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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 43 / 2013

De mi Diario: Semana 43 / 2013


 

Weiß/Colonia, 20.10. 

Ayer le dije a Diny que lo mejor sería que almorzásemos hoy en el chino, y fuésemos después a visitar a Manfred. Pero esta mañana, después de desayunar, mientras me afeitaba, me di cuenta de que mi estómago tenía esa crispación nerviosa que le impide aceptar un solo bocado en una situación de estrés. Y yo sabía que el reencuentro con Manfred, y en una residencia geriátrica, lo sería. De modo que le pedí a Diny que olvidase lo del chino, pero que no se preocupara por mí, que yo no iba a comer por lo menos hasta que regresáramos de esa residencia. La encontramos relativamente fácil, después de 64 minutos de transporte público, atravesando la ciudad de sur a norte, un bus, dos tranvías. La residencia es un lugar tranquilo y umbrío, con mucho arbolado rodeándola (Colonia, este trayecto me lo ha vuelto a demostrar, es una ciudad bien verde). Pero a Manfred parece no interesarle ya nada, sólo beber agua mineral, de la que siempre tiene a mano un par de botellas. Nos reconoció, y estuvo muy cariñoso, sólo que no sabía qué contestarnos ni siquiera a preguntas tan sencillas como si ya lo había visitado Ilse hoy, y eso lo sabíamos por Ilse misma. Me entró a caminar por el pecho una angustia muy grande, un dolor de lo más hijueputa. Qué pena de mi Manfred, tan vital, tan entregado, tan contagioso en sus ganas de gozar de esta única vida que se nos da. Y qué curioso, por el único tema que mostró cierto interés fue por la literatura latinoamericana; cuando mencioné a Ángeles y a Héctor, enseguida quiso saber más de ellos. Pienso si no fue una manera subconsciente de demostrarme cómo valora nuestra amistad de más de cuarenta años, y que fui yo quien le descubrió esa literatura. En el regreso a casa, 62 minutos esta vez, dos tranvías, un bus, ni Diny ni yo nos decimos una sola palabra. Diny le ha prometido a Manfred al despedirse que volveremos a verle. Creo que yo no lo haré.

 

Weiß/Colonia, 21.10.

Acudí al ortopeda y se alegró de que le llevase el CD de la tomografía de resonancia magnética, en base a la cual me dijo que no hay que operarme para nada, que se trata de los restos de una fuerte contusión, con hematoma, reliquia de mi brutal caída del 15 de diciembre en mi cuarto de baño. Luego, al tenderme en la camilla para examen por palpación, exclamó algo que me dejó pensando: «¡Maravillosa articulación la suya!» Los especialistas piropean de manera especial, claro está. A continuación del examen quiso ponerme una inyección de cortisona, pero antes su ayudante me haría un masaje con rayos láser. El tratamiento incluye cinco más de estos masajes, en su propia consulta, y diez de terapia manual y eléctrica con un fisioterapeuta (me entrega dos tarjetas de dos estudios en Weiß, para que me atienda uno que viva cerca de mi casa). Mientras su asistente me hace el masaje láser le comento lo que me ha dicho él acerca de mi maravillosa articulación y que eso me ha recordado a los personajes de La montaña mágica, en el sanatorio, quienes no se intercambian fotos, sino las radiografías de sus pulmones. Se ríe divertida, pero de su risa no logro deducir si leyó La montaña mágica, y por buena educación no se lo pregunto.

 

En el magazin del diario, hoy, un reportaje acerca de lo que el Corán y la Tora les permiten comer y beber a sus adeptos. [¿O será adictos?] Además de demostrar que los fundadores de sus respectivas religiones jamás probaron el jamón de Bayona, ni el de Parma, para qué hablar del de Jabugo, lo que más me interesó de este reportaje, y me gustó, lo confieso, es una de las condiciones para que un judío pueda criar su vino, un vino kosher, como se dice en la Tora: y es que un 1% de ese vino que haya criado no lo puede vender sino que tiene que regalárselo a los pobres. ¡Chapeau, Jehová, al menos en uno de tus preceptos demostraste que eres humano! Esto es, «en el buen sentido de la palabra, bueno». ¡Quién lo hubiera dicho de Vos, viejo hijueputa!

