Ken Loach ha hecho algo fantástico en su última película que, en realidad, es un documental. En El espíritu del 45 recoge los testimonios de un buen puñado de testigos de lo que era el Reino Unido durante el periodo de entreguerras y en lo que se convirtió tras la Segunda Guerra Mundial, después que el Partido Laborista, por primera vez en la Historia, con un programa electoral socialista de los de verdad, ganara las elecciones y pudiera formar un Gobierno en mayoría. Los laboristas, antes de esa fecha, habían tocado poder, sí, pero nunca pudieron poner en marcha su modelo de sociedad.
Tras la cruenta Segunda Guerra Mundial, los británicos tenían claro que no querían volver al tipo de paz que vivieron después de la Gran Guerra, entre 1918 y 1939. Una paz llena de necesidad, paro, ignorancia, enfermedad y miseria, los cinco demonios que diagnosticó y propuso erradicar el Informe Beveridge, redactado en 1942. Lo que llama la atención y da vergüenza es la gran contradicción que se daba en el país en aquellos años: contaba con el imperio más grande jamás conocido, pero su gente vivía en los peores suburbios de Europa. ¿Es que un Estado rico no se podía permitir ideas y prácticas generosas?
Si durante la Segunda Guerra Mundial había habido pleno empleo, ¿por qué no volverlo a generar poniendo a la gente a construir casas, a mejorar el ordenamiento urbanístico, poniendo a funcionar a todo rendimiento la capacidad productiva del país, construyendo un servicio sanitario público y universal o mejorando el sistema educativo? Y, ya puestos, si durante la guerra el país había adoptado un modelo colectivista para vencer al fascismo y se había conseguido cumplir con el objetivo, ¿por qué no adoptar la misma organización en tiempos de paz? Esas fueron algunas líneas maestras del Manifiesto con que el partido Laborista concurrió a los comicios de julio de 1945. Y calaron, porque ese prohombre, Winston Churchill, perdió las elecciones, pese a su preeminencia durante una guerra que ganaron los británicos durante su mandato. Y, de nuevo en el Gobierno, tras las elecciones de 1951, el conservador no se atrevió, no quiso o no pudo derribar los avances de sus predecesores.
“El precio de la llamada ‘libertad económica’ para unos pocos es demasiado alto si se paga con el paro y la miseria de millones”. “La gran crisis de entreguerras no fue obra de Dios o de fuerzas invisibles. Fue el resultado de la concentración de demasiado poder económico en muy pocas manos”. “El Partido Laborista es un partido socialista, y está orgulloso de serlo. Su finalidad última es la creación de la Mancomunidad Socialista de Gran Bretaña (…) Pero el socialismo no puede venir de la noche a la mañana, como el producto de una revolución de fin de semana. Los laboristas, como todos los británicos, somos hombres y mujeres pragmáticos”. Éstas son algunas de las frases del Manifiesto Laborista de 1945.
Eran tiempos en que se cumplían las promesas. Y, por eso, cuando la noticia de que los laboristas habían barrido en las elecciones comenzó a llegar a las minas, a las fábricas, los obreros, los trabajadores, no podían evitar las lágrimas: “¡Por fin íbamos a controlar nuestras vidas!”, recuerda un viejo sindicalista.
Efectivamente, lo del Manifiesto no eran sólo palabras. Tras ganar las elecciones, el Gobierno de Clement Attlee, llevó a la práctica todo un programa reformista que podríamos calificar de radical visto con los ojos de hoy, sobre todo en cuanto a nacionalizaciones, para poner todo el sistema productivo del país al servicio del pleno empleo; también respecto a la política de vivienda, con la construcción de un enorme parque público de casas de gran calidad en régimen de alquiler; y el sistema de salud, que garantizaba la asistencia universal y gratuita de la cuna a la tumba.
Es posible que los laboristas no acertaran del todo. Alguien a quien consulta Loach para realizar su documental cuenta que uno de los principales errores de las reformas acometidas por los laboristas fue sustituir las burocracias privadas por las del Estado. Según su opinión, la gestión de las fábricas, los hospitales, las minas, el ferrocarril… debería haber contado con una mayor participación de los trabajadores. De esa manera, quizás, habría sido más fácil defenderse de las políticas de Margaret Thatcher a partir del año 1979, cuando llegó al poder.
Más que leer estas líneas, lo mejor es que se vayan al cine a ver el documental de Loach, aunque, desafortunadamente, lo proyectan en muy poquitas salas. No creemos haber destripado nada, puesto que todo lo que contamos está ya escrito: es Historia. Nuestro mayor interés era encontrar el Informe Beveridge y el Manifiesto Laborista, leerlo y enlazarlo en este artículo. Habíamos prometido hablar de esta película, pero lo más interesante de estas líneas está en los enlaces.
De todas maneras, no nos vamos a ahorrar la reflexión para el presente. Lo hizo antes que nosotros Joaquín Estefanía.
Quizás tengamos que pasarlo muy mal, mucho peor de lo que lo estamos pasando ahora, durante un tiempo, como el que pasaron los ingleses en el periodo de entreguerras, para tomar conciencia y revertir la nefasta tendencia en la que nos encontramos. Posiblemente tengamos que llegar a una situación miserable para cambiar. Quizás entonces surja un partido político que lleve en su programa electoral ideales colectivistas o la propuesta de que hay que poner toda la riqueza del país al servicio de la gente. Aunque para eso tendremos que haber cambiado muchísimo: nuestro individualismo debería dejar paso a la filosofía del apoyo mutuo y la solidaridad. Y a esa ardua tarea de cambiar las conciencias también se dedicaron con esmero las gentes de Attlee. Esto último es, precisamente, lo que más emociona del documental de Loach.
Cuando vamos a ver algo de Loach siempre salimos del cine llenos de esperanza. Y nos dura unos días. Pese a Angela Merkel, al SPD, a las reapariciones de Felipe González, a las desapariciones de Rajoy o a las entrevistas de Rubalcaba. Porque nos enseña que otras políticas son posibles. Y que no son algo del pasado. Tras ver este documental, hemos pensado inmediatamente en lo que intentan los pueblos venezolano, ecuatoriano, boliviano… y hemos concluido que son proyectos políticos que se parecen muchísimo al británico de posguerra. Y, claro, es inevitable, también nos hemos preguntado por qué el laborismo ahora es como es, por qué la socialdemocracia europea se ha convertido en lo que se ha convertido. Pero ésta ya es sólo una pregunta retórica.
Sígueme en twitter: @acvallejo