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Mientras tantoMundos que se pierden

Mundos que se pierden


 

 

 

«Si he escrito novelas, las novelas surgieron cuando las palabras empezaban a retroceder ante la verdad»

Maurice Blanchot

 

 

¿De qué va El Extranjero de Camus? Aparentemente esta no es ninguna pregunta extraña. Sería la típica que cualquiera hubiera hecho antes del examen de literatura de turno. Pero no, ayer, en un taller de novela –un lugar maravilloso donde existen las preguntas extrañas- se planteó eso mismo. Y yo, pese a mi tesis en Albert Camus, no hubiera sabido contestar. ¿Que de qué va El extranjero de Camus? Pues de un hombre que tiene calor y mata a un hombre. O de un hombre que no llora en el entierro de su madre. O de un tipo gris que no sabe si se quiere casar con su novia y que al final le dice que sí porque a ella le hace ilusión. Pero no, en realidad, El extranjero no va de ninguna de esas cosas. El problema tal vez es pensar que las novelas van de algo.

 

Creo que fue Virginia Woolf quien dijo que una novela es algo que le pasa a alguien, en algún momento y en algún lugar. Eso es todo. Porque las novelas son lugares, como las personas. Recuerdo esa maravillosa frase con la que empieza Caribou Island, de David Vann. “Mi madre no era real. Era un sueño prematuro, una esperanza. Era un lugar”. Las novelas son mundos enteros, habitaciones cerradas en las que podemos entrar cuando queramos. Y nadie puede decirnos qué se esconde detrás de la historia que leemos. Es cierto que el lector fantasea con la idea de que entiende al escritor, pero las fantasías no son más que eso: espejismos. Porque las razones que llevan a escribir una novela son indescifrables, incluso para el autor mismo.

 

La literatura es lo contrario que la realidad. Ayer, en el transcurso del taller, me preguntaba por qué siempre se abordan los mismos temas: el de la muerte, la pérdida, el dolor, el desamor. ¿Nos gusta dramatizar, o qué? Y entonces, la directora del taller, Lolita Bosch –gracias Lolita, si lees esto, y si no lo lees también- dijo que crear un mundo es difícil. Pero perderlo aún más. Y que la literatura nos ayuda a juntar las piezas de esos mundos que vamos perdiendo.

 

Escribir es vivir ese mundo lentamente y hacerlo con las pausas que la realidad no tiene. Porque la escritura nos da eso: lentitud, la capacidad de entender literariamente lo ocurrido. Tal vez escribimos porque queremos responder una pregunta que no tiene una sola respuesta. Así, la literatura aborda las grandes preguntas como si pudiera dar una respuesta. Y en ese “como si” está la clave. Uno nunca sabe muy bien “de qué va” la historia pero intuye que hay una experiencia detrás y que alguien ha sabido crear un mundo que lo sobrevivirá. Es lo que tiene la palabra: que retiene. Es como aquel impresionante libro de Martin Amis, Experience, en el que narra la desaparición y asesinato de su prima. Desapariciones y atrocidades hay muchas, pero aquella en concreto no lo es de nadie más: es la de la prima de Amis y ese es su testimonio, algo que le pertenece.

 

La escritura pone en orden mundos que se extinguen. Hay en ella una especie de rescate. Pone a salvo muchas cosas y a la vez nos pone a salvo de muchas otras. Porque explicar es una manera de juntar las piezas, pero también es una manera de dejar de tener miedo.

 

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