 

Como ya estamos a 21 y no me ha llegado Nexos en soporte papel, rompo la vieja y querida costumbre de leerlo en él. Y encuentro un artículo bastante bueno y puesto en razón, acerca del thriller nórdico, que me provoca dejarle un comentario al pie: «Vaya por delante que coincido con gran parte de los argumentos de Roberto Pliego, aunque en realidad mi conocimiento del género pasa más bien por el meridiano de la TV que del libro, soy un apasionado de las series policiales nórdicas. Ahora bien, en base a lo que conozco por lecturas y no por teleseries, me parece que RP se excede algo en la negación de calidad literaria, al menos puntualmente. Por ejemplo, las novelas de Arnaldur Indriðason (islandés y no finlandés) que integran la saga del comisario Erlendur, son –al menos en las traducciones alemanas, las que yo conozco– lo más cercano que recuerdo a las del Maigret de Simenon. Una escritura despojada, «pobre», y que arrastra como un maelstrom. También valen la pena, literariamente, aunque sin llegar al nivel de Indriðason, las de la saga del comisario Sejer, de Karin (no Karen) Fossum, a pesar de la opinión en contrario de RP. Noto, además, que no menciona a Henning Mankell, de cuyas novelas de la saga del comisario Kurt Wallander ciertamente creo que puede sostenerse que son de excelente calidad. Como las de Kjell Ola Dahl. Y para que no falte Dinamarca en el concierto (ya que a Finlandia la ha presentado RP con buenísimos ejemplos), la saga de la comisaria Louise Rick, de Copenhague, contada por Sara Blædel, no está nada mal. Last but not least: Insistí en este comentario en la mención de la palabra «saga». Ha sido conscientemente, porque la saga es una herencia literaria y cultural de los pueblos escandinavos, y al asomarse a ellas uno descubre unos sorprendentes paralelos de degradación moral y social, de odios raciales, y de violencia, que articulados en los parámetros de la vida contemporánea darían como resultado estas sagas modernas que comento. Vale».

 

Weiß/Colonia, 22.10.

Hoy es el centenario del nacimiento de Robert Capa, hoy ingresa Catherine Deneuve en el club de los 70, y hoy se cumplen 30 años de que medio millón de personas (Diny y yo entre ellos) nos manifestamos en la pradera del campus de Bonn, para protestar contra el estacionamientos de ojivas nucleares en territorio alemán. Recuerdo bien los discursos de Heinrich Böll y Willy Brandt, recuerdo aún el intenso fluido que parecía emanar de aquella masa, como si fuese una corriente irresistible, pero que el gobierno supo resistir. He recogido parte de aquella vivencia en “La oración fúnebre”, lo releeré hoy en honor a la efeméride.

 

Llegamos a La Modicana y por segundo martes consecutivo la encontramos a tope, es más, la mayoría de las mesas aún sin servir. Pero Carlitos y yo tenemos hambre, y yo además prisa, así es que le pregunta Carlitos a la camarera persa (la signora está invisible) y en vista de que no hay chance de que comamos, como mínimo, antes de ½ hora, nos vamos al Biaggini, a la orilla del río donde tampoco hacen nada mal los espaguetis con marisco. Mi prisa es porque tenemos hoy a Henri en casa, mañana se reúne Diny con su grupo de mujeres ecologistas, y el timing es perfecto, efectivamente, cuando regreso a casa del almuerzo y las compras en Aldi, a los dos minutos se levantan Diny y Henri de su siesta común. Qué felicidad inmensa, y pura, la voz de este niño llenando los ámbitos del apartamento.  

