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Mientras tantoNuestra aliada, la Casa de Saud

Nuestra aliada, la Casa de Saud


 

“En los archivos y hemerotecas existen pocas recriminaciones de Washington a Riad por sus violaciones de los derechos humanos, o por el maltrato que ejerce sobre mujeres y minorías, pese a que en la mayoría de las ocasiones son incluso peores que en estado tan criticados como el propio Irán. Ni siquiera tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en territorio norteamericano, perpetrados por 19 hombres, 15 de ellos con pasaporte saudí, que recibieron financiación desde el propio reino”, escribe el periodista Javier Martín en su último libro, La casa de Saud (Libros de la Catarata, 2013). Martín, corresponsal de la agencia EFE durante varios años, primero con base en El Cairo, y más tarde con base en Teherán, ofrece en esta obra un recorrido por la historia de Arabia Saudí, el principal aliado de Estados Unidos y Europa en la región del Golfo Pérsico.

 

El régimen saudí, forjado a partir de una alianza secular entre la dinastía de Saud y la tradición clerical wahhabí, además de someter a su población con normas medievales, limitadores de los derechos humanos más básicos, ha financiado en las últimas décadas a numerosos movimientos extremistas islámicos implicados en numerosos conflictos. La primera apuesta más fuerte en este sentido fue quizá la guerra de Afganistán contra los soviéticos: la financiación de Riad igualó a la desembolsada por Washington a favor de los muyahidines. Las brigadas internacionales de muyahidines que combatieron en Afganistán –y forzaron una retirada soviética- regresaron en muchos casos a sus países de origen con una preparación militar y una concienciación yihadista que no tardarían en poner en práctica: por ejemplo, en la salvaje guerra civil argelina.

 

Los grupos financiados por Arabia Saudí consiguieron, en algunos casos, mutar la naturaleza de ciertos conflictos: Chechenia es un ejemplo. El islam en la pequeña república de Cáucaso ha formado parte de la identidad chechena, pero no era un islam rigorista, mucho menos un islam wahabí. Un rasgo más de la identidad nacionalista chechena, forjada en los últimos siglos contra el ocupante ruso, el islam se convirtió –gracias en buena medida a la financiación saudí- en casi el único pilar de muchos grupos guerrilleros chechenos. El conflicto aún no está cerrado. Ni en Chechenia ni en las repúblicas vecinas, como Ingusetia o Daguestán. ¿A qué grupos rebeldes sirios está financiando en estos momentos Riad? Pregunta que puede extenderse a la implicación de Catar y de otros emiratos del Golfo Pérsico. Según las noticias que llegan desde Siria, la masiva financiación proveniente desde la península arábiga estaría llegando principalmente a grupos que defienden valores ajenos a los principios de la revolución contra el régimen de Al Asad que comenzó en 2011.

 

Javier Martín cita en su obra unas palabras del cónsul holandés en la ciudad saudí de Yeda entre 1926 y 1945 que resultaron ser, en cierto modo, proféticas del destino de Arabia Saudí en las últimas décadas: “si la religión es utilizada para exaltar los sentimientos de orgullo y de superioridad en almas primitivas, a las que además se les enseña el deber de la guerra santa, el resultado será heroísmo, crueldad, estrechez de mente, atrofia de lo que es humano y de lo que son los valores verdaderos en el hombre y en el pueblo”.

 

¿La voluntad de Arabia Saudí de ejercer un rol de potencia regional es el único problema que tiene el mundo árabe y Oriente Medio en general? No, son muchos los problemas –incluida la injerencia occidental aliada con regímenes locales-. Pero la implicación de la casa de Saud en países como Egipto –podrían convertirse, junto a Estados Unidos, en los principales valedores del régimen militar recién instaurado- o en Baréin -donde el ejército saudí ayudó a reprimir a la mayoría chiíe que reclamada más derechos- no es precisamente lo mejor que podría pasarles a las poblaciones de esos países.

 

A nivel interno, en los últimos años se han producido algunas reformas dentro de Arabia Saudí que, según algunas autoridades del país, están encaminadas a una apertura gradual del régimen. Javier Martín se ocupa de ellas en su libro. Tal vez una de las más importantes sea la reforma educativa, que ha permitido no sólo la creación de nuevos centros universitarios, también la salida de muchos jóvenes saudíes al exterior, para estudiar en centros educativos extranjeros. El ritmo de dichas reformas es, sin embargo, exasperantemente lento.

 

Por el momento, el viajero que llegue a Arabia Saudí vivirá escenas como las descritas por Martín en su libro: “El el aeropuerto, modernos arcos de seguridad provistos con rayos X escanean el equipaje de los viajeros  para comprobar que no transportan ningún tipo de alcohol. Ni siquiera los bombones de licor están permitidos. Mujeres y hombres salen por pasillos distintos, aunque pueden compartir un taxi siempre que sean miembros de la misma familia. En las autopistas, carteles en color azul con los 99 nombres de Alá y otras imprecaciones se suceden cada cierto número de metros para que los conductores puedan recitarlos sin necesidad de pasar las cuentas del rosario. Todo negocio, oficina, museo, incluso las clínicas, cierran sus puertas durante las horas de oración, y los miembros de la policía moral se encargan de que nadie se quede en las calles sin entrar en las mezquitas”.

 

P. D.: un buen complemente a la lectura del libro de Javier Martín podría ser la última novela del escritor estadounidense Dave Eggers. Titulada An hologram for the King está situada en Arabia Saudí y actualiza en cierta medida la figura del Willy Loman de la obra de Arthur Miller Muerte de un viajante, incorporando el tono de la obra de Samuel Beckett Esperando a Godot: en la obra de Eggers, Godot sería el Rey de Arabia Saudí. Creo que está a punto de ser publicada la traducción al español.  

 

 

 

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