Todo depende del punto de vista. No puedo hablar de Madrid igual que una mujer que haya nacido y vivido, por ejemplo, en Kabul. Para ella, seguramente, llegar a Madrid será algo parecido a entrar en el paraíso, pero para mí y para muchos madrileños, no.
Este ha sido un proceso lento. Poco a poco, durante veinte años hegemónicos, una labor concienzuda ha ido modificando la ciudad que muchos conocimos, para adaptarla a lo que, los que han dirigido y decidido su destino, consideraban que debía ser.
Podría hablar de cualquier ámbito de la cultura, pero aquí toca hablar de música.
Este verano, en el plazo de dos meses, he visto suspender las actuaciones en directo de tres locales en Madrid por denuncias y protestas, a pesar de no ser ni las 12.00h. Uno de los templos de la música en directo de la capital, la sala Honky Tonk, a la que avalan muchos años de apuesta por la música, ha reducido drásticamente su programación. En otros, como Moby Dick, ya es imposible tocar si la banda no paga por alquilar la sala. Marcela San Martín, conocida de hace muchos años y responsable de la programación de El Sol, lo decía claramente en el reportaje que publicó hace poco El País: “Aquí, en los ochenta corría el champán. Era el lugar en el que se podía presentar un libro de Umbral, un disco de Nacha Pop o acoger una fiesta de Almodóvar. Ahora, este tipo de salas sufren una persecución del Ayuntamiento. No tienen voluntad de ayudar, ni de crear un espíritu cultural. Los promotores de conciertos grandes ya no vienen a Madrid. Prince tocó este verano en Lisboa pero no aquí. La subida del IVA y la recaudación de la SGAE hacen muy difícil la música en directo”.
Esta semana ha empezado esa especie de OT que la alcaldesa se ha sacado de la manga para que los músicos que tienen que buscarse la vida en la calle, tengan un buen nivel técnico y no estropeen la banda sonora de la ciudad. ¡Pero quién se ha creído que es Ana Botella! ¿Qué examen ha pasado usted para ser alcaldesa? Desde luego el de inglés, no. ¡Y el de las urnas, menos! Resulta que para ganar algo de dinero tocando un instrumento musical en la calle hay que ser un Mozart, pero cualquier indocumentado puede ser alcalde.
Pero le gusta este Madrid que, según ella, está más vivo que nunca. Y es que no hay más que verla para darse cuenta de que en su casa tiene que oler a naftalina y a rancio. A otra era. A tiempos pasados, pero muy pasados. Dicen que Gallardón nos ha dejado una deuda a los madrileños que es una losa. La alcaldesa sí que es una losa.
Hay algo que es difícil de explicar pero, cuando salgo por Madrid ya no veo aquella ciudad, veo una ciudad triste, sin rumbo ni proyecto. Menos mal que a Madrid le queda lo mejor que tiene: los madrileños.
@Estivigon