 

Marjorie, sin miedo y sin tacha, me publica desde Cámaralentolandia este trino en su cuenta T:


Marjorie Ross ‏@marjorieross19h  ¿Quién habrá sido capaz de leer a Bolaño excepto sus traductores, y sólo porque les pagaron por hacerlo? (Ricardo Bada)


Un amigo colombiano me escribe: «Vaya afinando la puntería, don Ricardo, porque yo conozco al menos tres bolañistas (no, no soy uno) que lo van a retar a duelo por hablar así de su héroe». Le contesto: «Por cada bolañista que me presente yo le presentaré dos que no lo son, así es que si la literatura es cosa de aritmética me encuentro en el bando ganador. Eso por un lado, por el otro el hecho de que hay mucho bolañista de oído y que no lo han leído en su puta vida, entre otras razones porque es prácticamente ilegible. Y en tercer lugar, he consultado con mi abogado y me asegura que la Declaración de los Derechos Humanos me garantiza 100% el que no me guste Bolaño y lo pueda mantener en voz alta». Y a continuación pergeño otro trino que voy a ver a quien se lo enjareto: «En literatura, soy carnívoro. Lo vegetariano, y más aún las flores de invernadero (Proust, Musil, Bolaño), se lo dejo a los veganos».

 

10:48 pm, comienza a llover fuerte, relámpagos y truenos, aún lejanos. Que se queden donde están. Pero que siga la lluvia, ¡cuánto es lo que acompaña esta vieja amiga!

 

Weiß/Colonia, 23.10.

Me fui a dormir pasadas las 3:00 am porque a punto de cerrar la compu tuve el capricho de oír “Sing sing sing” en la versión de Benny Goodman en el Carnegie Hall 1938, ese riff increíble de Harry James, ese do de pecho de BG a los 9’07”, y más que nada aquella batería sobrenatural de Gene Krupa, creando melodía desde el puro ruido; no hay nada remotamente comparable en la historia del jazz. Y luego quise oír el “Viva Verrell” del centésimo concierto de Ted Heath en el London Palladium, ese solo de batería que Duke Ellington compuso expresamente para Ronnie Verrell, pero me venció el cansancio.

 

En la duermevela de las primeras horas de la mañana me acordé de unas palabras de mi buena neumóloga al recetarme el inhalador: me explicó que dispone de un contador en el que están indicadas las 120 inhalaciones que contiene, así que con él tendría para dos meses. Pero luego el farmacéutico al que consulté me dijo, después de leer las instrucciones, que tenía que tomar 4x inhalaciones cada vez, y eso explica que el contador anoche marcase 55, así no llego ni a un mes. De pronto se me hace clara la razón por la cual desde hace dos días tengo la voz tomada y hablo como un castrati. Apenas me levanto llamo a mi buena neumóloga y me confirma que estoy cometiendo una de las mayores atrocidades, que sólo tengo que tomar dos inhalaciones al día, una con el desayuno y otra con la cena. Para que se fíe uno de los boticarios.

 

Voy a mi segunda sesión de masaje láser para la rodilla y el conductor del autobús es el griego vital, servicial y bienhumorado. Como viajo delante, en el asiento inmediato a la puerta, puedo vivirlo como espectáculo. En la parada de la escuela secundaria espera a que llegue corriendo un chico, cosa que no haría ningún otro conductor, y luego, cuando vuelve a arrancar el bus, se pone a cantar ♫ Die Welt ist bunt, die Welt ist bunt, ich bin ein Vagabund! [¡Qué animado es el mundo, soy un vagabundo!] ♫, y le pregunta al chico que si conoce la canción y todos estamos de buen humor gracias a él. Sursum corda! Habemus ad homo graecus!

 

Weiß/Colonia, 24.10.

El martes le oí a Carlitos una palabra que era la primera vez que la oía en alemán, y fue porque mencionó en español “la barba de la llave”, le pregunté que cuál barba era esa y me dijo que “der Schlüsselbart”, que sí, literalmente es eso, “la barba de la llave”, lo que en castellano llamaríamos “los dientes”, creo. “La barba de la llave”¡Estos alemanes, románticos incorregibles!

