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Mientras tantoDecisiones históricas

Decisiones históricas

Contar lo que no puedo contar   el blog de Joaquín Campos

 

Tres decisiones han sido importantes en mi vida: la primera, haberme retirado desde muy pequeño el pellejo del glande, como me decía mi padre. Así ahorré una operación a la Seguridad Social y hoy abrigo lo que un día podría padecer de frío. Además, y según imagino, la sensibilidad en un trozo de carne al aire debe ser menor que en otro que se descubre según la ocasión, o sea, cuando se produce la erección. La segunda decisión histórica, sin duda alguna, fue hacer el acto. Corría el año 1990, con dieciséis años enclenques, desprovisto de cualquier historial sexual salvo los generados por movimientos manuales, cuando una holandesa que estudiaba español se me acercó por la retaguardia con mi misma altura que no es poca, cinco años de más que a esas edades pesan más que colorado me puse, y una promesa hacia sí misma conmigo como relleno: “Esta noche te follo”. Y bien que lo hizo, aunque eso ahora no venga a cuento.

 

Las decisiones en la vida te marcan mentalmente más que a un boxeador la cara siete derrotas por KO. Por lo que he procurado tomar pocas, salvo mudanzas –que a fin de cuentas yo no las sufría sobre mis espaldas-, noviazgos –los cuales siempre son mejores que las soledades, al menos en aquellos días-, y los cambios de trabajo, que con la emoción del finiquito de donde te vas y el nuevo contrato de donde entras, se hacen muy manejables.

 

La tercera decisión que ha marcado mi vida la tomé esta tarde cuando me acerqué a la redacción del Cambodia Times, un extraño periódico que se edita en Phnom Penh, ciudad donde resido, con la idea de fraguar un sueño: practicar sexo por dinero con señoras y señoritas. No sé, poseemos sólo una vida y me parecería sumamente injusto el no llevar a cabo todos los sueños que uno atesora. Y ser puta –o puto- es un paso adelante de incalculable valor, teniendo en cuenta que las sociedades supuestamente avanzadas reclaman para sí su parte de defensores de los derechos humanos cuando exigen la prohibición de una profesión tan digna como otra cualquiera: usted me vende su cuerpo, yo necesito saciar el mío. Restando a explotadores sexuales y a los chulos callejeros, me pongo del lado del que comercia con su cuerpo porque le viene en gana.

 

La redacción del Cambodia Times apestaba a expatriado. Un par de docenas de ellos hacían como que escribían, cuando en realidad escriben porque fusilan a medios más competentes; que así morirá el periodismo: uno buscando noticias y trescientos copiándolas desde sus asientos, generalmente incómodos, porque desgraciadamente el que no ama al periodismo tampoco sabe elegir la silla más cómoda para golpear el teclado, que según los tiempos que corren siempre debería ser de la casa Apple.

 

Anne, polaca, me atendió en su pequeño despacho repleto de posters fílmicos. Entre ellas sólo reconocí el de Pulp fiction; que a mí el cine me afecta mucho ya que sólo tengo tiempo para verlo de noche y yo a esas horas o hago el acto, o busco como hacerlo, o procuro dormir. Su mesa, pegajosa y repleta de papeles de toda índole, le servía como caja de ritmos ya que cada vez que me iba pasando información de cómo anunciarme golpeaba sus nudillos de manera poco rítmica. Iba vestida de manera desaliñada, con sus zonas más sexuales cerradas a cal y canto. Me pregunté si debía estar casada.

 

Dólar y medio por palabra. Los anuncios salen cada viernes que es el único día que los publicamos.

 

¿Tenéis sección sobre sexo?

 

Ni tenemos tantos anuncios ni solemos tener secciones de ese tipo.

 

Pues el mío sí será sobre ofertas sexuales.

 

Espero que sus palabras sean moderadas. Camboya es un país conservador.

 

Es curioso. Es la décima vez, al menos, que escucho que Camboya es un país conservador cuando hacía tiempo que no me topaba con tanta aglomeración de meretrices.

 

Eso no quita para que su población sea conservadora.

 

¿Usted cree que por no hacer top-less en las playas esta población es más tradicional?

 

El debate duró hasta que me atreví a pasarle el texto de mi anuncio, que debí abonar al salir de su oficina. Estamos a jueves, por lo que mañana saldrá publicado y deberé esperar a que alguna mujer me llame para saciar sus necesidades más básicas. Phnom Penh está lleno de expatriados a miles de dólares la mensualidad, viviendo en mansiones a todo trapo, en donde las parejas se resquebrajan justamente por ese falso conservadurismo que dice Anne posee este pueblo. Los extranjeros perdiendo las cabezas por las nativas, y las señoras de éstos meditando entre el seppuku y el amante. Y en esas entro yo en acción.

 

A ver, le confirmo: “Europeo, 39 años, alto y atlético, se ofrece para compañía de señoras y señoritas”. ¿Algo más?

 

Sí, firme al asunto. Desde hoy seré: Aspersor.

 

El número de teléfono que me da es el mismo que el de su tarjeta de visita; que según veo trabaja usted para una empresa privada. No sé si lo sabe, pero en estos casos los que ofrecen servicios sexuales poseen una segunda línea telefónica.

 

¿Por quién me toma? Claro que lo sabía. Lo que pasa es que yo no soy como ellas. Yo voy con la verdad por delante. Con mi único número, al que me llama mi jefe y mi familia.

 

Usted sabrá.

 

¿Puedo pagar en efectivo?

 

¿Por qué lo pregunta?

 

Sabe, cada vez se hace más difícil lo más fácil. Y cobrar en efectivo al final sólo será posible en casos como el mío: haciéndome puto.

 

Modere su vocabulario, por favor.

 

Antes de irme, ¿le puedo hacer una última pregunta?

 

Dígame.

 

¿Es usted como una doctora? Quiero decir, ¿es todo esto confidencial?

 

¿Quiere que le diga una cosa? En el momento que salga por esta puerta estaba pensando en ir a comentarle a toda la redacción que por primera vez en mi vida de agente publicitaria un hombre ha venido a anunciarse como meretriz. Pero claro, si además mantiene su número de teléfono, ¿qué le molestará lo que yo comente si además, me imagino que necesitará clientes?

 

Oiga, que yo esto no lo hago por dinero. Lo hago por curiosidad.

 

Pues nada, siga manteniendo la curiosidad y pásese la próxima semana a renovar el anuncio.

 

¿Llamará usted?

 

Y bien que se enfadó. Que al decirle adiós me volvió la cara cuando uno de toda la vida había escuchado que el cliente siempre lleva la razón. Luego llegué a casa, donde me tumbé contando las horas para comprar la edición del viernes delCambodia Times. Mi teléfono ya se está cargando. Y soy muy feliz en esta supuesta tensa espera.

 

 

Joaquín Campos, 08/08/13, Phnom Penh.

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