para avisar a Billy el Niño de que ahora trabaja para la ley, quin dispara por última y entonces vemos como lo hace sobre él mismo, con su cuerpo abatido por las balas en 1909. Sin duda, un momento equivalente y que anticipa, en cierta manera, aquel en que Pat Garrett, una vez ha consumado su traición y ha asesinado a Billy el Niño, dispara contra un espejo que refleja su rostro.

 

Y es que Pat Garrett and Billy The Kid no es tan solo una balada sobre la amistad traicionada sino es además la historia de la traición a uno mismo, del descubrimiento, por parte de Pat Garrett, del peso demoledor de la conciencia herida y la deuda eterna que conlleva tener que vivir cun su maldita leyenda. Si hasta el momento los habituales ralentís con los que Peckinpah había mostrado estallidos de violencia habían plasmado el dolor físico de la muerte, en esta película nos habla del incurable dolor moral. Ya no se trata, en sabias palabras de mi maestro y amigo Antoni Figuera, de constatar la lucha por la supervivencia, sino la imposibilidad por alcanzarla.

 


[1] En 1986 se estrenó una copia de 121 minutos en el que se recuperaban ambos y se incluía una conversación entre el ranchero Chisum y Garrett

 

Knockin On Heavens Door Unplugged Bob Dylan from JCRS on Vimeo.

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