 

Por lo que acabo de leer en el diario me parece que nuestro planeta degenera: unos científicos del WWF anuncian el descubrimiento en la cuenca del río Trombetas, en el Estado brasileño de Pará, de la tometes camunani, nada menos que una piraña vegetariana, que se alimenta de algas. ¡Por Dios!, como hubiese dicho Mutis.

 

Empecé a leer Rain, el libro de poemas de William Carpenter, pero en alemán, y el primer poema me gustó tanto que quise traducirlo y busqué el original, pero esta vez mi amiga Miss Hortensia Google no me pudo echar una mano, así es que lo pasé al español desde la versión alemana: «Esta mañana de verano recorro despacio el camino de acceso, / repartiendo correo, pienso / en la última noche, cómo nos amamos en la veranda abierta, / cómo los mosquitos primero a mí, / después a ti, nos picaron en la espalda hasta hacernos sangrar. / Todavía es temprano en la Ruta 1. Izo / la banderita roja y miro cómo el sol / disipa la niebla sobre el asfalto y revela algo / que hay en la autopista: el cuerpo de un animal,  / un puerco espín cuya cabeza fue aplastada durante la noche, / taladrando con sus incisivos el asfalto, / de manera que no puedo retirar su cuerpo de la calzada. / Le arranco una de las púas y me la traigo a casa. / La empuño con tres dedos, como una pluma, quiero / escribirle a un amigo a quien no he visto / desde hace años, para decirle que sigo vivo, vivo / en la Tierra Salvaje y te escribo, / con una púa hueca rellena con sangre roja de puerco espín, / que el amor nos mantuvo despiertos la noche pasada, de modo que / podíamos oír el tráfico, los cambios de marchas de las motos y de los camiones con remolque, / uno de ellos arrolló a un puerco espín justamente en ese / momento en que los dos gritábamos, así es que nadie oyó / qué sonido profiere un puerco espín / en el último minuto, / cuando vuelve sus púas hacia la luz que se le viene encima». Me parece que se trata de un buen poema, el libro promete.

 

Weiß/Colonia, 25.10.

0:15 am : Miffo [= tonto, en sueco], la acabo de ver, es una comedia sueca. No sé por qué pero generalmente olvidamos que los suecos también son capaces de hacernos reír. Se diría que, por lo que se refiere al cine, los asociamos a Ingmar Bergman y no hay cómo desencasillarlos de un mundo obsesivo y pesado, que parece la encarnación de las pesadillas de Strindberg. Pero hay, sí, una comedia sueca. Y esta, Miffo, es refrescante y aleccionadora, me gustó, qué caray.

 

Diny pasa el día en lo de Montse, los papás de Henri quieren ir al cine y es probable que vuelvan tarde, a lo mejor Diny tiene que pernoctar allá. Y aunque no soy miedoso pero sí desconfiado, es sintomático que cuando me quedo solo en casa por todo el día, se movilizan los fantasmas del apartamento. Estaba contestando un email, ± a las 5:30 pm, cuando de repente empiezo a oír unos ruidos raros en dirección al comedor y la sala. El apartamento está cerrado con llave, nadie puede haber entrado, acudo a ver; y al cabo descubro que son las tripas de la calefacción, suelen rumorear a veces como un estómago vacío. Luego estoy viendo en la tele el quinto de una serie espectacular de reportajes sobre Nueva York, y de pronto un estrépito del lado de la cocina, voy a ver. Se despegó la ventosa con gancho de la que cuelga el almanaque y el almanaque se cayó al suelo arrastrando las citas médicas, las visita de los nietos, los compromisos de todas clases que nos asedian: al desplomarse sobre el piso, ¡cómo no iba a hacer ruido la carga de la vida social! Pero ¿por qué todas estas cosas nada más suceden cuando estoy a solas, eh?

 

Weiß/Colonia, 26.10.

Los 30 episodios de la serie “Heimat”, en las tres temporadas que se emitió entre 1994 y 2004, fueron auténticos barrecalles, una inmensa mayoría del público televisivo alemán consagró así de manera tácita la mejor de sus series, la que mejor los reflejaba. El tirón cordial jalaba ya desde el mismo título, “Heimat”, esa palabra intraducible cuya gama de significaciones incluye nociones como hogar, patria chica, patria a secas; Heimat, pues, la palabra alemana por antonomasia, es el lugar al que reconocemos pertenecer. Ahora, Edgar Reitz ha filmado una película de formato cine, Die andere Heimat; Chronik einer Sehnsucht [El otro hogar; Crónica de una nostalgia], que acabamos de ver en el Odeon. Estaba pensado en un principio, cuando se estrenó, hace tres semanas, que iríamos con Carlitos, pero a pesar de haber sido él mismo (que nunca va al cine ni ve pelis desde hace décadas) quien propuso que fuésemos, se echó para atrás a última hora y eso nos descorazonó un poco. Y la semana pasada se nos coló de rondón en el programa la llegada de Henri el martes en vez del miércoles. Y la semana próxima estamos tapados de compromisos y además recibiremos visita de España. ¿Conclusión?o íbamos hoy o tendríamos que dejarlo para mediados de noviembre. Fuimos hoy, y nos arrellanamos en las comodísimas butacas del Odeón, en la última fila, y devoramos los 225’, las casi cuatro horas que dura esta maravilla. Porque es una maravilla, de lejos la mejor peli que hemos visto en 2013, y varios años más. Por supuesto que compraré el DVD en cuanto salga, pero semejante portento hay que verlo en megapantalla y con perfecto sonido estéreo, como en el Odeon. Me ha conmovido «hasta el tuétano del alma» (¿Unamuno?) este relato que retrata casi documentalmente la vida del Hunsrück de antes de la serie “Heimat”. Ese Hunsrück de mediados el siglo XIX, del que la miseria y la falta de esperanzas y de perspectivas, amén de la subsistencia de estructuras feudales, lanzó a cientos, miles, de sus habitantes a la aventura de la emigración a Sudamérica, en especial a Brasil. Ese Hunsrück que no es homologable en el aspecto de la degeneración humana con Las Hurdes que documentó Buñuel allá por el 1932, pero sí homologable en la carencia de horizontes que no fuesen aquellos tan lejanos del otro lado del océano. Schabach, el pueblito cuya vida transcribe este film, es un paradigma. Ver esas caravanas de carromatos cargados hasta los topes, donde las familias se trasladaban con todo lo que poseían, hasta la orilla del Rhin, para desde allá embarcar hasta Rotterdam, y en Rotterdam hasta Río de Janeiro y Porto Alegre, ver esas caravanas es como asistir a un western de la huida de Europa. Al mismo tiempo, mientras más transcurría el metraje, más se me hacía evidente que la peli también podría haberse titulado Maldición de la tierra, como programa de contraste con Bendición de la tierra, la novela de Hamsun, que este relato de Reitz me ha hecho recordar con tanta precisión, es el mismo lenguaje, en Hamsun con palabras, acá con imágenes. Y qué momento tan especial el de la llegada al pueblo de Alejandro de Humboldt, con la intención de visitar a Jakob, el protagonista, con quien se ha estado carteando en los últimos tiempos. Qué picardía la de Reitz, en su brevísima intervención nada hitchcokniana, como un campesino del Hunsrück a quien Humboldt le pregunta, bajando de su carroza, cómo se llama aquel pueblo que se ve a lo lejos, y Reitz le contesta con una sola palabra: «Schabach». La picardía, pienso, estriba en que a Humboldt, también brevísima su intervención, lo interpreta Werner Herzog, el director que se ha paseado por la selva amazónica, los desiertos australianos, los tepuis venezolanos, la taiga, los Andes, la Antártida, Laos, RusiaCasi se diría que Reitz le hace un guiño amistoso cuando le dice a ¿Humboldt?, no, yo creo, que a Herzog, sencillamente nada más y nada menos que ese nombre, «Schabach». Como diciéndole: «Aquí es donde tendrías que filmar, Werner».

 

***********FIN***********

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